Corría el año 1979 y
en plena adolescencia lo que molaba era ir a ver películas de terror, cuanto
más terroríficas mejor. Y verdaderamente que la década de los 70 fue fructífera
en cantidad y calidad de horrores cinematográficos.
Zombie fue un titulo mítico y de visión
obligatoria para todos los jóvenes cinéfilos y amantes de las emociones fuertes
de aquel entonces. Venía precedido de la determinante y morbosa clasificación
“S”, esto es: ¡podía herir la sensibilidad!, del que la tuviera, y como reclamo
principal amenazaba con un eslogan de los que marcan época: “cuando no quepa
nada más en el infierno, los muertos andarán sobre la tierra”, esto prometía. El asunto empezaba con la tierra
invadida por una plaga de seres voraces y bastante torpones que su única
finalidad conocida era alimentarse de carne humana, no se sabe por qué. Como se
trataba de la continuación de otro título emblemático: La Noche de los
Muertos Vivientes,
intuimos de antemano que el asunto va de muertos resucitados. Así, en medio de
una tertulia televisiva de lo más desasosegante, un grupo de reporteros hartos de
ver discutir sin llegar a ninguna conclusión valida, huyen en helicóptero, no
se sabe hacia donde, teniendo que aterrizar de emergencia en un Centro
Comercial de lo
más acogedor, donde se refugian junto a unos cuantos supervivientes de los
sistemáticos ataques deloszombies antropófagos que dan título a la película.
Los muertos vivientes pese a ser
torpes y seres sin pensamiento, ni raciocinio, de forma autómata van al centro
comercial a su ritual diario de consumismo desatado. Van con sus trajes de
faena y así contemplamos una procesión de enfermeras, carteros, fontaneros o
camareras putrefactas que chocan contra las puertas cerradas de su centro de
ocio favorito como si de una canción de Viva La Gente se tratara: ¡¡al lechero, al
cartero y al policía saludé!! . . . clamaba el iluminado grupo cristiano en
todas sus actuaciones, para quien no recuerde la letra de la
cancioncilla. El tema se complicaba cuando un
grupo de moteros descerebrados, esta vez humanos, rompen la harmoniosa
convivencia entre refugiados supervivientes y zombis hambrientos, y una vez
destrozadas las puertas de contención, que separan a los unos de los otros, se
arma la marimorena en un festival de vísceras y charcutería, cerebros
reventados a tiros y demás porquerías por el estilo, que hicieron las delicias
del espectador más gore y atrevido, como yo.
La película, entretenimiento puro y duro, tenía más miga de la que
aparentaba, y destilaba una mala baba de los más fina y sutil, dejando colar
entre tanta casquería una crítica indirecta y subliminal a la sociedad de
consumo. Al fin y al cabo, ¿no somos todos nosotros esos zombies que consumimos sin ton ni son y
seguimos consumiendo aunque peguen un tiro en la cabeza al que tenemos al lado?
Fue la película más terrorífica de
la temporada y tuvo decenas de imitadoras, en una de ellas, Nueva York bajo
el terror de los Zombies, se veía, ¡¡en primerísimo plano!!, como una astilla de
madera vaciaba el globo ocular de una pobre mujer, para el delirio de los
espectadores más morbosos. Aunque fue el cine patrio el que se adelantó a todas
las cinematografías del mundo con un titulo glorioso: No Profanar el
Sueño de los Muertos, donde se combinaba de forma ejemplar zombies y ecología, pero esta película da
para artículo propio.
En aquel entonces ni me di cuenta,
pero hoy, que ya no soy un adolescente, disfruto, como siempre, de este
maravilloso entretenimiento a base te tripas y hemoglobina, sobre todo al
percatarme de que la realidad es mucho más terrorífica que lo que se ve en
cualquier pantalla del cine.
No hay más que ver cualquier telediario.
Finalizaba el verano de 1977, cuando en uno de esos
telediarios que te tocaba ver cuando comías en familia, los sábados, y se veían
las noticias, porque se veía lo que quería el padre, que para eso llevaba el
dinero a casa y trabajaba mucho, anunciaron un adelanto sobre el cercano Festival
Internacional de Cine de San Sebastián (nada de Donosti,
en aquel entonces era solo San Sebastián). Como
era curioso y cinéfilo, la noticia me interesó, y ¡zas!, de pronto, unas
imágenes de una nave espacial volando por espacio y un anuncio: la “premier” de
una cosa llamada La Guerra de las Galaxias, que luego, para otra generación, sería Star
Wars y sus episodios I, II, III
y así hasta VI, en números romanos y como suena, pero eso sería con el paso del
tiempo, ahora era solo La Guerra de las Galaxias, titulo español nada acertado, por cierto, pues ahí
nunca hubo galaxias que lucharan en sí, ni nada por el estilo, sino una
rebelión, bastante chapucera, por cierto, que ganaba batallas de pura
casualidad. El tema me enganchó de inmediato, la ciencia ficción
era, sin duda, mi género favorito, y más por aquel entonces que estaba
enganchado a un bodrio televisivo, que a mí me parecía lo más, llamado Espacio
1999 donde La Luna se había salido de su órbita por culpa de una
explosión atómica en la Base Lunar Alfa, una especie de almacén de residuos nucleares
infalible, que mira tú por donde falló, lo mismito que Fukushima o Chernobil y cruzaba el espacio sideral topándose en cada
episodio con seres alienígenas de lo más amargados y hostiles. Tan insuperable
argumento estaba aderezado por una interminable lista de monstruos y personaje
de los cuales destacaba Maya,
una atractiva extraterrestre “metamorfa” de cejas trenzadas que podía transformarse en
cualquier cosa que le antojara si la ocasión de peligro lo requería (ejemplo:
si Rajoy fuera “metamorfo”
se transformaría en Merkel,
pero nunca ocurriría lo contrario).
