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miércoles, 6 de junio de 2012

Lagarto, Lagarto: "V" (1ª y 2ª parte)



                                              1ª Parte     

      Corría el invierno de 1985 y en ese tiempo perdido en el que estás esperando para salir la tarde de sábado con tus amigos, se te ocurre encender la tele para pasar el rato y ves que comienza una película, que empiezas a ver pero no piensas terminar pues no te interesa nada en absoluto. Hay que entender que solo hay dos cadenas de televisión, o sea, que ves la película o un documental.
     
La cosa empieza con un reportero de guerra perseguido por unos mercenarios que no quien ser grabados en sus escaramuzas. Cuando parece que van a ser apresados y ¿asesinados?, una sombra sospechosa oculta la luz del sol, pero no es que el cielo se haya nublado repentinamente, no, es que una nave espacial “extraterrestre” del tamaño de tres o cuatro campos de fútbol, por lo menos, comienza a sobrevolar las cabezas de los guerrilleros mercenarios y sus acorralados periodistas, ¡¡Qué impacto de escena!! Voy a llamar a mis amigos y aviso que salgo más tarde: esta película no me la pierdo.


      La película no resultó tal película, sino que fue una serie de televisión que se prolongo varios meses en antena.
      Se notaba que el asunto tenía varias partes porque cuando parecía que la cosa se había terminado, volvía a empezar de nuevo. Eso fue debido a que originalmente se trataba de una serie de, solo, dos capítulos dobles, que debido a su éxito se prolongo otros tres capítulos dobles, y de nuevo, como seguía gustando, se prolongo otros diecinueve episodios más, hasta que la audiencia se hartó de ver siempre lo mismo y súbitamente terminó sin previo aviso.
      En España, todo se emitió en dos tandas y troceado en episodios normales desde el principio y fue uno de los grandes fenómenos del momento.
      El asunto iba sobre la llegada de unos extraterrestres a nuestro planeta, ya que en el suyo hay escasez de algunos minerales, o algo así. En principio, parece que traen buenas intenciones, amén de una tecnología muy superior a la nuestra, pero con el tiempo descubriremos que en realidad se trata de una raza de voraces reptiles que lo que quieren es utilizarnos como alimento.
      Los paralelismos con el exterminio perpetrado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial son evidentes: racismo, purgas, colaboracionismo, guetos, desinformación, propaganda, resistencia pacífica, resistencia organizada . . .  allí había de todo.
      Los carismáticos personajes de la serie se convirtieron en miembros de una familia que nos acompañaban cada sábado en sus tensas aventuras. El resto de la semana nos teníamos que conformar con la información, y los cromos, del Tele-Indiscreta, que se convirtieron en el más preciado de los tesoros de muchos niños y adolescentes y único alivio en la larga espera semanal para saber qué ocurría con nuestros aguerridos héroes defensores de las libertades planetarias.


      Ya desde el principio sospechábamos que de una nave tan grande no podía salir nada bueno, y solo los tontos, muy tontos, se dejaron engañar por las pintas de esa Diana, “lideresa” de los visitantes, que bajo un cardado imposible, botas de tacón de aguja al  más puro estilo sado-maso y gafas de sol en plan Rocío Jurado, escondía gato encerrado. Aunque en este caso concreto fuese: ¡lagarto encerrado!. Y es que nuestra Diana era una auténtica lagarta, en el más literal sentido de la palabra y además una cochina pues comía ratas vivas, tarántulas o cualquier otra cosa que anduviese sobre dos, cuatro o cuantas patas tuviera.


