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lunes, 8 de abril de 2013

Reinas del Destape (II): Amparo Muñoz, La Muchacha Más Guapa del Universo


     Fue una de las noticias más comentadas de su tiempo en la España, todavía aislada internacionalmente, de los últimos años del franquismo; una malagueña con apenas veinte años recién cumplidos era elegida Miss Universo. 
     A  mi casa llegó la revista Semana que en portada y páginas interiores “a todo color” recogía el histórico hito. Amparo Muñoz que así se llamaba la guapísima se convertía de la noche a la mañana en una celebridad, en una heroína nacional, después del triunfo épico de Massiel arrasando en el Festival de Eurovisión el mundo entero, por fin, se rendía ante lo evidente: la mujer española era la más guapa del planeta; morena, decente y cuando besa, es que besa de verdad. 
      ¡Abajo las anglosajonas! ¡Arriba las mantillas! ¡Muera la diadema! ¡Viva la peineta! Ya solo quedaba que nos devolvieran Gibraltar.
       Un recatado traje verde botella, nada favorecedor por cierto, cubría la totalidad de una anatomía que pedía ser mostrada a gritos. Pasarían muy pocos años para que Amparo luciera todos sus encantos con generosidad y contundencia, pero de momento la “chicha” brillaba por su ausencia.
       Aún debe estar guardada esa revista en algún rincón del garaje de la casa de mi pueblo y yo leí y releí, varios veranos seguidos, la entrevista en la que la recién nombrada bella universal confesaba que lo único que ambicionaba era seguir siendo secretaria en su Málaga natal, casarse y tener hijos, llevar una vida anónima, vulgar y que la celebridad le importaba un comino.
      La vida, que a veces es muy extraña, le tenía reservada, sin embargo, un recorrido que viajaría por unos derroteros bien distintos a los planeados.
      Fue ese verano de 1974 cuando me enteré que existía eso de Miss Universo: ¡¡un jurado humano era capaz de certificar quien era la más guapa de toda la creación!!, meditó mi mente de niño, ¿eso incluiría a guapas de otros planetas?, me preguntaba mientras contemplaba las fotos de todas las guapas terráqueas. Allí no había ninguna con apariencia extraterrestre.
        Definitivamente lo de la mas guapa del Universo era un camelo. Rubias, morenas, orientales o africanas, todas eran de La Tierra y gracias.


      Nuestra bella  pronto se reveló como una auténtica antisistema, renunciando a los seis meses al reinado que la garantizaba como la más hermosa, y tras liberarse de una corona que no le apetecía mucho llevar a cuestas, el cine patrio, hambriento de nuevos rostros que exhibir, llamó a su puerta en forma de tentadoras ofertas.
      Su cara y, sobre todo, su cuerpo fueron uno de los emblemas de la transición española y todo lo contrario que “la Guapa, Guapa”, que rezaba la copla, ella si tuvo nombre y apellido y convertida en actriz, Amparo Muñoz lució palmito en películas como: Tocata y Fuga de Lolita, Vida Conyugal Sana, Mauricio Mon Amour, La Otra Alcoba, Sensualidad o Clara es el Precio, que si bien estaban asociadas, irremediablemente, a la moda del destape y la ola de erotismo que nos invadió, ya desde el principio, los títulos en los que participó estaban muy por encima de la media de calidad y fueron bastante más interesantes que los de muchas de sus colegas “destapistas”.


      Paralelamente, se convirtió en una de las favoritas de la prensa y acaparó portadas y reportajes en revistas como Fotogramas, Interviú, Blanco y Negro o el ABC, que siempre la mimó mucho.
      Su vida privada, sin embargo, despertaba bastante más interés que su carrera y relaciones sentimentales con Patxi Andión, Máximo Valverde o Elías Querejeta llenaron las páginas del papel couche.


       Sus películas aumentan en calidad y es reclamada por los mejores directores. Trabaja con Vicente Aranda, Carlos Saura, Pilar Miró, Eloy de la Iglesia, Jaime Chávarri o Fermín Cabal, entre otros, y se suceden títulos como: Mamá Cumple Cien Años, Hablemos del Amor, La Reina del Mate, o Dedicatoria.
      Volvió a acaparar todas la portadas cuando nos ofreció un suculento reportaje fotográfico de su exótica boda “balinesa” con un tal Flavio Labarca abriendo veda al resto de famosos que también se casarían de maneras más alternativas al sí quiero tradicional, pero en estos menesteres Amparo fue la pionera. El mozo en cuestión, y flamante marido, hizo honor a su aspecto de chulo y resultó ser traficante de drogas o algo así, y tan malas compañías marcan el inicio de su inexorable caída.
      Desde entonces, desgraciadamente, su fama se sustentó a base de noticias más cercanas a la crónica negra, que al glamour  que rodea una estrella: drogas, separaciones, ruina económica, enfermedades, sida . . . la bella consumida por la bestia.
       Su espectacular físico se fue deteriorando y su rostro angelical de rasgos pluscuamperfectos dio paso a las marcas de una vida imperfecta, vivida con demasiada intensidad.
      Prematuramente envejecida, sin embargo, sus facciones nunca dejaron duda de un inequívoco pasado como reina de la belleza.