El empacho semanal de aventuras espaciales sucedía
cada miércoles y había que retener el argumento de lo visto para poder
rememorarlo el fin de semana, en la calle, con los amigos. Cada cual teníamos
un personaje de la serie, yo era el capitán, como no, aunque prefería a la
“metamorfa” y el resto de compañeros tenía el suyo. Esas Navidades, manteniendo la tradición familiar, mis padres me
llevaron a Cádiz a ver la
película del año: letras que se perdían en el espacio anunciando una rebelión a
golpe de fanfarria sinfónica, princesas secuestradas, héroes rubios como la
cerveza, maestros místicos con poderes mentales, robots descerebrados,
contrabandistas picarones, monstruos peludos, un malo, malísimo, negro como el
azabache y con serios problemas de respiración, espadas luminosas, naves
espaciales que van a la velocidad de la luz, agotador, allí había de todo, y
todo bueno. Quienes me conocen, saben que no exagero cuando digo
que aquello me transformó. Me compré los “comics” y la novela que adaptaban la
película, hice el álbum de cromos hasta completarlo, como la banda sonora era
un disco doble que se me salía de presupuesto me tuve que conformar con la
versión discotequera de la misma, que era un disco sencillo de un tal Meco donde tras una inenarrable portada se escondía un
igualmente inenarrable contenido sonoro, me convertí en semanal lector de la
revista Lecturas para
hacer la colección de “posters galácticos” que se fueron publicando durante
varios meses, conseguí, de casualidad, un libro que hablaba del rodaje de la
película y demás anecdotario y allí me enteré que en los USA se vendían toda clase de cachivaches (naves,
muñecos, etc…) que yo no iba a poder tener, así que me los fabriqué, y, en
cartulina, pinté robots, naves espaciales y muñequitos, que aún conservo.
También me presenté a un concurso de redacción, que
gané, y cuyo premio eran unos vasos de “cocktail” y unos “postres” exclusivos
de La Guerra de las Galaxias,
extraña combinación, sí, pero ese era el premio. Por cierto que mi redacción
iba sobre una familia que tenía que emigrar a Alemania por que aquí no había trabajo, profético resultó el
asunto, nada de ciencia ficción, eso era realismo puro y duro. No revelo nada nuevo si digo que el éxito de esta
película genero segundas y terceras partes, pero a mí ya me pillaron a
traspiés, es decir, con esa edad en la que no eres ni niño, ni mayor, pero
crees que eres lo segundo, en fin. . . Con esto ocurrió que cuando se estrenó El
imperio Contraataca, segunda
parte de mi película favorita, que me encantó, tanto o más que la primera, ya
no pinté muñequitos, ni escribí redacciones, ni tan siquiera hice el álbum de
cromos, que por cierto ahora anda cotizadísimo en cualquier subasta de internet que tengas la suerte de encontrar, porque se ha
convertido en un rarísimo objeto de culto. Algún buen amigo, de entonces, tuvo
la tremenda suerte de tener hermanos menores, no fue mi caso, con lo que pudo
hacer el indecente paripé de coleccionar los cromos hasta completar la
maravilla que era el mencionado álbum para su hermanito. . . ¡qué suerte!
y ¡qué envidia, de la mala! Para tercera parte de la saga, El Retorno del
Jedi, ya estaba en la
Universidad, y aunque me gustó mucho menos, también la disfruté, ¡cinco veces!,
en el cine, el mismo número de veces que las películas anteriores, soy muy
pesado e insistente si algo me entusiasma, ¡vamos! que me “embuclo”.
Como
tengo alma friky,
coleccioné los VHS y luego
los DVD que visiono,
periódicamente, a modo de metafórica vuelta a la infancia y a la inocencia
perdida. Ahora, incluso, tengo una pequeña colección de
muñequitos y un Halcón Milenario, regalo de mi hermana, pero nada comparable a mis dibujos en cartulina.
He sufrido estoicamente las espantosas, bochornosas,
incluso denunciables en juzgado de guardia, si se me apura, precuelas de tan
magna obra inicial, para mí, como si no existieran, y he sobrevivido al
disgusto.
La princesa Leia está gorda pero creo que ha dejado el alcohol, Han
Solo entró en la tercera edad
sin quitarse un nada resultón pendiente que luce en la oreja izquierda, Luke
Skywalker se destrozó la cara en
un accidente de tráfico, un día descubrí que Darth Vader era ¡¡Constantino Romero!!, Obi-Wan Kenobi hace tiempo que no está entre nosotros, Chewaka, R2D2 y C3PO pululan de
convención en convención, y sobreviven a base de firmar autógrafos, incluso Yoda, ahora, es digital, ¡puaj!, . . . y el mundo sigue
girando.
Y es que hace mucho tiempo en una galaxia lejana, muy
lejana. . . eran otros tiempos.
¡¡Que la Fuerza nos acompañe!!