      Con unos efectos especiales bastante solventes para la época, pero repetitivos hasta la saciedad: las escenas de los vuelos de las naves espaciales y las persecuciones aéreas siempre eran las mismas, pero montadas en diferentes momentos para dar un pego que no fue tal. Al final acabamos por darnos cuenta.
      El mayor impacto visual de la serie vino dado por algo mucho menos tecnológico que los vuelos espaciales y me estoy refiriendo al ceñidísimo duelo de vestimentas de nuestros protagonistas. En reñida pujna, semana a semana, nos enfrentábamos una ajustadísima colección de monos para las lagartonas visitantes, hombreas incluidas, frente a unos, míticos desde la primera escena, pantalones vaqueros del carismático líder de la resistencia, Mike Donovan, marcado culo y patorra, después de endiñárselos con calzador, sino es imposible ajustarse semejante prenda. Nunca entendí como podía respirar entre pelea y pelea, y si es verdad que los vaqueros ceñidos producen esterilidad Mike nunca pudo ser padre. Aunque sea el secuestro y abducuión de su primogénito uno de los arcos argumentales en los que se centra esta primera temporada.


      La dulce Julie, modosa científica con alma de guerrillera, celosa de semejante duelo anatómico se nos desmelena en otra memorable escena en la que le lavan el cerebro llevando otras no menos antológicas mallas color carne. ¡Viva el erotismo catódico!
      La primera entrega de la serie está directamente inspirada en la Segunda Guerra Mundial y más concretamente en la ocupación europea por parte de los nazis, incluso el logo de los visitantes recuerda, nada vagamente por cierto, a la cruz gamada. De hecho el productor de la serie quiso haber hecho una producción sobre el holocausto.


      En esta primera parte, la mejor de todas, el elemento sorpresa fue fundamental. En la retina y en la memoria de todos los espectadores siempre nos quedará las impactantes secuencias con las que iban acabado cada uno de los capítulos: desde la aparición de las gigantescas naves nodriza hasta el descubrimiento de la verdadera naturaleza de los invasores, dando un inesperado giro metafórico al dicho “lobos con piel de cordero”, en este caso “lagartos con piel de humano”, pasando por las secuencias estrella: el suculento banquete a base de ratas vivas que se propina la pérfida Diana y el nacimiento de los gemelos lagarto, cruce entre humana, la tonta Robin, con un joven y atractivo visitante, lengua bífida, incluida, por parte de uno de los bebes.
      Con alusiones nada disimuladas al exterminio judío e intrépidas secuencias de acción, la serie acaba con la humanidad organizada haciendo el símbolo de la victoria “V”, dispuesta a echar a los visitantes de nuestro planeta.

                                         2ª Parte

      La buena acogida del asunto propició una segunda entrega con mucha más acción que la primera. Centrada en la guerra de guerrillas de los humanos contra los visitantes, con la incorporación de Tyler , un mercenario experto en las artes guerreras, y los visitantes obsesionados con localizar a Elisabeth, “la Niña de las Estrellas”, cruce entre humana y lagarto y con poderes sobrenaturales, no se sabe debido a qué.
      Al final es este personaje clave para la derrota de los invasores que son expulsados de La Tierra gracias a un polvo rojo, mortal para los lagartos pero inocuo para los humanos, con la niña estelar manejando la nave nodriza entre brillos cósmicos y música celestial.
      También nos enteramos que entre los invasores hay opositores a los planes de exterminio de los humanos, la llamada Quinta Columna, a la que pertenece el bonachón Willie, interpretado por Robert Englund antes de calzarse el guante de cuchillos y atemorizar nuestros sueños como el psicópata Freddy Krueger, uno de los monstruos más emblemáticos del horror adolescente de los años 80, merodeador maligno de  Elm Street.
      Como el asunto siguió teniendo aceptación, los invasores vuelven, más beligerantes que siempre cuando se percatan que el famoso polvo rojo tiene fecha de caducidad.
       Ahora la serie, en su tercera entrega, se hace menos interesante y más repetitiva, así que introducen nuevos personajes para animar el cotarro en plan folletín intergaláctico.
      Así  nos enteramos de la existencia de un “líder” lagarto, al que nunca llegamos a ver, que harto de las torpezas de la pérfida Diana, que acaba pareciéndose a Pierre Nodoyuna pero sin su lindo pulgoso, pues siempre falla en sus maquinaciones contra los humanos, envía, primero, a otra lideresa, esta vez rubia e igual de ceñida que su oponente morena, que responde al nombre de Lydia. Y la morena y la rubia, no son hijas del pueblo de Madrid precisamente, pero, cual castiza zarzuela, se tiran los trastos a la cabeza, capítulo sí, capitulo también, entre sofisticadas maquinaciones para acabar con la resistencia.


