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miércoles, 23 de mayo de 2012

La prima Donna de la "disco"


      
      Fue la reina indiscutible de la música disco y  una de las vocalistas más populares y vendedoras de la segunda mitad de los 70. Su tremenda voz marcó a toda una generación de bailones en las discotecas de medio mundo. Yo viví su época de esplendor siendo rendido admirador de su arte. Pero hagamos un poco de historia.
      LaDonna Adrian Gaines nació en Boston en 1948 y su historia parece sacada del guión más típico, y tópico, de “la chica pobre que llegó a estrella del show-bussines gracias a su tesón y algo de suerte”.
      Se formó, musicalmente hablando, en la iglesia de su barrio donde empezó a cantar en el coro parroquial, destacando, prematuramente, por sus portentosas cualidades canoras. Pero la niña de origen humilde nos salió rebelde y, ya, de adolescente, se vio que sus gustos iban por otros derroteros menos espirituales, haciendo sus primeros pinitos profesionales como vocalista en grupos de rock  y modernidades por estilo, hasta que se enroló en la troupe teatral de la gira europea del musical Hair, uno de los éxitos del momento.
      En Europa encontró el amor y se casa con Helmut Sommer de quien adoptaría su apellido, sensiblemente modificado, para darse a conocer artísticamente con el definitivo nombre de Donna Summer. Tras unos años de trabajo en la Vienne Volksoper, donde se hartó de hacer musicales, es descubierta por un par de avispados productores Pete Bellote y Giorgio Moroder que la contratan como cantante para sus experimentos musicales destinados a las pistas de baile.
      El primer trabajo surgido de tan bien avenido trío es un éxito rotundo y su impacto, inmediato y certero; el single Love to Love You Baby
se convierte en uno de los temas más vendidos del año, amén de levantar un autentico revuelo por lo “orgásmico”  de su interpretación. No en vano Donna nos ofrece a la largo de los 17 minutos que dura la canción todo un arsenal de gemidos y susurros de lo más provocadores. Reconozco que a mi me encantaba la canción, pero del rollo del orgasmo y todo eso, no me di ni cuenta. Aunque la portada del disco no dejaba lugar para la duda: la chica se lo estaba pasando bomba.
     




      I Love You, I feel Love, Our Love  y demás títulos por el estilo, continúan la línea erótico-festiva que tan buenos resultados comerciales les están dando: ritmos pegadizos, interpretación extremadamente sensual y unas portadas tan vistosas como extravagantes que acaban por convertirla en el máximo mito erótico de la música de color.
      A un ritmo de dos LPs por año, algo impensable hoy en día para ningún artista, y con títulos tan “amorosos” como A Love Trilogy o Four Seasons of Love, regresa triunfalmente a su país natal en 1978, ya convertida en una estrella por derecho propio.
       Gana el Oscar a la mejor canción del año con el tema Last Dance que interpreta en la película ¡Por Fin Ya es Viernes!, horripilante bodrio fílmico-discotequero que intenta prolongar el éxito de Fiebre del sábado Noche sin ningún pudor. Yo me la tragué una tarde de domingo y con muy buen criterio, salí espantado de la sala, con cara de “no me lo puedo creer”, pero tarareando la cancioncita.
       La racha de éxitos continua con McArthur Park y, sobre todo, con Bad Girls, el mejor trabajo de su carrera, un disco redondo, y no me estoy refiriendo a su forma, ja, ja,ja, . . .  donde, desde otra portada despampanante, en la que aparece como una buscona insinuándose junto a una farola, cantó aquello de Hot Stuff, “temazo” que volvería a conocer el triunfo, años después, desde la cola del paro de los Full Monty.
   

   
      Su status de diva de la canción quedo sellado al medirse, de tú a tú, con la mismísima Barbra Streisand en el mejor momento de su carrera. Su duelo interpretativo del tipo: “a ver quien grita más” se saldó con un empate antológico que hizo bailar a las plateas de medio mundo al conjuro de Enough is Enough, a la vez que nos prometíamos, entre desgañite y desgañite, no derramar más lágrimas. La fotografía de tan histérico dúo dándose la espalda, pelo afro en ristre, no tiene precio . . . es un autentico icono de la época. 
       