Desde aquí quiero
reivindicar a un mito, mito. Un mito que si hubiera surgido en otro país ahora
sería objeto de culto, pero que al ser típicamente español nunca ha sido lo
suficientemente reconocido, y eso que cumple todos los requisitos fundamentales
que exige la mitología moderna: fama arrolladora en sus años de esplendor,
belleza deslumbrante, ocaso prematuro y trágico olvido. Me estoy refiriendo a
la única e incomparable: Nadiuska. Rowicha Bertasha Simid Honczar, su verdadero nombre, nace en Schierling Alemania el 19 de enero 1952. De
padre ruso y madre polaca, de ahí su peculiar apariencia, llega a Barcelona en 1971 y comienza a trabajar de
modelo, siendo rápidamente descubierta por Fernando García y Damián Rabal (hermano de Paco Rabal), que prendados de su felina y
exótica belleza preparan su salto al mundo del cine.
Su atractivo físico le abre las
puertas del celuloide patrio de principios de los setenta de par en par, ávido,
como está, de nuevas bellezas que luzcan su palmito en las primeras intentonas
aperturistas de la censura franquista. Y nuestra atractiva germana empieza a
ser un rostro, y cuerpo, regular en los repartos más osados de la época,
primero en papeles secundarios y decorativos y más adelante como reclamo
taquillero en películas de dudosa calidad que explotan sin ningún pudor sus
encantos anatómicos.
A un ritmo de cinco películas por
año y con el nombre artístico, sonoro y contundente, de Nadiuska, la joven alemana se convierte en
poco tiempo en el sex-symbol más famoso del país.
La lista de títulos en los que
participa en sus primeros años de carrera es agotadora y representa parte de lo
más florido de la caspa hispánica de todos los tiempos, he aquí una muestra: Manolo,
la Nuit, Soltero
y Padre en la Vida, Vida Conyugal Sana, Lo Verde Empieza en los Pirineos, Polvo Eres, Chicas de Alquiler, Zorrita Martínez, El Señor está Servido, Mi Marido no Funciona o La Mosca Hispánica . . . En ellas, solo aparece como
comparsa decorativa de sus super-taquilleros compañeros de reparto: José
Luís López Vázquez, Alfredo Landa, Mariano Ozores o Manolo Escobar, entre otros. Con la muerte de Franco y la abolición de la censura,
nuestra chica de otras tierras se convierte en una de las musas absolutas del
cine erótico-peninsular, participando en infinidad de subproductos que solo se
centran en explotar su curvilínea figura. Sus aparición en la revista Interviu, que la convierte en una de sus
primeras y más aclamadas musas, con el fantástico reportaje: Nadiuska se
la busca, rodeada
de palomas blancas y como Dios la trajo al mundo, y la muy polémica portada en
la revista Fotogramas, que tuvo que ser retirada de los quioscos por orden
judicial, y en cuyas páginas interiores nos enseñaba los distintos usos de la
leche, como alimento y algo más, acrecentaron su popularidad como mito
nacional.
Memorable fue también su aparición
el programa de entrevistas de Televisión Española de José María Iñigo, Directísimo, en el que quedaron patentes las
nada disimuladas patadas que le daba la estrella al periodista para que
cambiara de tema cuando la interrogó sobre un supuesto matrimonio de
conveniencia con Fernando Montalván, ciudadano español con cierto retraso mental, que le
permitió conseguir la nacionalidad española de forma inmediata pero
ilícitamente. El escándalo de esta supuesta
maniobra burocrática, menoscabó la imagen pública de la estrella y el mito
empezó a declinar. Eran otros tiempos y la puritana España de la época no
estaba por la labor de permitir que una institución como el matrimonio
santificado de los de “hasta que la muerte nos separe” pudiera ser usado
fraudulentamente. . . ¡¡Quien te ha visto y quien te ve!! Yo siempre la tuve como mi mito
erótico español favorito, sin discusión, solo porque, en un viaje de trabajo, mi
padre vio como se grababa la escena de una de sus películas en el Hotel
Praga de Madrid, donde se alojaba. Yo que oí bien
atento el relato de como la había visto correr en bragas por el vestíbulo del
hotel a las órdenes del característico: luces, cámaras y acción, como si de una
Norma Desmond, cutre, destapada y en color, se tratara, me dije para mi mismo: es mi
actriz favorita, sin tan siquiera conocerla.
Luego, ya, me enteré
quien era y como era: una especie de Sophía Loren de ojos rasgados, venida de tierras
lejanas que decía “amog” en vez de amor, o “pog qué”, en vez de por qué;
¡Exótico, erótico, escueto y contundente, . . . justo, como a mí me gusta!
En poco tiempo pude verla en acción
dándose el filetazo con Bárbara Rey en una de terror hispano que se llamaba La
Muerte ronda a Mónica, donde aseguraban que se morían de miedo los espectadores que
aguantaban todo el metraje, aunque yo sobreviví; me la volví a topar como una
de las suicidas colectivas de Guyana: El Crimen del Siglo, película que seguía la estela de
esas catástrofes escabrosas que poblaron las salas de cine en los años 70 y que
a mí me chiflaban, todas; y, por último, la contemplé, anonadado, como
decapitada madre de Conan el Barbaro, esta vez, en plan, rubia
despampanante que perdía su decorativa testa en plena Ciudad Encantada de
Cuenca, todo por defender a su retoño, un infantil Jorge Sanz, que al crecer se
transformaría en el mismísimo Arnold Schwarzenegger.