      Entre sonoros escándalos como la condena a cuatro años de cárcel por tenencia de heroína, el impago de facturas o la fatídica noticia que la hacía moribunda infectada de VIH en un hospital madrileño, regresa esporádicamente al cine de manos de Fernando León de Aranoa en la estupenda Familia o con Paul Naschi, otro mito nacional, en Licántropo. Aunque será su participación en el programa La Maquina de la Verdad, desmintiendo todas esas noticias lo que marca su verdadero regreso a la popularidad, ¡que pena!
      En 2005 publica una conmovedora autobiografía con rotundo titulo, La Vida es el Precio donde desgrana su dramático periplo vital.
      Cuando nos enteramos de su muerte, con tan solo 56 años quedaban ya muy lejos sus años de esplendor. Las reseñas en la prensa hicieron hincapié en el mito del ángel caído, y yo me acordé de la revista Semana que guardando polvo en alguna caja del garaje de la casa de mi pueblo contenía ese reportaje “a todo color” donde una muchachita de Málaga aspiraba a ser una anónima secretaria, madre de familia y trabajar para luego descansar sábados, domingos y fiestas de guardar.


     Ninguna otra española ha sido elegida nunca más Miss Universo y mira que la mujer española es la más guapa y decente, la más buena y honrá. Debe ser que por ahí afuera nos tienen mucha envidia, que aquí en España es donde mejor se vive del mundo y eso de  mucha rabia.
     




viernes, 22 de febrero de 2013

Nadie como Nadia



     Las Olimpiadas de Montreal  del año 76 fueron mis primeras Olimpiadas, al menos las primeras de las que tengo un recuerdo claro.
     Recuerdo ese verano en el que vinieron mis primos a casa a pasar unas semanas de playa coincidiendo con el evento deportivo. Realmente eran primos de mi padre, aunque por edad más cercanos a mí y mi hermana, pero en cualquier caso mayores que yo y en consecuencia más sabios.
     Ahí descubrí, por los comentarios de mi primo, que las Olimpiadas se celebraban cada cuatro años y cada vez en una ciudad distinta. La última había sido en Munich, algo lejano me sonaba eso pero me sonaba, y ahora tocaba el turno en Montreal.
     Por la noche, por eso del desfase horario, se retransmitían carreras y competiciones varias, todas intensas, todas emocionantes y todas decisivas.
     Me enteré que nombres que me sonaban familiares como Mark Spitz, que me sonaba como de toda la vida, venían de otras Olimpiadas. El señor Spitz sin ir más lejos había ganado siete medallas de oro nadando y fue la estrella de Munich en el 72, y es que cada olimpiada tenía sus estrellas.


     Mi primo, primo de mi padre, sabía mucho de esto, ya que era muy listo, incluso había ganado un concurso en la televisión, así que me puso al día y a mí que eso de las estrellas me molaba que no veas, me aprendí todas sin pestañear.
     Montreal fue una Olimpiada más y tuvo sus estrellas, como todas las Olimpiadas, atletas, nadadores, luchadores y gimnastas que subieron al Olimpo de la fama y estuvieron en boca de todos: Kornelia Ender, Alberto Juantorena y un selecto etcétera acapararon la atención de todos nosotros, simples mortales, pero . . . nadie como Nadia.
     Nadia Comaneci fue la estrella indiscutible de Montreal, ¡y qué estrella!.
     Apenas una niña y con catorce años cumplidos, peinaba cola de caballo y llegaba a Montreal con la aureola de promesa a tener en cuenta, ya había destacado en los campeonatos de Europa, así que los jueces tenían puestos los ojos en ella.


     Lo que nadie se imaginaba era lo que estaba por venir. Por primera vez en la historia de la gimnasia la pequeña Nadia lograba un sorprendente e imprevisible diez por su ejercicio, es decir: la perfección. El asunto es que ni siquiera los marcadores estaban preparados para esta situación con lo que al anunciar su nota expusieron un anecdótico 1,00, y digo anecdótico por no decir cutre, así como suena, pero es que no había otra manera de representar su nota.
     Luego obtuvo otros seis “dieces” más, siete en total y ganó tres medallas de oro, una de plata y otra de bronce, a parte del extraoficial titulo de Reina de los Juegos.
     Su triunfo trascendió más allá del reducido círculo de la gimnasia y se convirtió en un personaje popular en el mundo entero.
     Incluso hoy en día su nombre sigue sonando aunque no hayas visto un ejercicio de gimnasia en tu vida y decir Comaneci es sinónimo de decir gimnasta de las buenas.
     Pero volviendo a Montreal, recuerdo como sus intervenciones focalizaban la atención y los comentarios de todo el mundo, al menos en mi casa y en mi círculo cercano.
     A mi Nadia me resultaba un misterio, a veces seria y con cara de amargada y otras veces juguetona y simpática cuando realizaba algunas de sus rutinas. A veces parecía bailar y disfrutar como una niña traviesa en vez de estar compitiendo por una medalla, otras veces podías leer la concentración en su rostro y entonces no parecía una niña en absoluto.
     Tras el triunfo en Montreal y la posterior resaca de gloria mediática su nombre fue dejando de sonar a todas horas, excepto cuando había alguna competición donde ella participaba.
     Cuatro años después la vimos en las boicoteadas Olimpiadas de Moscú y Nadia ya no era la niña de la cola de caballo y mucho menos sonriente. Era una mujer pechugona, musculosa, con cara de mala leche y un corte de pelo a lo “tazón” de lo más desfavorecedor. Ganó medallas de oro otra vez, pero la campeona absoluta fue otra, una gimnasta rusa que se llamaba Yelena Davidova que, claro, no fue la reina que resulto ser “la Comaneci” cuatro años antes, ¿alguien recordaba ese nombre?