      El cambio de década no le sentó nada mal a la estrella y cada paso que daba asentaba, aun más, su trono discotequero, ya fuera desde lo alto de una radio de la post-guerra, otra portada emblemática, en On The Radio o como una vagabunda, no muy creíble, que, ya, empezaba a sonar de lo más “ochentera” en The Wanderer.
      



      Continua su metamorfosis aliándose con Quincy Jones, el productor de Michael Jackson, para sonar igual que su pupilo en Love is in Control, pero nos gustaba más cuando sonaba a ella misma, y todavía tiene tiempo para tener una niña, la segunda, mientras nos asegura que trabaja duro para ganar dinero en She Works Hard for The Money, ataviada con las galas de la camarera más sexy de la música disco. Otro tema que desgasté, de tanto bailarlo, el verano del 83 en mi pueblo.
      



      Todo apuntaba a un reinado casi-eterno o, al menos, con cuerda para rato, cuando se produjo uno de los episodios más extraños y controvertidos de su trayectoria. Cansada de tanto ajetreo y tras ciertos coqueteos con la drogas, Donna supera una profunda depresión reencontrándose con el cristianismo en su vertiente más “carca” y reaccionaria. Fue entonces que se le atribuyeron unas lamentables declaraciones acerca del SIDA que ella consideraba un castigo de Dios a los excesos de la disoluta vida de los  homosexuales, ¡cuánto daño hacen algunas creencias! El tsunami mediático que produjeron esas palabras hizo que la comunidad gay, su público mayoritario, le diera la espalda. Hubo retirada organizada de sus discos en muchas tiendas y su desaparición de los hit-parades fue inmediata.
      Aunque Donna ha manifestado, reiteradamente, que ese episodio jamás se produjo, la sombra de la duda no ha dejado de planear sobre aquello y  los intentos posteriores de revitalizar su carrera no fueron todo lo fructíferos que hubiera deseado.
      Pese a todo volvió a conocer éxitos como This Time I know it’s  for Real, con los inefables productores Stock, Aitken y Waterman , paradigma del sonido disco de los ochenta, y parecía que escuchábamos a una Kylie Minogue con más voz, o a un Rick Asley versión “negraza”, pero, igualmente, esa no era nuestra Donna de toda la vida.
      Re-regresa, por enésima vez, desplegando poderío en su discotequera versión de la empalagosa Con Te Partiro del tenor ciego Andrea Bochelli. Y continua lanzando algún que otro éxito, como Love is the Healer, pero nunca del calibre de los de antaño
      Su muerte el 17 de Mayo de 2012 víctima de un cáncer de pulmón, pilla de sorpresa a una buena legión de seguidores. Pero, ¡si aun no nos habíamos recuperado de la desaparición de Whitney Houston!
         Para el recuerdo, siempre nos quedará su voz y ese estilo inconfundible, banda sonora de otros tiempos, tan lejanos en el tiempo y tan cercanos en mi memoria.