Ahora, anda medio trastornada y
esquizofrénica, según la prensa más sensacionalista, viviendo su particular
calvario: de institución mental a la calle, como mendiga sin techo y de nuevo
de vuelta al sanatorio . . . ¡¡para llorar!!
Lo dicho, si hubiese hecho carrera
en los USA, ya tendríamos su biografía filmada, ¡varias veces!, en cine y
televisión. Con un papelón de Oscar para la actriz que lo interpretara . . . pero es que
en España no sabemos valorar lo que tenemos.
¡¡¡Quijotesco!!
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Corría el invierno de 1985 y en ese tiempo perdido en el que estás
esperando para salir la tarde de sábado con tus amigos, se te ocurre encender
la tele para pasar el rato y ves que comienza una película, que empiezas a ver
pero no piensas terminar pues no te interesa nada en absoluto. Hay que entender
que solo hay dos cadenas de televisión, o sea, que ves la película o un
documental. La cosa empieza con un reportero de guerra perseguido
por unos mercenarios que no quien ser grabados en sus escaramuzas. Cuando
parece que van a ser apresados y ¿asesinados?, una sombra sospechosa oculta la
luz del sol, pero no es que el cielo se haya nublado repentinamente, no, es que
una nave espacial “extraterrestre” del tamaño de tres o cuatro campos de
fútbol, por lo menos, comienza a sobrevolar las cabezas de los guerrilleros
mercenarios y sus acorralados periodistas, ¡¡Qué impacto de escena!! Voy a
llamar a mis amigos y aviso que salgo más tarde: esta película no me la pierdo.
La película no resultó tal película, sino que fue una
serie de televisión que se prolongo varios meses en antena.
Se notaba que el asunto tenía varias partes porque
cuando parecía que la cosa se había terminado, volvía a empezar de nuevo. Eso
fue debido a que originalmente se trataba de una serie de, solo, dos capítulos
dobles, que debido a su éxito se prolongo otros tres capítulos dobles, y de
nuevo, como seguía gustando, se prolongo otros diecinueve episodios más, hasta
que la audiencia se hartó de ver siempre lo mismo y súbitamente terminó sin
previo aviso.
En España, todo se emitió en dos tandas y troceado en
episodios normales desde el principio y fue uno de los grandes fenómenos del
momento.
El asunto iba sobre la llegada de unos
extraterrestres a nuestro planeta, ya que en el suyo hay escasez de algunos
minerales, o algo así. En principio, parece que traen buenas intenciones, amén
de una tecnología muy superior a la nuestra, pero con el tiempo descubriremos
que en realidad se trata de una raza de voraces reptiles que lo que quieren es
utilizarnos como alimento.
Los paralelismos con el exterminio perpetrado por los
nazis en la Segunda Guerra Mundial son evidentes: racismo, purgas, colaboracionismo, guetos,
desinformación, propaganda, resistencia pacífica, resistencia organizada . . .
allí había de todo.
Los carismáticos personajes de la serie se
convirtieron en miembros de una familia que nos acompañaban cada sábado en sus
tensas aventuras. El resto de la semana nos teníamos que conformar con la
información, y los cromos, del Tele-Indiscreta, que se convirtieron en el más preciado de los
tesoros de muchos niños y adolescentes y único alivio en la larga espera
semanal para saber qué ocurría con nuestros aguerridos héroes defensores de las
libertades planetarias.
Ya desde el principio sospechábamos que de una nave
tan grande no podía salir nada bueno, y solo los tontos, muy tontos, se dejaron
engañar por las pintas de esa Diana, “lideresa” de los visitantes, que bajo un cardado imposible, botas de
tacón de aguja al más puro estilo sado-maso y gafas de sol en plan Rocío
Jurado, escondía gato encerrado.
Aunque en este caso concreto fuese: ¡lagarto encerrado!. Y es que nuestra Diana era una auténtica lagarta, en el más literal sentido
de la palabra y además una cochina pues comía ratas vivas, tarántulas o
cualquier otra cosa que anduviese sobre dos, cuatro o cuantas patas tuviera.
Con unos efectos especiales bastante solventes para
la época, pero repetitivos hasta la saciedad: las escenas de los vuelos de las
naves espaciales y las persecuciones aéreas siempre eran las mismas, pero
montadas en diferentes momentos para dar un pego que no fue tal. Al final
acabamos por darnos cuenta.
El mayor impacto visual de la serie vino dado por algo mucho menos
tecnológico que los vuelos espaciales y me estoy refiriendo al ceñidísimo duelo
de vestimentas de nuestros protagonistas. En reñida pujna, semana a semana, nos
enfrentábamos una ajustadísima colección de monos para las lagartonas
visitantes, hombreas incluidas, frente a unos, míticos desde la primera escena,
pantalones vaqueros del carismático líder de la resistencia, Mike Donovan, marcado culo y patorra, después de endiñárselos con
calzador, sino es imposible ajustarse semejante prenda. Nunca entendí como
podía respirar entre pelea y pelea, y si es verdad que los vaqueros ceñidos
producen esterilidad Mike
nunca pudo ser padre. Aunque sea el secuestro y abducuión de su primogénito uno
de los arcos argumentales en los que se centra esta primera temporada.
La dulce Julie,
modosa científica con alma de guerrillera, celosa de semejante duelo anatómico
se nos desmelena en otra memorable escena en la que le lavan el cerebro
llevando otras no menos antológicas mallas color carne. ¡Viva el erotismo
catódico!