      Para enderezar el desaguisado el “líder” envía a otro emisario llamado Charles que lucía unos pectorales tan abultados, o más, que los de sus súbditas femeninas y, escote en ristre, aparece para poner orden en la invasión, pasando revista a las tropas lagartas y, de paso, pasando el algodón, que no engaña, y comprobar que la limpieza de la nave deja mucho que desear, en la que, sin duda, es mi escena favorita de la ciencia ficción, catódica y no catódica, de todos los tiempos.


      Asistimos a una boda lagarta, envenenamientos, al más puro estilo de Shakespeare, banquetes con hormigas negras y rojas, o dulces y saladas como ellos mismos nos aclaran, apareamientos ceremoniales en terráreos con rayos UVA, imitación nostálgica, dentro de la nave nodriza, de su lejano planeta, vamos, que la serie empieza a perder el norte.
      Para enganchar a las adolescentes, en la recta final de la serie, aparece otro guaperas, más tierno y púber, llamado Kyle, que enamora a Elisabeth, “la Niña de las Estrellas”, que ha pasado de niña a mujer tras mudar la piel dentro de una crisálida luminosa, y a su madre, la insufrible Robin, de nuevo haciendo de las suyas. Con su indestructiblemente bien peinada melena, Kyle lucha y se despechuga, enfrentándose a Diana y a su propio padre, el interesado y traicionero magnate Nathan, colaborador de los invasores y trasnochado galán con  bronceado a lo Miami Beach y tinte Just for Man, siempre protegido por un chino guardaespaldas, sospechosamente parecido al Chu-Lee de Falcon Crest , mientras intenta, infructuosamente conseguir los favores sexuales de Julie, que en esta temporada trabaja para él como científica, pero duerme con Donovan.


      Ni siquiera el morbo de un triangulo amoroso que incluye madre e hija levanta a la audiencia de un sopor que empieza a hacerse peligroso, y súbitamente llegamos a un final precipitado e inesperado en el que casi todos los frentes quedan abiertos y prácticamente no se aclara nada. ¡¡Cosas de la tele!!


      Yo tengo que decir que en mis vacaciones de verano de 2005, celebrando las “Bodas de Plata” de mis progenitores, una placida tarde de agosto a los pies del Acantilado de los Gigantes en la isla de Tenerife, una niña se me acercó para preguntarme si yo era Kyle, el de la serie “V”, a lo que yo respondí con un escueto: ¡Sí!. Para alegría y regocijo de la inocente criatura, pasó la tarde conmigo haciéndose fotos que luego enseñaría a sus amiguitas a los compases de un: ¡¡Yo pasé una tarde con Kyle!!, y como prueba irrefutable de tamaña hazaña mostraría un reportaje fotográfico en el aparecería “yo” con mi dudoso parecido al galán televisivo. No sé qué fue de aquella infante, ni de ese reportaje fotográfico, pero yo, al menos, viví por una tarde la experiencia de ser el actor de una serie de moda . . .
      Fdo: Kyle