martes, 10 de abril de 2012

La segunda novia de King Kong


     
       Es una de la más celebres actrices de su generación, con una trayectoria repleta de premios y reconocimientos  que pasó de “sex-symbol” a actriz de prestigio como pocas han podido.
      Nacida en 1.949, Jessica estudia Bellas Artes en la Universidad de Minnesota  y se casa con su profesor de fotografía, el español Francisco Grande con el que vivirá en España y Francia una temporada y del que aprenderá el oficio de fotógrafa que más adelante ejercerá con gran reconocimiento.
      Regresa a su país tras separarse de su primer marido y haberse empapado del Mayo francés del 68 e inicia una exitosa carrera como modelo en Nueva York que le permite debutar en el cine protagonizando el “remake” de King Kong de 1.976 a mano de  Dino de Laurentis. La película fue uno de los mayores éxitos del año. Yo aún me recuerdo llorando desconsoladamente, junto a mi prima Blanca, ambos inocentes infantes, la muerte del mono gigante cuando era abatido, injustamente, en lo alto de la neoyorquinas Torres Gemelas, aún en pie, y caía al vacío a los compases de una melodía de John Barry casi idéntica a la de Memorias de Africa.
      Incomprensiblemente la interpretación de Jessica fue el hazmerreir de todo Hollywood y casi finiquita su carrera actoral que no hacía nada más que empezar. Y eso a pesar del comentadísimo striptease que le propina el mono a su amada, a mitad del metraje, en un acto de zoofilia en toda regla.
      Tras tres años en paro forzoso vuelve al cine con un papel decorativo en película de prestigio, All that Jazz, pretencioso musical del director de Cabaret, del que sale airosa haciendo de la muerte, muy atractiva, por cierto.
      Con su siguiente película, otro remake de un clásico, El Cartero siempre Llama dos Veces, se convierte en la actriz más deseada del momento aunque su interpretación es tachada de pornográfica por algunos sectores de la crítica, incluso la mismísima Lana Turner, que siempre fue un putón verbenero e interpretaba a Cora en la primera versión de la película, puso el grito en el cielo. Todo por un polvo antológico con Jack Nicholson en la mesa de una cocina entre harina y levadura, que ya se sabe, hace levantar a la masa cuando esta se calienta.
      Recuperada su credibilidad como actriz, pasa a la primera división de las actrices de los 80 y se hace con papelazos de “sufridora como nadie” en filmes del calibre de Frances (biografía de Frances Farmer), Countrie, Sweet Deams (biografía de Patsy Cline) o La Caja de Música, por todas ellas es nominada al Oscar a la Mejor Interpretación Femenina aunque ninguna de estas películas llegan a funcionar muy bien en taquilla. Solo la comedia Tootsie, junto a Dustin Hoffman, por la que gana el Oscar, es un verdadero éxito popular.
      Como es bien sabido por todos, en Hollywood lo que manda es el dinero y las carnes prietas, así que tanto prestigio interpretativo de poco le sirve a nuestra querida amiga y con el cambio de década su estrella empieza a declinar irremediablemente, pasar de los 40 es mortal para cualquier estrella femenina.
      A pesar de la escasez de papeles vuelve a ganar el Oscar por Blue Sky, interpretando a un ama de casa maniaco depresiva, es decir, como casi todas las amas de casa del mundo, vamos.  Participa en éxitos como El Cabo del Miedo, Rob Roy, o Big Fish, pero la primera línea de la década anterior, definitivamente, es cosa del pasado.
      Debuta en los escenarios teatrales con el beneplácito de la crítica y empieza a aparecer, esporádicamente, por televisión, refugio de viejas glorias, arrollando con Grey Gardens y, recientemente, con American Horror Story, serie revelación de 2.011, donde vuelve a llevarse todos los premios del año. Resulta impagable en su papel de vecina cotilla, cleptómana y llena de fantasmagóricos secretos.
      Nos enteramos que además de actrizón es fotógrafa, y de las buenas, cuando se nos presenta con una exposición antológica en el Centro de Arte Neymeyer, antes de ser finiquitado por el señor Alvarez Cascos y compañía, ¡¡arriba Foro Asturias!!, con la que, posteriormente, recorre la geografía española desde Avilés a Madrid, se ve que lo de “desde Santurce a Bilbao” hubiese sido demasiado corto recorrido para ella.
      Con un físico aun poderoso, a sus ¡¡¡¡milagrosamente no retocados!!!! 62 años, se despacha a gusto contra las políticas ultra conservadoras de su país, siendo decidida activista en causa perdidas como la lucha contra la explotación infantil o la epidemia de Sida en Africa como Embajadora de Buena Voluntad de Naciones Unidas.
      Por cierto, que ha convivido largamente con dos “mazizorros” con cerebro, el bailarín Mikhail Barishnikov y el dramaturgo y actor Sam Shepard, padres de sus cuatro retoños; la chica no tiene mal gusto eligiendo partenaires, hay que reconocerlo.
     
Con cuerda para rato, todavía, estoy seguro, nos dará alguna que otra grata sorpresa esta imponente señora, que desde los tiempos en que el gorila más grande y romántico del cine se quedó prendado de ella hasta nuestros días, no ha hecho más que mejorar.

               
                


      

martes, 3 de abril de 2012

Y yo con estos pelos...