La primera entrega de la serie está directamente
inspirada en la Segunda Guerra Mundial y más concretamente en la ocupación europea por
parte de los nazis, incluso el logo de los visitantes recuerda, nada vagamente
por cierto, a la cruz gamada. De hecho el productor de la serie quiso haber
hecho una producción sobre el holocausto.
En esta primera parte, la mejor de todas, el elemento
sorpresa fue fundamental. En la retina y en la memoria de todos los
espectadores siempre nos quedará las impactantes secuencias con las que iban
acabado cada uno de los capítulos: desde la aparición de las gigantescas naves
nodriza hasta el descubrimiento de la verdadera naturaleza de los invasores,
dando un inesperado giro metafórico al dicho “lobos con piel de cordero”, en
este caso “lagartos con piel de humano”, pasando por las secuencias estrella:
el suculento banquete a base de ratas vivas que se propina la pérfida Diana y el nacimiento de los gemelos lagarto, cruce entre
humana, la tonta Robin,
con un joven y atractivo visitante, lengua bífida, incluida, por parte de uno
de los bebes.
Con alusiones nada disimuladas al exterminio judío e intrépidas
secuencias de acción, la serie acaba con la humanidad organizada haciendo el
símbolo de la victoria “V”,
dispuesta a echar a los visitantes de nuestro planeta.
2ª Parte
La buena acogida del asunto propició una segunda
entrega con mucha más acción que la primera. Centrada en la guerra de
guerrillas de los humanos contra los visitantes, con la incorporación de Tyler , un mercenario experto en las artes guerreras, y
los visitantes obsesionados con localizar a Elisabeth, “la Niña de las Estrellas”, cruce entre humana y
lagarto y con poderes sobrenaturales, no se sabe debido a qué.
Al final es este personaje clave para la derrota de
los invasores que son expulsados de La Tierra gracias a un polvo rojo, mortal para los lagartos
pero inocuo para los humanos, con la niña estelar manejando la nave nodriza
entre brillos cósmicos y música celestial.
También nos enteramos que entre los invasores hay
opositores a los planes de exterminio de los humanos, la llamada Quinta
Columna, a la que pertenece el
bonachón Willie,
interpretado por Robert Englund antes de calzarse el guante de cuchillos y atemorizar nuestros sueños
como el psicópata Freddy Krueger, uno de los monstruos más emblemáticos del horror adolescente de los
años 80, merodeador maligno de Elm Street.
Como el asunto siguió teniendo aceptación, los invasores vuelven, más
beligerantes que siempre cuando se percatan que el famoso polvo rojo tiene
fecha de caducidad.
Ahora la serie, en su tercera entrega, se hace menos
interesante y más repetitiva, así que introducen nuevos personajes para animar
el cotarro en plan folletín intergaláctico.
Así nos enteramos de la existencia de un
“líder” lagarto, al que nunca
llegamos a ver, que harto de las torpezas de la pérfida Diana, que acaba pareciéndose a Pierre Nodoyuna pero sin su lindo pulgoso, pues siempre falla en sus
maquinaciones contra los humanos, envía, primero, a otra lideresa, esta vez
rubia e igual de ceñida que su oponente morena, que responde al nombre de Lydia. Y la morena y la rubia, no son hijas del pueblo de
Madrid precisamente, pero, cual castiza zarzuela, se tiran los trastos a la
cabeza, capítulo sí, capitulo también, entre sofisticadas maquinaciones para
acabar con la resistencia.
Para enderezar el desaguisado el “líder” envía a otro emisario llamado Charles que lucía unos pectorales tan abultados, o más, que los
de sus súbditas femeninas y, escote en ristre, aparece para poner orden en la
invasión, pasando revista a las tropas lagartas y, de paso, pasando el algodón,
que no engaña, y comprobar que la limpieza de la nave deja mucho que desear, en
la que, sin duda, es mi escena favorita de la ciencia ficción, catódica y no
catódica, de todos los tiempos.
Asistimos a una boda lagarta, envenenamientos, al más
puro estilo de Shakespeare,
banquetes con hormigas negras y rojas, o dulces y saladas como ellos mismos nos
aclaran, apareamientos ceremoniales en terráreos con rayos UVA, imitación
nostálgica, dentro de la nave nodriza, de su lejano planeta, vamos, que la
serie empieza a perder el norte.
Para enganchar a las adolescentes, en la recta final
de la serie, aparece otro guaperas, más tierno y púber, llamado Kyle, que enamora a Elisabeth, “la Niña de las Estrellas”, que ha pasado de niña a
mujer tras mudar la piel dentro de una crisálida luminosa, y a su madre, la
insufrible Robin, de nuevo
haciendo de las suyas. Con su indestructiblemente bien peinada melena, Kyle lucha y se despechuga, enfrentándose a Diana y a su propio padre, el interesado y traicionero
magnate Nathan,
colaborador de los invasores y trasnochado galán con bronceado a lo Miami
Beach y tinte Just for Man, siempre protegido por un chino guardaespaldas,
sospechosamente parecido al Chu-Lee de Falcon Crest ,
mientras intenta, infructuosamente conseguir los favores sexuales de Julie, que en esta temporada trabaja para él como
científica, pero duerme con Donovan.