sábado, 26 de mayo de 2012

Gibb + Gibb + Gibb = Bee Gees


      
      Esto empieza a parecerse a un obituario en vez de a un blog, debe ser cosa de la edad: tus ídolos van desapareciendo. Lo malo es que esto no es  más que un adelanto de lo que está por venir.
      El 20 de mayo leo en los periódicos que Robin Gibb pasó a mejor vida,  y me doy cuenta que ya solo queda entre nosotros uno de los musicales hermanos Gibb, más conocidos por todos como los Bee Gees.
      Yo como espíritu curioso que soy, hace tiempo que me tenía empapada su biografía: nacidos en una pequeña isla británica, la Isla de Man, Barry, Robin y Maurice  emigran a Australia siendo unos niños, hacen sus primeros escarceos musicales en nuestras antípodas, entre canguros y koalas, logrando cierta popularidad y regresan a su Inglaterra natal para dar otro salto de charco y  plantarse en los EEUU a mediados de los 60, vamos, son lo que se dice un culo inquieto.
      Leo de sus primeros éxitos, a la sombra de los Beatles, y es verdad que muchas de las canciones, de su primera época, son verdaderos clásicos de la música popular, esas que has oído mil veces y no sabes como, cuando, donde, ni porqué, léanse: Massachusetts o To Love Somebody entre otras.
      Tras unos años de triunfo juvenil, viene la inevitable caída, los ídolos de la música suelen ser fugaces: crisis existenciales, resacas creativas, discrepancias personales, evolución y cambio de estilo, siempre bajo los auspicios de su productor-mentor Robert Stiwood, artífice de su posterior encumbramiento global.
      Y de golpe me planto en la primavera de 1978. Imaginaos: El Puerto de Santa María, Feria del Vino, un joven e inexperto pre-adolescente espera, ficha en mano, a pillar turno en los coches de choque del recinto ferial. Para amenizar la espera suenan los éxitos del momento, y de repente: . . . “when you can tell . . . etc . . . hasta la llegada de un pegadizo estribillo . . . ah, ah, ah, ah . . . staying alive, staying alive
. . . ¡¡Que canción tan chula!!, ¿Quienes serán estas chicas?


      La canción, desde entonces, no parará de sonar, durante meses, en mis, siempre sintonizados, Cuarenta Principales, pero no eran unas chicas las que cantaban sino tres tíos, y dos de ellos barbudos para más INRI. Ahí conocí yo a los Bees Gees, y ¡vaya si los conocí!. La canción era parte de la banda sonora de Fiebre del Sábado Noche, la película que había que ver o había que ver, así que fui a verla ese verano en Madrid, al, entonces cine Lope de Vega, cuando los cines de la Gran Vía eran sinónimo de ¡CINE!, así con mayúsculas y como suena, ¡todo un lujo!
      La película no me gustó nada: familias mal avenidas, precariedad económica, suicidios, peleas y decepciones vitales varias, demasiado serio para mi mentalidad de entonces; pero la música, eso era otra cosa.
      Fiebre del Sábado Noche fue el primer disco doble que compré con mi dinero, un esfuerzo que me costó meses de ahorro y me pareció que allí había mucho relleno. Los que molaban, de verdad, eran los Bee Gees, con un LP simple hubiese sido suficiente.
      En mis años de aficionado a la música y al cine debo decir que creo no haber conocido un fenómeno igual como el de Fiebre del Sábado Noche. Lanzó a John Travolta, su protagonista, a un estrellato inusitado, no era un famoso más, era un patrón a seguir. Mi amigo Mariano, sin ir más lejos pasó a ser mi amigo Mariano-Travolta, y no fue el único. Se imitaron sus andares, sus modales, sus maneras, su ropa, su peinado, sus bailes; la travoltamanía caló en lo más profundo de muchos corazones que se vieron reflejados en el personaje.
      Los otros grandes beneficiados del huracán del Sábado Noche fueron los Bee Gees. En la portada del doble disco, reinaban triunfantes vestidos de blanco y sonrientes. Como sabíamos que eran hermanos era evidente que el mayor, Barry, se había llevado, de golpe, todos los genes buenos de la familia, pues era más alto, más guapo, más “paquetudo” y más todo que los otros dos, que se quedaron en más bien poquita cosa. Además era la voz cantante, y en ¡¡falsete!! . . . ¡toma ya!
      Night Fever, How Deep is Your Love, Should be Dancing y alguna más, llegaron a lo más alto de las listas de éxito y del inconsciente colectivo. Lograron una obra maestra irrepetible, y fue una obra maestra porque tuvieron muchas obras alumnas, incluso los Rolling Stones se lanzaron al falsete, como si de unos Farinelli del rock se tratara, con su Emotional Rescue, a la estela de las super-ventas travolteras.
      En España apareció un grupo oriundo de Italia, los New Trolls, que interpretaron, nada mal, por cierto, dadas las circunstancias y el presupuesto, la banda sonora del remedo nacional del Sábado Noche. Nunca en Horas de Clase, se llamó el experimento, y uno no puede decir que lo ha visto de todo hasta no haber visto esta cinta. La expresión ¡ver para creer! se queda corta ante la experiencia de su visionado. La imitación-plagio del estilo Bee Gees
es pasmosa; las coreografías discotequeras de la película son otro cantar y entran directamente en la categoría de los despropósitos más desproporcionados del cine patrio.