      Fue un musical atípico y rompedor que maravilló y escandalizó a partes iguales, a audiencias de ambos lados del Atlántico. Consiguió que dos de sus canciones llegaran al numero uno en las listas de éxitos y nos hizo sentir a todos sus seguidores un poco hippies.
      Cuando Hair llegó a los escenarios de Broadway en 1968, Estados Unidos vivía momentos muy convulsos con la guerra de Vietnam ocupando el centro de todos los debates ideológicos y morales del país, a la par que todos los informativos. Los escenarios neoyorquinos no fueron ajenos a las corrientes de opinión latentes y el estreno de este espectáculo fue un verdadero acontecimiento. Hair hablaba un lenguaje poco habitual en el género del teatro musical, más dado al escapismo sin pretensiones que a reflejar problemáticas actuales. Además musicalmente hablando era muy contemporáneo con sonidos rockeros y tribales poco o nada habituales en Broadway.
      La obra tardó más de tres años en gestarse y fue el resultado de la colaboración de James Rado, Gerome Ragni y Galt McDermot como autores del argumento, letrista y músico, respectivamente. Todos ellos, amigos y compañeros vecinos del Greenwich Village, el bohemio barrio de artistas de Nueva York, intentaron captar el ambiente y los ideales de parte de la juventud de final de los sesenta.
      Eslóganes como “haz el amor y no la guerra”, drogas, sexo libre y, sobre todo, oposición frontal a la guerra de Vietnam fueron temas demasiado controvertidos para la conservadora sociedad americana. Si a eso añadimos el desnudo integral de la práctica totalidad de la compañía en algún número musical, convirtieron al espectáculo en un verdadero escándalo, lo que a la larga benefició a la obra que se mantuvo cinco años consecutivos en cartel.
      Paralelamente se empezaron a realizar giras por todo el país aprovechando el tirón de sus temas musicales sobre todo Aquarius y  Let the Sunshine, que llegaron al número uno versionados por el grupo The 5th Dimension.
      La adaptación cinematográfica llegó, algo tarde, en 1.979 de la mano de Milos Forman, el director de las multi-oscarizadas Alguien voló sobre el Nido del Cuco o Amadeus y pese a ser uno de los mejores musicales de su tiempo resultó un relativo fracaso de crítica y público, reivindicado años después por una reducida legión de seguidores, entre los que me incluyo, que han elevado la película al status de culto.
      En España nunca ha sido un trabajo muy conocido por el gran público, pese a haber tenido diferentes versiones en los escenarios a lo largo de los años.
      Yo conocí la obra al mismo tiempo que Jesucristo Superstar, así que la tengo asociada en el mismo saco, y he de reconocer que me tiraba mucho más las andanzas musicales del Galileo que el rollito zen de los “jipilongos”.
      Me volví incondicional de este trabajo cuando lo redescubrí con la película que me emocionó, y me sigue emocionando, sobre todo por su conmovedor final, ¡ay, las lloreras que me pego!, y las veces que la vuelvo a revisar sigo descubriendo cosas nuevas, sobre todo en las extraordinarias letras de sus canciones, o en el comportamiento de algunos de los personajes, tanto los principales como los secundarios.
      La carga crítica de la obra es demoledora desde el principio hasta el final, y aunque se ceba especialmente con la Guerra de Vietnam y el ejercito, también carga las tintas contra la hipocresía de las clases altas americanas, el racismo,  los tabúes sexuales o la religión. Tanto es así que la obra fue catalogada de obscena, inmoral y antipatriota, vamos, lo típico.
      Yo vi la película el mismo fin de semana que Apocalipsis Now, coincidieron en la cartelera la misma fecha, con lo que tuve sesión doble de guerra vietnamita ese fin de semana, y reconozco que todo lo que me entusiasmó la una, Hair, me horrorizó la otra, Apocalipsis Now. Ahora soy seguidor de ambas, debe ser que a base de haber bebido Schweppes,  con el paso de los años mi gusto ha crecido.
      Resulta curioso pensar que un trabajo tan mítico y bien resuelto como este, en nuestra querida “España, esa España mía, esa España nuestra” y haciendo gala del eslogan “Spain is diferent”, sea nuestro inclasificable Raphael quien más crédito ha dado ha esta obra, cuando se marcó, a golpe de tamborilero, una inverosímil versión del tema más popular de la obra, Aquarius, que popularizarían posteriormente en la radio el dúo Gomaespuma, donde para el delirio de sus fans y la incredulidad del resto de los mortales, nos dimos cuenta que en cuestión de gustos “no todo está dicho”.
      Yo por mi parte, escribiendo estas líneas he hecho esta reflexión: ¿como es posible el imperdonable error de marketing que comete una conocida marca de bebidas isotónicas, no voy a decir el nombre por obvio, al no adquirir los derechos de tan inenarrable versión, o de cualquier otra, de este “temazo” para la publicidad de su refresco? Si parece que estuviera escrita para ellos.
      Recientemente la obra se ha repuesto en nuestras carteleras sin demasiado éxito, por cierto, una verdadera pena, la verdad, porque en los tiempos que corren su mensaje debería estar más vigente que nunca… debe ser que ya no somos nada hippies.
      Así que con la cara lavada y recién “peinao”  me gustaría despedirme con una de mis estrofas favoritas de una de sus canciones: ¡paz!, ¡flores!, ¡libertad!, y ¡felicidad!... para todos.