     De hecho la reina de los juegos de Moscú fue un oso, el Osito Misha, para más información, mascota oficial de los juegos que, con serie de televisión incluida, fue un muñequito bien popular entre la chiquillería del momento como ninguna otra mascota lo fuera o lo hubiera sido, con permiso de Naranjito, Cobi, Curro
y cualquier otra mascota anterior y posterior.


     Una vez retirada de la competición Nadia siguió siendo noticia esporádicamente pero por motivos extradeportivos, como la huida de su Rumanía natal y su asilo político en los USA.
     Ahora vive allí, está casada con otro gimnasta super-campeón olímpico americano, Bart Conner, es madre de un hijo, comentarista deportiva, mujer de negocios, embajadora de deportes de Rumanía, país al que regresó para casarse y donde es una verdadera heroína, está hiper-recauchutada y tan pichi. Pues nos alegramos por ella.
     Por cierto que una lectora de mi Blog, y sin embargo amiga, me sugirió hace tiempo que escribiera unas líneas sobre Nadia
. Sugerencia aceptada y cumplida.


sábado, 24 de noviembre de 2012

Niña Mala, Niña Buena



     Carrie era joven, inocente, marginada, maltratada, tímida . . . y buena. Tenía ganas de cambiar, de integrarse, de ser aceptada, de ser querida. Era el paradigma perfecto de la adolescente típica, tópica y habitual . . . pero tenía un secreto inconfesable, como todos nosotros, pero más.
     Corría el año 1976 y en plena fiebre post-exorcista el tema de niños “cabroncetes” estaba a la orden del día y Carrie encajaba en ese patrón.
     Se anunciaba como una película de terror, al uso, aunque allí había mucha más tela que cortar.
     ¡Qué maravilla! ese lírico comienzo de adolescentes en las duchas, tras un reñido partido de voleibol. A cámara lenta, entre vapores y risas, un grupo de muchachitas se divierten con despreocupación, y de repente: ¡¡sangre!!, la sangre de la primera menstruación de la protagonista; todo un anticipo de que la cosa va a ser fuerte.
     Carrie aterrorizada ante la visión de su propia sangre pide auxilio presa de un ataque de pánico, pero es cruelmente vejada bajo un montón de burlas y compresas. La algarabía que se monta queda súbitamente silenciada cuando una bombilla salta por los aires a los compases del grito desgarrado de la joven acosada. Se vislumbra la tragedia.


     A lo largo de la película nos vamos enterando de que Carrie es hija de una cristiana integrista y que su padre un día salió a por tabaco y no volvió, cuando se dio cuenta de que con su santísima esposa iba a mojar menos que Robison Crusoe antes de encontrarse con Viernes, y eso con suerte. La pobre cría vive sometida bajo las paranoias de su madre, que está como un cencerro, y le hace rezar día sí y día también para que se arrepienta de sus hipotéticos pecados; el peor de ellos haber nacido fruto de un “polvete” bajo los efectos embriagadores de unas cervezas de más.
     Por si esto fuera poco, sus compañeras de clase la detestan, ya que están castigadas a agotadoras sesiones de gimnasia por haberse comportado con ella como unas verdaderas “guarras” en el incidente del vestuario.
     Entre tanto desconsuelo nuestra heroína descubre que tiene poderes y que con una simple mirada puede mover cualquier objeto a su santa voluntad. Mira tú que suerte.
     El guapo oficial del Instituto, que no es otro que Wilian Katt, más conocido en España como El Gran Héroe Americano, una especie de Superman torpe que vestía mallas rojas y volaba deficientemente, en una serie de televisión que arrasó en nuestro país en los años 80,  coaccionado por su propia novia, invita a Carrie al Baile de Fin de Curso con el fin de compensar la vejaciones a la que ha sido sometida por sus compis.