      Tras la resaca discotequera, los tres hermanitos Gibb se alían con Peter Frampton para destrozar el Sargent Pepper beatleniano, vía versión cinematográfica; su banda de corazones solitarios se queda más sola que nunca ya que nadie va a ver la insufrible adaptación de tan magna obra, bueno, yo sí, y es que, a veces, ¡tengo un estomago!



      El tremendo tropezón queda pronto olvidado recuperándose con el siguiente disco, Spirits Having Flow, y como verdaderos espíritus aparecen en la portada de susodicho, entre flous rojos y amarillos, melenas y barbas al viento, cual anuncio de laca, estilo David Hamilton, se tratara y rostros de no haber roto un plato en sus vidas; un estilismo infernal para un titulo celestial, que arrasa a los compases de Too Much Heaven (cediendo sus royalties a Unicef, la sonrisa de un niño bien lo vale),  Love You Inside Out y la marchosa Tragedy. Este disco tuvo en España, casi, más repercusión que el Sábado Noche
. Yo, ya, no tuve presupuesto para comprármelo, pero mis amigos me lo dejaron en numerosas ocasiones.

      Cuando se llega a lo más alto, bajar es el único camino posible pero la caída desde un triunfo tan universal puede ser de lo más fructífera. A partir de entonces, juntos o por separado los Bee Gees siguieron cantando, componiendo y colaborando con nombres tan ilustres como Barbra Streisand, Dolly Parton, Kenny Rodgers, Diana Ross, Dionne Warwick y un largo etc . . .
      Intentaron repetir el triunfo del 78 con la segunda parte del Sábado Noche, titulada, como no, Staying Alive, pero aquello fue un espanto donde un Travolta, hiper-musculado, se pasa el metraje dando saltos en taparrabos, rallando el ridículo en todo momento y nuestros hermanos favoritos entonando unos cuantos temas mucho menos inspirados que los anteriores.




      Vivieron la ascensión y caída de su hermano Andy, prematuramente malogrado por el abuso de estupefacientes, pero eso da para otro artículo. Y continuaron con éxitos aislados: You win Again, The Woman in You, He’s a Liar . . . 
      Ya, solo sobrevive Barry, el primogénito de buenos genes y gran favorito de mi hermana en su época de macizo, jamonazo y melenudo.
Farrah, Donna, Bobby, de Boney M, Robin y Maurice, . . . entrar en la sesentena está siendo catastrófico para los ídolos de mi juventud. Menos mal que aún me quedan Frida y Agnetha, pero no lo diré muy alto, por si acaso.



miércoles, 23 de mayo de 2012

La prima Donna de la "disco"