                    
                   
                     
               

miércoles, 22 de febrero de 2012

Los Chicos del Village

      Un indio, un policía, un vaquero, un militar, un obrero de la construcción y un motero embutido en cuero negro formaron el estrambótico y variopinto sexteto musical de efímera, pero fulgurante, trayectoria que arrasó en las listas de éxitos a finales de los setenta en medio mundo,  su nombre: Village People.
      Venían de los USA, como tantos otros, y desembarcaron en España a los compases de su tarareado; “¡Young men!” con el que nos invitaban a disfrutar de la vida en su famosísima Y.M.C.A.
      Luego, nos enteramos que en donde en realidad se disfrutaba era en el ejército y nos animaron a alistarnos en la armada canturreando aquello de In The Navy. La cosa se ponía seria si para divertirse había que hacerse marine.
      Ambas canciones desataron la polémica al otro lado del Atlántico, ya que el atuendo del grupo no parecía el más adecuado para tratar con tanto desenfado instituciones tan serias como el ejercito o la Y.M.C.A. (la Asociación de Jóvenes Cristianos estadounidense). Aquí fuimos ajenos a cualquier polémica; definitivamente, somos unos carnavaleros.
       En la cumbre de su popularidad se despacharon, bien a gusto, con una película para la gran pantalla: ¡Que no pare la Música!, que casi nadie fue a ver, y de la que no se recuperaron a pesar de tímidos intentos posteriores por reverdecer viejos triunfos. El film en cuestión, estaba vagamente inspirado en la historia real del grupo, y tiene el dudoso honor de figurar como uno de los “peores” musicales de todos los tiempos, mezclando de forma ¿magistral? la estética más hortera y extravagante, con un argumento simplón que parece no interesar en ningún momento. Aunque logra, eso sí, en un solo numero musical resumir toda la cultura macho-gay americana de los últimos veinte años.
      Hoy, los Village se mantienen como una banda de culto para nostálgicos de la música disco de los setenta y para los adoradores de la estética kitsch más agresiva y pseudo-gay.
      Por estas tierras se dieron a conocer en el mítico programa musical de TVE, Aplauso, con los inimitables: Silvia Tortosa y José Luís Uribarri, entre otros, como maestros de ceremonias, y su imagen carnavalesca (los chicos iban “muy” disfrazados, es verdad) y lo pegadizo de sus canciones, enganchó de inmediato a un público ávido de baile y diversión sin pretensiones. Unas coreografías sencillas pero resultonas, a partes iguales, hicieron el resto.
      De la noche a la mañana se convirtieron en auténticos ídolos de adolescentes y niños, incluso fueron versionados, en nuestro país, por los no menos populares Parchis, que desafinaron, como solo ellos sabían, el adaptado estribillo en castellano, para que nos enteráramos bien: “en la armada, los siete mares surcaré ...”
      La creatividad callejera-cañí, tan nuestra, también versionó su más famosa canción Y.M.C.A. de una manera bastante gastronómica, y a nivel de la calle, los niños cantábamos a pleno pulmón aquello de: “Choped, yo no quiero jamón, quiero chóped …” camino del colegio.
      Luego nos enteramos que toda esa estética, ¡tan simpática!, era “gay”, y yo sin darme cuenta, ¡¡pero si parecían tan rudos estos muchachos!!. En nuestra España, de macho ibérico, se nos habían colado unos “mariconazos” directos al Número Uno; si Franco levantara la cabeza. Menos mal que duraron poco, si  no, nos amariconan a todos.
      Con el tiempo nos fuimos enterando que el nombre del grupo venía del Village neoyorkino, el barrio homosexual, por excelencia, de Nueva York. Y los pretendidos disfraces respondían a los arquetipos homo-eróticos de Tom of Finland, el pintor porno-gay, por antonomasia, en otras tierras más avanzadas. Pero fíjate lo que son las cosas, en nuestra conservadora España, este grupo de diseño, destinado a las mentes más abiertas y procaces, fue cosa fundamentalmente de críos.
      Los miembros originales del grupo, no son “gays”, solo lo parecen, pero es que es su profesión, y aun andan por ahí voceando sus viejos éxitos, ya entrados en años, y moviéndose, como pueden, por los escenarios de medio mundo; incluso han sido teloneros de Cher en sus últimas giras. ¡Cuanta pluma suelta!
  