     Tras las infructuosas negativas de nuestra protagonista a ir al baile, pues teme que se vuelvan a burlar de ella, y tras enfrentarse acaloradamente con su histérica madre, finalmente accede. Pero nosotros ya sabemos que allí volverá a ser sometida a su enésima vejación y, literalmente, es duchada con sangre de cerdo tras ser coronada como Reina de del Baile. Su venganza será terrible.
     Tras cargarse a todos sus compañeros y profesores, a los que les hace arder en una pira de lo más truculenta y pirotécnica, se encuentra, al llegar a casa, a su desquiciada madre enajenada y con ganas de guerra, con lo que a la pobre cría no le queda más remedio que crucificar a su progenitora con unos cuantos cuchillos voladores bajo los gritos orgásmicos de la maternal mártir, que parece gozar como nunca ante semejante martirio.


     Tras tanto desaguisado Carrie decide que lo mejor . . . es suicidarse.
     Y cuando, por fin, creemos que todo se ha acabado, una mano ensangrentada surge de su tumba para que así podamos respingar a gusto y satisfechos y reírnos de nuestro propio susto.
       Este final no solo fue antológico, sino que sería imitado hasta la saciedad desde entonces, pero nunca superado.
     En Carrie vimos por primera vez a John Travolta en el cine, antes de que se pusiera a cantar y bailar, en plan hortera, con traje blanco o cuero negro.  
       Sissy Spacek, la protagonista, estaba sensacional en su doble faceta de monstruo-frágil, tanto como Piper Laurie, la madre loca, y las dos fueron nominadas al Oscar, pero no ganaron. Una lastima.
        El resto del reparto, también estaba también sensacional: la profe buena, que luego la vimos como madrastra buena en la serie Con Ocho Basta; la amiga buena, que luego se casó/divorció con Steven Spielberg en la vida real; y las enemigas malas, que eran todas muy “cabronas” y se mueren por eso, por “cabronas”, como Dios manda.
       Y la música y la fotografía y el montaje, con esa pantalla partida en dos, y todo lo demás, fue sensacional.
     Brian de Palma, el director, se consagró como el mejor alumno de Hitchtcock y nunca estuvo mejor que aquí.
     En Carrie nos emocionamos con su Baile de Fin de Curso, verdadera institución en la sociedad norteamericana, que aparece en pantalla, luminoso, como un lugar celestial, que se torna en infierno en el momento de la venganza. Pero es que, además, estamos de acuerdo con su venganza, aunque se excediera un poco con tanto fuego y cuchillos, todo hay que decirlo. Carrie nos hace reflexionar sobre nosotros mismos, que aunque nos creamos justos y objetivos, en el fondo somos como todo el mundo, y defendemos lo indefendible, básicamente, por afinidad afectiva. Vamos, que ni somos objetivos, ni nada de nada.
     Y es que lograr que simpatices con un capullo en potencia no es algo tan difícil de conseguir, solo tienes que creerte sus motivos.
     Y eso es algo que hacemos todos, todos los días. Unos en un sentido y otros en el sentido contrario, aunque no seamos conscientes de ello.
     ¡¡¡Que chungo!!!!


martes, 13 de noviembre de 2012

Leyendas Urbanas


     
     Vivimos rodeados de información, una cierta, otra no; oímos noticias, cotilleos, rumores, secretos y propaganda a la que a veces no prestamos ninguna atención y otras veces nos marca, incluso, para toda la vida. 
     Yo que siempre presumí de ser persona bien informada, soy lo que se dice un absurdo acumulador de datos, de esos que no sirven, absolutamente, para nada, a lo largo de mi vida he podido concluir que la información da igual que sea veraz o no, lo importante es que te la creas. Y a este punto es donde yo quería llegar.
     Hay que gente que jura y perjura que ha vivido tal o cual situación y si no ellos, exactamente, sí alguna persona allegada de total confianza o un allegado de otro allegado de la misma confianza, o más, aunque no lo hayas visto en toda tu vida y no tengas la menor intención de verlo el resto de la vida que te queda.
     ¿Cuánta gente ha tenido experiencias paranormales? ¿Cuántas personas aseguran de haber percibido algo parecido a un fantasma?  ¿A cuantos conocemos que hayan experimentado fenómenos extraños, apariciones, sensaciones, premoniciones o intuiciones inexplicables? ¿A cuantos se les ha aparecido la dama de la curva? ¿Cuántas curvas, solo en España, tienen dama de la curva? ¿Y en el resto del mundo?
     Existe otra cosa más extraña aun: los falsos recuerdos colectivos, es decir, cosas que nunca existieron y que, sin embargo, son recordadas por una multitud, a veces abrumadora, de personas. Incluso, por casi toda la sociedad.
     Y es así como se crean las leyendas urbanas.
     Leyenda urbana es  que el niño feo de la serie Aquellos Maravillosos Años creció y se convirtió en Marilyn Mason. Me lo han asegurado mil veces y resulta que el joven actor infantil se retiró de la farándula al acabar la serie y ahora es un abogado anónimo pero feliz.