      
      Fue la reina indiscutible de la música disco y  una de las vocalistas más populares y vendedoras de la segunda mitad de los 70. Su tremenda voz marcó a toda una generación de bailones en las discotecas de medio mundo. Yo viví su época de esplendor siendo rendido admirador de su arte. Pero hagamos un poco de historia.
      LaDonna Adrian Gaines nació en Boston en 1948 y su historia parece sacada del guión más típico, y tópico, de “la chica pobre que llegó a estrella del show-bussines gracias a su tesón y algo de suerte”.
      Se formó, musicalmente hablando, en la iglesia de su barrio donde empezó a cantar en el coro parroquial, destacando, prematuramente, por sus portentosas cualidades canoras. Pero la niña de origen humilde nos salió rebelde y, ya, de adolescente, se vio que sus gustos iban por otros derroteros menos espirituales, haciendo sus primeros pinitos profesionales como vocalista en grupos de rock  y modernidades por estilo, hasta que se enroló en la troupe teatral de la gira europea del musical Hair, uno de los éxitos del momento.
      En Europa encontró el amor y se casa con Helmut Sommer de quien adoptaría su apellido, sensiblemente modificado, para darse a conocer artísticamente con el definitivo nombre de Donna Summer. Tras unos años de trabajo en la Vienne Volksoper, donde se hartó de hacer musicales, es descubierta por un par de avispados productores Pete Bellote y Giorgio Moroder que la contratan como cantante para sus experimentos musicales destinados a las pistas de baile.
      El primer trabajo surgido de tan bien avenido trío es un éxito rotundo y su impacto, inmediato y certero; el single Love to Love You Baby
se convierte en uno de los temas más vendidos del año, amén de levantar un autentico revuelo por lo “orgásmico”  de su interpretación. No en vano Donna nos ofrece a la largo de los 17 minutos que dura la canción todo un arsenal de gemidos y susurros de lo más provocadores. Reconozco que a mi me encantaba la canción, pero del rollo del orgasmo y todo eso, no me di ni cuenta. Aunque la portada del disco no dejaba lugar para la duda: la chica se lo estaba pasando bomba.
     




      I Love You, I feel Love, Our Love  y demás títulos por el estilo, continúan la línea erótico-festiva que tan buenos resultados comerciales les están dando: ritmos pegadizos, interpretación extremadamente sensual y unas portadas tan vistosas como extravagantes que acaban por convertirla en el máximo mito erótico de la música de color.
      A un ritmo de dos LPs por año, algo impensable hoy en día para ningún artista, y con títulos tan “amorosos” como A Love Trilogy o Four Seasons of Love, regresa triunfalmente a su país natal en 1978, ya convertida en una estrella por derecho propio.
       Gana el Oscar a la mejor canción del año con el tema Last Dance que interpreta en la película ¡Por Fin Ya es Viernes!, horripilante bodrio fílmico-discotequero que intenta prolongar el éxito de Fiebre del sábado Noche sin ningún pudor. Yo me la tragué una tarde de domingo y con muy buen criterio, salí espantado de la sala, con cara de “no me lo puedo creer”, pero tarareando la cancioncita.
       La racha de éxitos continua con McArthur Park y, sobre todo, con Bad Girls, el mejor trabajo de su carrera, un disco redondo, y no me estoy refiriendo a su forma, ja, ja,ja, . . .  donde, desde otra portada despampanante, en la que aparece como una buscona insinuándose junto a una farola, cantó aquello de Hot Stuff, “temazo” que volvería a conocer el triunfo, años después, desde la cola del paro de los Full Monty.
   

   
      Su status de diva de la canción quedo sellado al medirse, de tú a tú, con la mismísima Barbra Streisand en el mejor momento de su carrera. Su duelo interpretativo del tipo: “a ver quien grita más” se saldó con un empate antológico que hizo bailar a las plateas de medio mundo al conjuro de Enough is Enough, a la vez que nos prometíamos, entre desgañite y desgañite, no derramar más lágrimas. La fotografía de tan histérico dúo dándose la espalda, pelo afro en ristre, no tiene precio . . . es un autentico icono de la época. 
       


      El cambio de década no le sentó nada mal a la estrella y cada paso que daba asentaba, aun más, su trono discotequero, ya fuera desde lo alto de una radio de la post-guerra, otra portada emblemática, en On The Radio o como una vagabunda, no muy creíble, que, ya, empezaba a sonar de lo más “ochentera” en The Wanderer.
      



      Continua su metamorfosis aliándose con Quincy Jones, el productor de Michael Jackson, para sonar igual que su pupilo en Love is in Control, pero nos gustaba más cuando sonaba a ella misma, y todavía tiene tiempo para tener una niña, la segunda, mientras nos asegura que trabaja duro para ganar dinero en She Works Hard for The Money, ataviada con las galas de la camarera más sexy de la música disco. Otro tema que desgasté, de tanto bailarlo, el verano del 83 en mi pueblo.
      