       
         

lunes, 13 de febrero de 2012

Ya no podré bailar con Whitney

      Rostro de estrella de cine, cuerpo de super-modelo y una voz potente y angelical a partes iguales, fueron los contundentes argumentos que convirtieron a Whitney Houston en una diva de la música sin discusión. Si a eso añadimos el apoyo de una poderosa multinacional discográfica y un repertorio musical fabricado a la medida de sus facultades vocales, con un inteligente y marcado sentido comercial, el cocktail es explosivo.
      Su presentación pública se produjo en 1985 cuando cantaba aquello de How will I know?, que por aquí sonaba parecido a “abuela no”, que decía mi padre, y rápidamente se convirtió en la única cantante capaz de hacer sombra a la Madonna de finales de los 80.
      La sucesión de éxitos fue imparable hasta 1992: Greatest Love at All, Saving All my Love for You, So Emocional, y así, hasta siete Nºs 1. La llegada de la película El Guardaespaldas y su tema principal I Will Allways Love You, la canción más vendida de la historia, por una mujer, marcan el punto más alto de su fama y prestigio.
      A partir de ahí el declive es lento pero inexorable. Un turbulento matrimonio con el rapero Bobby Brown y su adicción a las drogas la hunden prematuramente.
      Tras su divorcio intenta resurgir de sus cenizas sin demasiada fortuna, hasta que la madrugada del 11 de febrero de 2012 es hallada muerta en la bañera de una suite del Hotel Beberly Hills de Los Ángeles.
      Este triste y temprano final sacude, de forma inesperada, a sus miles de seguidores en todo el mundo, entre los que me incluyo, y deja paso a su canonización artística como una trágica leyenda más del mundo del espectáculo.
       En sus momentos de gloria, Whitney se convirtió en el patrón por el que se medía a una cantante, cantar como Whitney Houston fue sinónimo de “cantar como Dios”, lo mismo que anteriormente había sido Barbra Streisand, y su inconfundible estilo que mezclaba del soul de Aretha Franklin, el terciopelo de Ella Fitzllerald y el gancho comercial de Donna Summer, marco la pauta a seguir por alumnas aventajadas como Mariah Carey, Celine Dion o Beyonce, todas ellas, pálidos reflejos de su maestra.
       Yo tuve la suerte de verla en directo dos veces: en la Plaza de Toros de Las Ventas y en el Palacio de los Deportes, en Madrid, cuando estaba en el cenit de su carrera y en plenitud de facultades físicas. Y sí, era un portento, doy fe de ello.
       Podría gustar, más o menos su repertorio, que ciertamente, era discutible,  en el escenario podía resultar algo sosita, a veces, sí; pero, indudablemente, poseía esa cualidad especial que solo tienen las grandes de verdad. Es lo que yo llamo el “esto es”: algo único y genuino que hace que te distingas de los demás y de lo habitual. Y es que, en un momento dado, cuando aparecía el “toque Houston”, con sus giros vocales, tan característicos, o esas notas altas que lanzaba con la garganta abierta, como solo ella sabía hacer, hacía que solo por eso, mereciera la pena todo lo demás. Los que buscan distinción, saben a qué me refiero.
      Mi mejor momento con la “diva” lo pasé en la mili, cuando, en plenas maniobras militares en el Coto de Doñana, acribillado a picotazos de los mosquitos “caníbales” que por allí pululan, bailábamos desatados I Wanna Dance With Somedody, mi amigo Manolo y yo, entre los platos, las cazuelas y los manteles de la taberna de oficiales, para evadirnos de la “mierda” que nos rodeaba.
      Solo por esos buenos momentos de placer: ¡¡Gracias Whitney
, te echaré de menos!!