     Leyenda urbana es que los chinos en España no pagan impuestos. Tienen una exención fiscal de cinco años, por eso proliferan tanto sus negocios. El dato está en la calle y da igual que no haya manera de contrastarlo, tú te lo crees porque te lo dijo alguien de confianza que se entero por otro alguien que lo sabe de primera mano o de muy buena tinta.
     Lo de "muy buena tinta" es infalible y siempre veraz.
     Además que te lo cuenta, indignado, la misma persona que no paga un duro. Porque seamos claros, aquí solo paga el que está "pillao".
     Leyenda urbana es que Richard Gere se introdujo un hámster por el culo, así como suena. Parece ser que todo el mundo tiene un conocido en el hospital donde le extirparon al simpático animalito, ya que, el pobre, se perdió entre tanto intestino y no supo salir. Sin más comentarios.

     Recuerdo colectivo es que Afrodita A, la sonrosada compañera robótica del inefable Mazinger Z lanzaba sus misiles al grito de: ¡¡pechos fuera!!
     Esta leyenda ha sido para mí como una cruzada personal. Incluso me llegué a revisar todos los capítulos emitidos en nuestro país de esta emblemática serie de dibujos animados para comprobar si la metálica heroína vociferaba la famosa y recordada frase. Nada, ni rastro de la misma. El mito se forjó en la mente colectiva como una extraña combinación de recuerdo visual, ya que efectivamente la estilizada robot lanzaba sus tetas a modo de misiles destructivos, freudiana metáfora del poder femenino por otra parte; y recuerdo auditivo, era el propio Mazinger Z el que gritaba: ¡¡puños fuera!! y ¡¡fuego de pecho!!. 

     De aquí al recordado Pechos Fuera solo había que dar un pequeño paso.
    Yo llegué a apostarme una cena contra una veintena de amigos, que me aseguraban haber oído, repetidamente, tan contundente grito de guerra femenino. Pero a pesar de mi repaso sistemático de todo el serial, no tragaron. 
     Recientemente en un telediario a hora de máxima audiencia, hablaron de este tema y vinieron a confirmar lo que yo ya sabía: la frase nunca fue dicha. Desgraciadamente ya no me hablo con ninguno de esos veinte amigos para ganarme veinte cenas, jo!



     Siguiendo con las leyendas pectorales, se ve que el pecho femenino da para ello, corrió la afirmación de que a nuestra fantasiosa Ana Obregón se le reventó una teta en un avión ¡¡¡en pleno vuelo!!!. Ella lo ha desmentido insistentemente, pero ciento ochenta y cinco testigos oculares no pueden estar equivocados. Amen que el desaguisado que tuvo que ser tanta silicona desparramada en tan reducido espacio no pudo pasar desapercibida así como así. Silicona con ADN sin duda. Nunca sabremos la verdad.




     También he oído que si te miras en el espejo a las doce de la noche, completamente solo, en casa, con una vela e invocas a no sé quién, verás tu propia muerte. Primero: a ver quién es guapo que se atreve a hacer esto, bien por miedo, bien por miedo al ridículo. Segundo: ¿A qué clase de pervertido le interesa ver su propia muerte?
a      Otros, dicen que en las alcantarillas de Nueva York hay cocodrilos, que son los descendientes de las mascotas que losom ciudadanos de tan populosa metrópoli han tirado por el retrete.
     A mí, sinceramente, si me dan a elegir entre un cocodrilo de cloaca y la teta de la Obregón me quedo con la teta! Es que un cocodrilo con olor a detritus, como que no!

jueves, 11 de octubre de 2012

Zombies, conflictos y otros asuntos



     Corría el año 1979 y en plena adolescencia lo que molaba era ir a ver películas de terror, cuanto más terroríficas mejor. Y verdaderamente que la década de los 70 fue fructífera en cantidad y calidad de horrores cinematográficos.
     Zombie fue un titulo mítico y de visión obligatoria para todos los jóvenes cinéfilos y amantes de las emociones fuertes de aquel entonces. Venía precedido de la determinante y morbosa clasificación “S”, esto es: ¡podía herir la sensibilidad!, del que la tuviera, y como reclamo principal amenazaba con un eslogan de los que marcan época: “cuando no quepa nada más en el infierno, los muertos andarán sobre la tierra”, esto prometía.
    
El asunto empezaba con la tierra invadida por una plaga de seres voraces y bastante torpones que su única finalidad conocida era alimentarse de carne humana, no se sabe por qué. Como se trataba de la continuación de otro título emblemático: La Noche de los Muertos Vivientes, intuimos de antemano que el asunto va de muertos resucitados. Así, en medio de una tertulia televisiva de lo más desasosegante, un grupo de reporteros hartos de ver discutir sin llegar a ninguna conclusión valida, huyen en helicóptero, no se sabe hacia donde, teniendo que aterrizar de emergencia en un Centro Comercial de lo más acogedor, donde se refugian junto a unos cuantos supervivientes de los sistemáticos ataques de los zombies antropófagos que dan título a la película.