Ni siquiera el morbo de un triangulo amoroso que
incluye madre e hija levanta a la audiencia de un sopor que empieza a hacerse
peligroso, y súbitamente llegamos a un final precipitado e inesperado en el que
casi todos los frentes quedan abiertos y prácticamente no se aclara nada.
¡¡Cosas de la tele!!
Yo tengo que decir que en mis vacaciones de verano de
2005, celebrando las “Bodas de Plata” de mis progenitores, una placida tarde de
agosto a los pies del Acantilado de los Gigantes en la isla de Tenerife, una niña se me acercó para preguntarme si yo era Kyle, el de la serie “V”, a lo que yo respondí con un escueto: ¡Sí!. Para
alegría y regocijo de la inocente criatura, pasó la tarde conmigo haciéndose
fotos que luego enseñaría a sus amiguitas a los compases de un: ¡¡Yo pasé una
tarde con Kyle!!, y como
prueba irrefutable de tamaña hazaña mostraría un reportaje fotográfico en el
aparecería “yo” con mi dudoso parecido al galán televisivo. No sé qué fue de
aquella infante, ni de ese reportaje fotográfico, pero yo, al menos, viví por
una tarde la experiencia de ser el actor de una serie de moda . . .
Esto empieza a parecerse a un obituario en vez de a un blog, debe ser cosa de la edad: tus ídolos van
desapareciendo. Lo malo es que esto no es más que un adelanto de lo que
está por venir.
El 20 de mayo leo en los periódicos que Robin
Gibb pasó a mejor vida, y me doy cuenta que ya solo queda entre
nosotros uno de los musicales hermanos Gibb, más conocidos por todos como los Bee Gees.
Yo como espíritu curioso que soy, hace tiempo que me
tenía empapada su biografía: nacidos en una pequeña isla británica, la Isla
de Man, Barry, Robin y Maurice emigran a Australia siendo unos niños,
hacen sus primeros escarceos musicales en nuestras antípodas, entre canguros y
koalas, logrando cierta popularidad y regresan a su Inglaterra natal para dar otro
salto de charco y plantarse en los EEUU a mediados de los 60, vamos, son
lo que se dice un culo inquieto.
Leo de sus primeros éxitos, a la sombra de los Beatles, y es verdad que muchas de las canciones, de su
primera época, son verdaderos clásicos de la música popular, esas que has oído
mil veces y no sabes como, cuando, donde, ni porqué, léanse: Massachusetts o To Love Somebody entre otras.
Tras unos años de triunfo juvenil, viene la
inevitable caída, los ídolos de la música suelen ser fugaces: crisis
existenciales, resacas creativas, discrepancias personales, evolución y cambio
de estilo, siempre bajo los auspicios de su productor-mentor Robert
Stiwood, artífice de su
posterior encumbramiento global.
Y de golpe me planto en la primavera de 1978.
Imaginaos: El Puerto de Santa María, Feria del Vino, un joven
e inexperto pre-adolescente espera, ficha en mano, a pillar turno en los coches
de choque del recinto ferial. Para amenizar la espera suenan los éxitos del
momento, y de repente: . . . “when you can tell . . . etc . . . hasta la llegada de un pegadizo
estribillo . . . ah, ah, ah, ah . . . staying alive, staying alive. . . ¡¡Que canción tan chula!!, ¿Quienes serán estas
chicas?
La canción, desde entonces, no parará de sonar,
durante meses, en mis, siempre sintonizados, Cuarenta Principales, pero no eran unas chicas las que cantaban sino tres
tíos, y dos de ellos barbudos para más INRI. Ahí conocí yo a los Bees Gees, y ¡vaya si los conocí!. La canción era parte de la
banda sonora de Fiebre del Sábado Noche, la película que había que ver o había que ver, así
que fui a verla ese verano en Madrid, al, entonces cine Lope de Vega, cuando los cines de la Gran Vía eran sinónimo de ¡CINE!, así con mayúsculas y como suena, ¡todo un lujo!
La película no me gustó nada: familias mal avenidas, precariedad
económica, suicidios, peleas y decepciones vitales varias, demasiado serio para
mi mentalidad de entonces; pero la música, eso era otra cosa. Fiebre del Sábado Noche fue el primer disco doble que compré con mi dinero,
un esfuerzo que me costó meses de ahorro y me pareció que allí había mucho
relleno. Los que molaban, de verdad, eran los Bee Gees, con un LP simple hubiese sido suficiente.
En mis años de aficionado a la música y al cine debo
decir que creo no haber conocido un fenómeno igual como el de Fiebre del
Sábado Noche. Lanzó a John
Travolta, su protagonista, a un
estrellato inusitado, no era un famoso más, era un patrón a seguir. Mi amigo Mariano, sin ir más lejos pasó a ser mi amigo Mariano-Travolta, y no fue el único. Se imitaron sus andares, sus
modales, sus maneras, su ropa, su peinado, sus bailes; la travoltamanía caló en lo más profundo de muchos corazones que se
vieron reflejados en el personaje.
Los otros grandes beneficiados del huracán del Sábado
Noche fueron los Bee Gees. En la portada del doble disco, reinaban triunfantes
vestidos de blanco y sonrientes. Como sabíamos que eran hermanos era evidente
que el mayor, Barry, se había llevado, de golpe, todos los genes buenos de la
familia, pues era más alto, más guapo, más “paquetudo” y más todo que los otros
dos, que se quedaron en más bien poquita cosa. Además era la voz cantante, y en
¡¡falsete!! . . . ¡toma ya! Night Fever, How Deep is Your Love, Should be Dancing y alguna más,llegaron a lo más alto de las listas de éxito y del
inconsciente colectivo. Lograron una obra maestra irrepetible, y fue una obra
maestra porque tuvieron muchas obras alumnas, incluso los Rolling Stones se lanzaron al falsete, como si de unos Farinelli del rock se tratara, con su Emotional Rescue, a la estela de las super-ventas travolteras.