          

              
                  

viernes, 10 de febrero de 2012

El Planeta de los Simios


      “¡Maniáticos, lo habéis destruido todo!”… gritaba Charlton Heston frente a una semienterrada Estatua de la Libertad en uno de los finales más impactantes de la historia del cine. El astronauta George Taylor, su personaje, acababa de descubrir que se encontraba en su hogar, ahora dominado por los simios y con los seres humanos mudos y esclavizados.
      Tras una pesadilla de dos horas, todos, descubrimos, atónitos, junto con Taylor, que nos encontramos en el mundo al revés. Profética resultó esta cinta de ciencia-ficción, con más ciencia que ficción, en vista de cómo están las cosas por nuestro adorado planeta Tierra.
      Pero vayamos por partes: La historia comienza cuando cuatro astronautas regresan a La Tierra tras un viaje de lo más complicado. La única mujer de la expedición ha muerto, ya se sabe que en este tipo de historias las mujeres, sobradamente preparadas, son prescindibles. Tras pasar por todo tipo de calamidades, los supervivientes descubren que se encuentra en un planeta extraño, donde la raza dominante son unos simios parlantes y dictatoriales que odian a los humanos, mudos y sumisos, a los que quieren exterminar. Tras luchar contra la sinrazón y el desprecio de los despóticos simios, Taylor, el único astronauta que queda con vida, logra huir a caballo, con la jamona de turno como nueva compañera, que al no hablar no le da problemas, para descubrir, dramáticamente, que se encontraba en La Tierra desde el principio.
      El film, protagonizado por un maduro y exhibicionista Charlton Heston, en lo que sería su último gran clásico, antes de meterse de lleno en todo tipo de epopeyas catastrofistas tan de los setenta, para acabar presidiendo la “carca” Asociación Nacional del Rifle Americano, es un verdadero prodigio de la anticipación y la sutileza.
      Los humanos permanecen mudos ante la pérdida de derechos y libertades, en una sociedad que ha cambiado radicalmente y donde los roles están invertidos, ¿les suena el argumento?
      El momento cumbre de tan rocambolesca historia es el juicio, inquisitorial, donde Taylor es interrogado por un grupo de simios legisladores que conocen, de sobra, la sentencia condenatoria de antemano. En realidad, no quieren ver, ni oír, ni hablar de nada, simplemente eliminar al elemento que les molesta. 
      Heston aprovecha la ocasión para enseñarnos el trasero, lo cual se agradece, el hombre desnudo frente al poder, aunque yo prefiero verlo como una muestra de lo que es la justicia cuando no es justicia, ¡un culo!
      Previamente nuestro protagonista había sido detenido en las calles de una aldea, sospechosamente parecida al Parque Güell, al grito de: “¡¡Quita tus sucias patas de encima, mono asqueroso!!… ¡esa lengua, Charlton!
      Quizá, si los monos hubiesen ido vestidos con trajes de Milano, a nuestro héroe no le hubiese parecido que iban tan cochinos.
      Y yo, como tantos otros, me encuentro viviendo, en estos momentos, como Taylor: no soy astronauta, pero mi cabeza está en la Luna, porque es tan feo lo que se nos está viniendo encima, que mejor pensar en el espacio exterior que en nuestras miserias cotidianas.
      Esperemos que el final de estos tiempos, extraños, que estamos contemplando, en primera persona, diste mucho de la apocalíptica estampa, fílmica, de nuestras simbólicas libertades enterradas y destruidas en una playa perdida, más allá de la Zona Prohibida.