    
Los muertos vivientes pese a ser torpes y seres sin pensamiento, ni raciocinio, de forma autómata van al centro comercial a su ritual diario de consumismo desatado. Van con sus trajes de faena y así contemplamos una procesión de enfermeras, carteros, fontaneros o camareras putrefactas que chocan contra las puertas cerradas de su centro de ocio favorito como si de una canción de Viva La Gente se tratara: ¡¡al lechero, al cartero y al policía saludé!! . . . clamaba el iluminado grupo cristiano en todas sus actuaciones, para quien no recuerde la letra de  la cancioncilla.
    
El tema se complicaba cuando un grupo de moteros descerebrados, esta vez humanos, rompen la harmoniosa convivencia entre refugiados supervivientes y zombis hambrientos, y una vez destrozadas las puertas de contención, que separan a los unos de los otros, se arma la marimorena en un festival de vísceras y charcutería, cerebros reventados a tiros y demás porquerías por el estilo, que hicieron las delicias del espectador más gore y atrevido, como yo.


     
La película, entretenimiento puro y duro, tenía más miga de la que aparentaba, y destilaba una mala baba de los más fina y sutil, dejando colar entre tanta casquería una crítica indirecta y subliminal a la sociedad de consumo. Al fin y al cabo, ¿no somos todos nosotros esos zombies que consumimos sin ton ni son y seguimos consumiendo aunque peguen un tiro en la cabeza al que tenemos al lado?
     Fue la película más terrorífica de la temporada y tuvo decenas de imitadoras, en una de ellas, Nueva York bajo el terror de los Zombies, se veía, ¡¡en primerísimo plano!!, como una astilla de madera vaciaba el globo ocular de una pobre mujer, para el delirio de los espectadores más morbosos. Aunque fue el cine patrio el que se adelantó a todas las cinematografías del mundo con un titulo glorioso: No Profanar el Sueño de los Muertos, donde se combinaba de forma ejemplar zombies y ecología, pero esta película da para artículo propio.


     En aquel entonces ni me di cuenta, pero hoy, que ya no soy un adolescente, disfruto, como siempre, de este maravilloso entretenimiento a base te tripas y hemoglobina, sobre todo al percatarme de que la realidad es mucho más terrorífica que lo que se ve en cualquier pantalla del cine. No hay más que ver cualquier telediario.
     .


sábado, 8 de septiembre de 2012

¡¡Que la Fuerza nos acompañe!!


   
     Finalizaba el verano de 1977, cuando en uno de esos telediarios que te tocaba ver cuando comías en familia, los sábados, y se veían las noticias, porque se veía lo que quería el padre, que para eso llevaba el dinero a casa y trabajaba mucho, anunciaron un adelanto sobre el cercano Festival Internacional de Cine de San Sebastián (nada de Donosti, en aquel entonces era solo San Sebastián). Como era curioso y cinéfilo, la noticia me interesó, y ¡zas!, de pronto, unas imágenes de una nave espacial volando por espacio y un anuncio: la “premier” de una cosa llamada La Guerra de las Galaxias, que luego, para otra generación, sería Star Wars y sus episodios I, II, III y así hasta VI, en números romanos y como suena, pero eso sería con el paso del tiempo, ahora era solo La Guerra de las Galaxias, titulo español nada acertado, por cierto, pues ahí nunca hubo galaxias que lucharan en sí, ni nada por el estilo, sino una rebelión, bastante chapucera, por cierto, que ganaba batallas de pura casualidad.
     El tema me enganchó de inmediato, la ciencia ficción era, sin duda, mi género favorito, y más por aquel entonces que estaba enganchado a un bodrio televisivo, que a mí me parecía lo más, llamado Espacio 1999 donde La Luna se había salido de su órbita por culpa de una explosión atómica en la Base Lunar Alfa, una especie de almacén de residuos nucleares infalible, que mira tú por donde falló, lo mismito que Fukushima o Chernobil y cruzaba el espacio sideral topándose en cada episodio con seres alienígenas de lo más amargados y hostiles. Tan insuperable argumento estaba aderezado por una interminable lista de monstruos y personaje de los cuales destacaba Maya, una atractiva extraterrestre “metamorfa” de cejas trenzadas que podía transformarse en cualquier cosa que le antojara si la ocasión de peligro lo requería (ejemplo: si Rajoy fuera “metamorfo” se transformaría en Merkel, pero nunca ocurriría lo contrario).