En España apareció un grupo oriundo de Italia, los New Trolls, que interpretaron, nada mal, por cierto, dadas las
circunstancias y el presupuesto, la banda sonora del remedo nacional del Sábado
Noche. Nunca en Horas de Clase, se llamó el experimento, y uno no puede decir que
lo ha visto de todo hasta no haber visto esta cinta. La expresión ¡ver para
creer! se queda corta ante la experiencia de su visionado. La imitación-plagio
del estilo Bee Gees es
pasmosa; las coreografías discotequeras de la película son otro cantar y entran
directamente en la categoría de los despropósitos más desproporcionados del
cine patrio.
Tras la resaca discotequera, los tres hermanitos Gibb se alían con Peter Frampton para destrozar el Sargent Pepper beatleniano, vía versión cinematográfica; su banda
de corazones solitarios se queda más sola que nunca ya que nadie va a ver la
insufrible adaptación de tan magna obra, bueno, yo sí, y es que, a veces,
¡tengo un estomago!
El tremendo tropezón queda pronto olvidado
recuperándose con el siguiente disco, Spirits Having Flow, y como verdaderos espíritus aparecen en la portada
de susodicho, entre flous rojos y
amarillos, melenas y barbas al viento, cual anuncio de laca, estilo David
Hamilton, se tratara y rostros
de no haber roto un plato en sus vidas; un estilismo infernal para un titulo
celestial, que arrasa a los compases de Too Much Heaven (cediendo sus royalties a Unicef, la sonrisa de un niño bien lo vale), Love
You Inside Out y la marchosa Tragedy. Este disco tuvo en España, casi, más repercusión
que el Sábado Noche. Yo, ya, no
tuve presupuesto para comprármelo, pero mis amigos me lo dejaron en numerosas
ocasiones.
Cuando se llega a lo más alto, bajar es el único
camino posible pero la caída desde un triunfo tan universal puede ser de lo más
fructífera. A partir de entonces, juntos o por separado los Bee Gees siguieron cantando, componiendo y colaborando con
nombres tan ilustres como Barbra Streisand, Dolly Parton, Kenny Rodgers, Diana Ross, Dionne Warwick y un largo etc . . .
Intentaron repetir el triunfo del 78 con la segunda
parte del Sábado Noche, titulada,
como no, Staying Alive,
pero aquello fue un espanto donde un Travolta, hiper-musculado, se pasa el
metraje dando saltos en taparrabos, rallando el ridículo en todo momento y
nuestros hermanos favoritos entonando unos cuantos temas mucho menos inspirados
que los anteriores.
Vivieron la ascensión
y caída de su hermano Andy,
prematuramente malogrado por el abuso de estupefacientes, pero eso da para otro
artículo. Y continuaron con éxitos aislados: You win Again, The Woman in You, He’s a Liar . . .
Ya, solo sobrevive Barry, el primogénito de buenos genes y gran favorito de mi hermana en su
época de macizo, jamonazo y melenudo.
Farrah, Donna, Bobby, de Boney
M, Robin y Maurice, . . . entrar en la sesentena está siendo catastrófico para los ídolos de mi
juventud. Menos mal que aún me quedan Frida y Agnetha, pero no lo diré muy alto, por si acaso.
Fue la reina indiscutible de la música
disco y una de las
vocalistas más populares y vendedoras de la segunda mitad de los 70. Su
tremenda voz marcó a toda una generación de bailones en las discotecas de medio
mundo. Yo viví su época de esplendor siendo rendido admirador de su arte. Pero
hagamos un poco de historia.
LaDonna Adrian Gaines nació en Boston en 1948 y su
historia parece sacada del guión más típico, y tópico, de “la chica pobre que
llegó a estrella del show-bussines gracias a su tesón y algo de suerte”.
Se formó, musicalmente hablando, en la iglesia de su
barrio donde empezó a cantar en el coro parroquial, destacando, prematuramente,
por sus portentosas cualidades canoras. Pero la niña de origen humilde nos
salió rebelde y, ya, de adolescente, se vio que sus gustos iban por otros
derroteros menos espirituales, haciendo sus primeros pinitos profesionales como
vocalista en grupos de rock y
modernidades por estilo, hasta que se enroló en la troupe teatral de la gira europea del musical Hair, uno de los éxitos del momento.
En Europa encontró el amor y se casa
con Helmut Sommer de quien
adoptaría su apellido, sensiblemente modificado, para darse a conocer
artísticamente con el definitivo nombre de Donna Summer. Tras unos años de trabajo en la Vienne
Volksoper, donde se hartó de hacer
musicales, es descubierta por un par de avispados productores Pete
Bellote y Giorgio Moroder que la contratan como cantante para sus experimentos
musicales destinados a las pistas de baile.
El
primer trabajo surgido de tan bien avenido trío es un éxito rotundo y su
impacto, inmediato y certero; el single Love to Love You Baby se convierte en uno de los temas más vendidos del
año, amén de levantar un autentico revuelo por lo “orgásmico” de su
interpretación. No en vano Donna nos ofrece a la largo de los 17 minutos que
dura la canción todo un arsenal de gemidos y susurros de lo más provocadores.