jueves, 9 de febrero de 2012

Cinefilia a la luz de Luna


      La llegada del verano en El Puerto de Santa María de mi infancia, suponía varias cosas y todas buenas, léase: vacaciones, playa, piscina, tiempo libre y cine de verano. Y es seguro que mi pasión cinéfila nació de tantas y tantas noches bajo las estrellas estivales a la luz de los sonoros proyectores de los cines sin techo portuenses, sobre todo, el Colón y el Playa. Y es que te pongas como te pongas, no existe experiencia que supere una autentica sesión de cine de verano.
       Para que nos vayamos entendiendo, los profanos en la materia deben saber que el cine de verano suponía asumir una ceremonial rutina que sin ella una sesión de cine de verano no podía llamarse ¡¡¡autentico cine de verano!!!
       Para empezar, las películas debían ser viejas, desgastadas, con cortes, saltos y muchas rayas negras que crucen la pantalla. Si, además, la proyección se interrumpía, lo cual solía ocurrir a menudo, tocaba silbar y montar bronca como señal de protesta, aunque el tiempo de espera hasta que se reanudaba el espectáculo venía fenomenal para recargar la provisión de pipas, quicos, garbanzos y demás chuches, indispensable para el disfrute se una buena sesión cinéfaga a la fresca de la noche.
       Coger buen sitio dependía, obviamente, de lo puntual que fueras y de la popularidad del  programa elegido, y digo programa elegido, porque el autentico cine de verano tenía que ser de sesión doble: con una primera película, infantil o menos atractiva para empezar, y un broche final, con otra película más atrevida o moderna para adultos noctámbulos.
       Yo solía ver solo la primera película, para mi disgusto y frustración infantil, pero cuando, de cuando en cuando, me dejaban ver la segunda, eso, … eso era tocar el cielo, por no decir la hostia, que es lo que todos estabais esperando, ¿a que sí?
       La primera película, la mía, tenía el atractivo y peculiar hándicap de su hora de comienzo: la proyección, siempre, empezaba con luz diurna, y a medida que iba anocheciendo ibas viendo cada vez mejor las imágenes, paralelamente al avance del argumento. Hasta que, sin ni siquiera darte cuenta del momento, te percatabas que ya estabas en medio de la noche cerrada y los actores parecían tener caras de verdad, y no esa especie de difuminado semitransparente que les daba aspecto de etéreos espectros cuando reinaba la luz del crepúsculo.
       Ir al cine de verano implicaba salir de casa “no cenado”, porque lo “guay” era comerse el bocadillo en plena proyección. La ceremonia consistía en desenvolver las viandas que venían en su papel de periódico atrasado, el papel de aluminio todavía pertenecía al género de la ciencia-ficción, para, a continuación, cuando el estomago se encontraba saciado, iniciar el inevitable atracón de las ya nombradas pipas, sin cuyo sonido envolvente (me río yo del Dolby surround 7.1), el cine de verano, no era cine de verano.
       En el cine de verano se podía hablar, para que así alguien te pudiera hacer callar, se podía gritar, de hecho se gritaba, cuando el amigo retrasado, de turno, llegaba tarde, y le informabas sin ningún pudor de tú localización, donde él tenía su sitio reservado. Así sabías donde estaban los tuyos sin necesidad de GPS y esas chorradas.
       He tenido la inmensa suerte de poder haber visto en pantalla grande títulos como: Siete Novias para Siete Hermanos, Los Diez Mandamientos, El Planeta de los Simios o Ahí va ese Bólido gracias a estas sesiones estivales de cine al aire libre. También he presenciado títulos infumables como: La Batalla de los Simios Gigantes, Mazinger Z: El Robot de las Estrellas, La Marca del Escorpión o Maciste, el Invencible. Pero es que saber disfrutar con estas mamarrachadas ha sido, y sigue siendo, una de mis mejores cualidades como ser humano y como espectador crítico y con criterio.
       A lo largo de los últimos años ha habido tímidos intentos de vuelta a tan magnífica costumbre, pero sin el empaque de antaño.
      Mi última gran sesión de cine de verano, ¡verano!, la recuerdo en Hoyo de Manzanares, donde uno tenía que llevar su propia silla si no querías estar sentado en el suelo, ¡¡esto sí es categoría!!, y para ver La Cosa de John Carpenter, además, allá por el año 1984.
      Ahora, bien entrado en los cuarenta y muchos, sigo disfrutando, siempre que puedo, de este estupendo entretenimiento, en alguna sesión nostálgica, entre lo escaso de la oferta que hay de este tipo de eventos.
      Eso sí, con mi bocata y mi bebida de lata, como Dios manda. O Billy Wilder, que ya dijo Fernando Trueba.