     El empacho semanal de aventuras espaciales sucedía cada miércoles y había que retener el argumento de lo visto para poder rememorarlo el fin de semana, en la calle, con los amigos. Cada cual teníamos un personaje de la serie, yo era el capitán, como no, aunque prefería a la “metamorfa” y el resto de compañeros tenía el suyo.
     Esas Navidades, manteniendo la tradición familiar, mis padres me llevaron a Cádiz a ver la película del año: letras que se perdían en el espacio anunciando una rebelión a golpe de fanfarria sinfónica, princesas secuestradas, héroes rubios como la cerveza, maestros místicos con poderes mentales, robots descerebrados, contrabandistas picarones, monstruos peludos, un malo, malísimo, negro como el azabache y con serios problemas de respiración, espadas luminosas, naves espaciales que van a la velocidad de la luz, agotador, allí había de todo, y todo bueno.
     Quienes me conocen, saben que no exagero cuando digo que aquello me transformó. Me compré los “comics” y la novela que adaptaban la película, hice el álbum de cromos hasta completarlo, como la banda sonora era un disco doble que se me salía de presupuesto me tuve que conformar con la versión discotequera de la misma, que era un disco sencillo de un tal Meco donde tras una inenarrable portada se escondía un igualmente inenarrable contenido sonoro, me convertí en semanal lector de la revista Lecturas para hacer la colección de “posters galácticos” que se fueron publicando durante varios meses, conseguí, de casualidad, un libro que hablaba del rodaje de la película y demás anecdotario y allí me enteré que en los USA se vendían toda clase de cachivaches (naves, muñecos, etc…) que yo no iba a poder tener, así que me los fabriqué, y, en cartulina, pinté robots, naves espaciales y muñequitos, que aún conservo.



     También me presenté a un concurso de redacción, que gané, y cuyo premio eran unos vasos de “cocktail” y unos “postres” exclusivos de La Guerra de las Galaxias, extraña combinación, sí, pero ese era el premio. Por cierto que mi redacción iba sobre una familia que tenía que emigrar a Alemania por que aquí no había trabajo, profético resultó el asunto, nada de ciencia ficción, eso era realismo puro y duro.
     No revelo nada nuevo si digo que el éxito de esta película genero segundas y terceras partes, pero a mí ya me pillaron a traspiés, es decir, con esa edad en la que no eres ni niño, ni mayor, pero crees que eres lo segundo, en fin. . . Con esto ocurrió que cuando se estrenó El imperio Contraataca, segunda parte de mi película favorita, que me encantó, tanto o más que la primera, ya no pinté muñequitos, ni escribí redacciones, ni tan siquiera hice el álbum de cromos, que por cierto ahora anda cotizadísimo en cualquier subasta de internet que tengas la suerte de encontrar, porque se ha convertido en un rarísimo objeto de culto. Algún buen amigo, de entonces, tuvo la tremenda suerte de tener hermanos menores, no fue mi caso, con lo que pudo hacer el indecente paripé de coleccionar los cromos hasta completar la maravilla  que era el mencionado álbum para su hermanito. . . ¡qué suerte! y ¡qué envidia, de la mala!
     Para tercera parte de la saga, El Retorno del Jedi, ya estaba en la Universidad, y aunque me gustó mucho menos, también la disfruté, ¡cinco veces!, en el cine, el mismo número de veces que las películas anteriores, soy muy pesado e insistente si algo me entusiasma, ¡vamos! que me “embuclo”.


     Como tengo alma friky, coleccioné los VHS y luego los DVD que visiono, periódicamente, a modo de metafórica vuelta a la infancia y a la inocencia perdida.
     Ahora, incluso, tengo una pequeña colección de muñequitos y un Halcón Milenario, regalo de mi hermana, pero nada comparable a mis dibujos en cartulina.
     He sufrido estoicamente las espantosas, bochornosas, incluso denunciables en juzgado de guardia, si se me apura, precuelas de tan magna obra inicial, para mí, como si no existieran, y he sobrevivido al disgusto.




     La princesa Leia está gorda pero creo que ha dejado el alcohol, Han Solo entró en la tercera edad sin quitarse un nada resultón pendiente que luce en la oreja izquierda, Luke Skywalker se destrozó la cara en un accidente de tráfico, un día descubrí que Darth Vader era ¡¡Constantino Romero!!, Obi-Wan Kenobi hace tiempo que no está entre nosotros, Chewaka, R2D2 y C3PO pululan de convención en convención, y sobreviven a base de firmar autógrafos, incluso Yoda, ahora, es digital, ¡puaj!, . . . y el mundo sigue girando. Y es que hace mucho tiempo en una galaxia lejana, muy lejana. . .  eran otros tiempos.
¡¡Que la Fuerza
nos acompañe!!


martes, 28 de agosto de 2012

Reinas del Destape (I): Nadiuska, la Exótica.


     
     Desde aquí quiero reivindicar a un mito, mito. Un mito que si hubiera surgido en otro país ahora sería objeto de culto, pero que al ser típicamente español nunca ha sido lo suficientemente reconocido, y eso que cumple todos los requisitos fundamentales que exige la mitología moderna: fama arrolladora en sus años de esplendor, belleza deslumbrante, ocaso prematuro y trágico olvido. Me estoy refiriendo a la única e incomparable: Nadiuska.
     Rowicha Bertasha Simid Honczar, su verdadero nombre, nace en Schierling Alemania el 19 de enero 1952. De padre ruso y madre polaca, de ahí su peculiar apariencia, llega a Barcelona en 1971 y comienza a trabajar de modelo, siendo rápidamente descubierta por Fernando García y Damián Rabal (hermano de Paco Rabal), que prendados de su felina y exótica belleza preparan su salto al mundo del cine.
     Su atractivo físico le abre las puertas del celuloide patrio de principios de los setenta de par en par, ávido, como está, de nuevas bellezas que luzcan su palmito en las primeras intentonas aperturistas de la censura franquista. Y nuestra atractiva germana empieza a ser un rostro, y cuerpo, regular en los repartos más osados de la época, primero en papeles secundarios y decorativos y más adelante como reclamo taquillero en películas de dudosa calidad que explotan sin ningún pudor sus encantos anatómicos. 
     A un ritmo de cinco películas por año y con el nombre artístico, sonoro y contundente, de Nadiuska, la joven alemana se convierte en poco tiempo en el sex-symbol más famoso del país.