Reconozco que a mi me encantaba la canción, pero del rollo del orgasmo y todo
eso, no me di ni cuenta. Aunque la portada del disco no dejaba lugar para la
duda: la chica se lo estaba pasando bomba.
I Love You, I feel Love, Our Love y
demás títulos por el estilo,continúan
la línea erótico-festiva que tan buenos resultados comerciales les están dando:
ritmos pegadizos, interpretación extremadamente sensual y unas portadas tan
vistosas como extravagantes que acaban por convertirla en el máximo mito
erótico de la música de color.
A un ritmo de dos LPs por año, algo
impensable hoy en día para ningún artista, y con títulos tan “amorosos” como A
Love Trilogy o Four
Seasons of Love, regresa
triunfalmente a su país natal en 1978, ya convertida en una estrella por
derecho propio.
Gana el Oscar a la mejor canción del año con el tema Last
Dance que interpreta en la
película ¡Por Fin Ya es Viernes!,
horripilante bodrio fílmico-discotequero que intenta prolongar el éxito de Fiebre
del sábado Noche sin ningún
pudor. Yo me la tragué una tarde de domingo y con muy buen criterio, salí
espantado de la sala, con cara de “no me lo puedo creer”, pero tarareando la
cancioncita.
La racha de éxitos continua
con McArthur Park y, sobre
todo, con Bad Girls, el
mejor trabajo de su carrera, un disco redondo, y no me estoy refiriendo a su
forma, ja, ja,ja, . . . donde, desde otra portada despampanante, en la
que aparece como una buscona insinuándose junto a una farola, cantó aquello de Hot
Stuff, “temazo” que volvería a
conocer el triunfo, años después, desde la cola del paro de los Full
Monty.
Su status
de diva de la canción quedo sellado al medirse, de tú a tú, con la mismísima Barbra
Streisand en el mejor momento de
su carrera. Su duelo interpretativo del tipo: “a ver quien grita más” se saldó
con un empate antológico que hizo bailar a las plateas de medio mundo al
conjuro de Enough is Enough,
a la vez que nos prometíamos, entre desgañite y desgañite, no derramar más
lágrimas. La fotografía de tan histérico dúo dándose la espalda, pelo afro en
ristre, no tiene precio . . . es un autentico icono de la época.
El cambio de década no le sentó nada mal a la
estrella y cada paso que daba asentaba, aun más, su trono discotequero, ya
fuera desde lo alto de una radio de la post-guerra, otra portada emblemática,
en On The Radio o como una
vagabunda, no muy creíble, que, ya, empezaba a sonar de lo más “ochentera” en The
Wanderer.
Continua su metamorfosis aliándose con Quincy
Jones, el productor de Michael
Jackson, para sonar igual que su
pupilo en Love is in Control,
pero nos gustaba más cuando sonaba a ella misma, y todavía tiene tiempo para
tener una niña, la segunda, mientras nos asegura que trabaja duro para ganar
dinero en She Works Hard for The Money, ataviada con las galas de la camarera más sexy de
la música disco. Otro tema que desgasté, de tanto bailarlo, el verano del 83 en
mi pueblo.
Todo apuntaba a un reinadocasi-eterno o, al menos, con cuerda para rato, cuando
se produjo uno de los episodios más extraños y controvertidos de su
trayectoria. Cansada de tanto ajetreo y tras ciertos coqueteos con la drogas,
Donna supera una profunda depresión reencontrándose con el cristianismo en su
vertiente más “carca” y reaccionaria. Fue entonces que se le atribuyeron unas
lamentables declaraciones acerca del SIDA que ella consideraba un castigo de Dios a los
excesos de la disoluta vida de los homosexuales, ¡cuánto daño hacen
algunas creencias! El tsunami mediático que produjeron esas palabras hizo que
la comunidad gay, su
público mayoritario, le diera la espalda. Hubo retirada organizada de sus discos
en muchas tiendas y su desaparición de los hit-parades fue inmediata.
Aunque Donna ha manifestado, reiteradamente, que ese
episodio jamás se produjo, la sombra de la duda no ha dejado de planear sobre
aquello y los intentos posteriores de revitalizar su carrera no fueron
todo lo fructíferos que hubiera deseado.
Pese a todo volvió a conocer éxitos como This
Time I know it’s for Real, con los inefables productores Stock, Aitken y Waterman , paradigma
del sonido disco de los ochenta, y parecía que escuchábamos a una Kylie
Minogue con más voz, o a un Rick
Asley versión “negraza”, pero,
igualmente, esa no era nuestra Donna de toda la vida.
Re-regresa, por enésima vez, desplegando poderío en su discotequera
versión de la empalagosa Con Te Partiro del tenor ciego Andrea Bochelli. Y continua lanzando algún que otro éxito, como Love
is the Healer, pero nunca del
calibre de los de antaño
Su muerte el 17 de Mayo de 2012 víctima de un cáncer
de pulmón, pilla de sorpresa a una buena legión de seguidores. Pero, ¡si aun no
nos habíamos recuperado de la desaparición de Whitney Houston!
Para el recuerdo,
siempre nos quedará su voz y ese estilo inconfundible, banda sonora de otros
tiempos, tan lejanos en el tiempo y tan cercanos en mi memoria.