     La lista de títulos en los que participa en sus primeros años de carrera es agotadora y representa parte de lo más florido de la caspa hispánica de todos los tiempos, he aquí una muestra: Manolo, la Nuit, Soltero y Padre en la Vida, Vida Conyugal Sana, Lo Verde Empieza en los Pirineos, Polvo Eres, Chicas de Alquiler, Zorrita Martínez, El Señor está Servido, Mi Marido no Funciona o La Mosca Hispánica . . . En ellas, solo aparece como comparsa decorativa de sus super-taquilleros compañeros de reparto: José Luís López Vázquez, Alfredo Landa, Mariano Ozores o Manolo Escobar, entre otros.
     Con la muerte de Franco y la abolición de la censura, nuestra chica de otras tierras se convierte en una de las musas absolutas del cine erótico-peninsular, participando en infinidad de subproductos que solo se centran en explotar su curvilínea figura.
     Sus aparición en la revista Interviu, que la convierte en una de sus primeras y más aclamadas musas, con el fantástico reportaje: Nadiuska se la busca, rodeada de palomas blancas y como Dios la trajo al mundo, y la muy polémica portada en la revista Fotogramas, que tuvo que ser retirada de los quioscos por orden judicial, y en cuyas páginas interiores nos enseñaba los distintos usos de la leche, como alimento y algo más, acrecentaron su popularidad como mito nacional.



     Memorable fue también su aparición el programa de entrevistas de Televisión Española de José María Iñigo, Directísimo, en el que quedaron patentes las nada disimuladas patadas que le daba la estrella al periodista para que cambiara de tema cuando la interrogó sobre un supuesto matrimonio de conveniencia con Fernando Montalván, ciudadano español con cierto retraso mental, que le permitió conseguir la nacionalidad española de forma inmediata pero ilícitamente.
     El escándalo de esta supuesta maniobra burocrática, menoscabó la imagen pública de la estrella y el mito empezó a declinar. Eran otros tiempos y la puritana España de la época no estaba por la labor de permitir que una institución como el matrimonio santificado de los de “hasta que la muerte nos separe” pudiera ser usado fraudulentamente. . . ¡¡Quien te ha visto y quien te ve!!
     Yo siempre la tuve como mi mito erótico español favorito, sin discusión, solo porque, en un viaje de trabajo, mi padre vio como se grababa la escena de una de sus películas en el Hotel Praga de Madrid, donde se alojaba. Yo que oí bien atento el relato de como la había visto correr en bragas por el vestíbulo del hotel a las órdenes del característico: luces, cámaras y acción, como si de una Norma Desmond, cutre, destapada y en color, se tratara, me dije para mi mismo: es mi actriz favorita, sin tan siquiera conocerla.
     Luego, ya, me enteré quien era y como era: una especie de Sophía Loren de ojos rasgados, venida de tierras lejanas que decía “amog” en vez de amor, o “pog qué”, en vez de por qué; ¡Exótico, erótico, escueto y contundente, . . . justo, como a mí me gusta!



     En poco tiempo pude verla en acción dándose el filetazo con Bárbara Rey en una de terror hispano que se llamaba La Muerte ronda a Mónica, donde aseguraban que se morían de miedo los espectadores que aguantaban todo el metraje, aunque yo sobreviví; me la volví a topar como una de las suicidas colectivas de Guyana: El Crimen del Siglo, película que seguía la estela de esas catástrofes escabrosas que poblaron las salas de cine en los años 70 y que a mí me chiflaban, todas; y, por último, la contemplé, anonadado, como decapitada madre de Conan el Barbaro, esta vez, en plan, rubia despampanante que perdía su decorativa testa en plena Ciudad Encantada de Cuenca, todo por defender a su retoño, un infantil Jorge Sanz, que al crecer se transformaría en el mismísimo Arnold Schwarzenegger
.


     Ahora, anda medio trastornada y esquizofrénica, según la prensa más sensacionalista, viviendo su particular calvario: de institución mental a la calle, como mendiga sin techo y de nuevo de vuelta al sanatorio . . . ¡¡para llorar!!
     Lo dicho, si hubiese hecho carrera en los USA, ya tendríamos su biografía filmada, ¡varias veces!, en cine y televisión. Con un papelón de Oscar para la actriz que lo interpretara . . . pero es que en España no sabemos valorar lo que tenemos. ¡¡¡Quijotesco!!

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