      Todo apuntaba a un reinado casi-eterno o, al menos, con cuerda para rato, cuando se produjo uno de los episodios más extraños y controvertidos de su trayectoria. Cansada de tanto ajetreo y tras ciertos coqueteos con la drogas, Donna supera una profunda depresión reencontrándose con el cristianismo en su vertiente más “carca” y reaccionaria. Fue entonces que se le atribuyeron unas lamentables declaraciones acerca del SIDA que ella consideraba un castigo de Dios a los excesos de la disoluta vida de los  homosexuales, ¡cuánto daño hacen algunas creencias! El tsunami mediático que produjeron esas palabras hizo que la comunidad gay, su público mayoritario, le diera la espalda. Hubo retirada organizada de sus discos en muchas tiendas y su desaparición de los hit-parades fue inmediata.
      Aunque Donna ha manifestado, reiteradamente, que ese episodio jamás se produjo, la sombra de la duda no ha dejado de planear sobre aquello y  los intentos posteriores de revitalizar su carrera no fueron todo lo fructíferos que hubiera deseado.
      Pese a todo volvió a conocer éxitos como This Time I know it’s  for Real, con los inefables productores Stock, Aitken y Waterman , paradigma del sonido disco de los ochenta, y parecía que escuchábamos a una Kylie Minogue con más voz, o a un Rick Asley versión “negraza”, pero, igualmente, esa no era nuestra Donna de toda la vida.
      Re-regresa, por enésima vez, desplegando poderío en su discotequera versión de la empalagosa Con Te Partiro del tenor ciego Andrea Bochelli. Y continua lanzando algún que otro éxito, como Love is the Healer, pero nunca del calibre de los de antaño
      Su muerte el 17 de Mayo de 2012 víctima de un cáncer de pulmón, pilla de sorpresa a una buena legión de seguidores. Pero, ¡si aun no nos habíamos recuperado de la desaparición de Whitney Houston!
         Para el recuerdo, siempre nos quedará su voz y ese estilo inconfundible, banda sonora de otros tiempos, tan lejanos en el tiempo y tan cercanos en mi memoria.



martes, 10 de abril de 2012

La segunda novia de King Kong


     
       Es una de la más celebres actrices de su generación, con una trayectoria repleta de premios y reconocimientos  que pasó de “sex-symbol” a actriz de prestigio como pocas han podido.
      Nacida en 1.949, Jessica estudia Bellas Artes en la Universidad de Minnesota  y se casa con su profesor de fotografía, el español Francisco Grande con el que vivirá en España y Francia una temporada y del que aprenderá el oficio de fotógrafa que más adelante ejercerá con gran reconocimiento.
      Regresa a su país tras separarse de su primer marido y haberse empapado del Mayo francés del 68 e inicia una exitosa carrera como modelo en Nueva York que le permite debutar en el cine protagonizando el “remake” de King Kong de 1.976 a mano de  Dino de Laurentis. La película fue uno de los mayores éxitos del año. Yo aún me recuerdo llorando desconsoladamente, junto a mi prima Blanca, ambos inocentes infantes, la muerte del mono gigante cuando era abatido, injustamente, en lo alto de la neoyorquinas Torres Gemelas, aún en pie, y caía al vacío a los compases de una melodía de John Barry casi idéntica a la de Memorias de Africa.
      Incomprensiblemente la interpretación de Jessica fue el hazmerreir de todo Hollywood y casi finiquita su carrera actoral que no hacía nada más que empezar. Y eso a pesar del comentadísimo striptease que le propina el mono a su amada, a mitad del metraje, en un acto de zoofilia en toda regla.
      Tras tres años en paro forzoso vuelve al cine con un papel decorativo en película de prestigio, All that Jazz, pretencioso musical del director de Cabaret, del que sale airosa haciendo de la muerte, muy atractiva, por cierto.
      Con su siguiente película, otro remake de un clásico, El Cartero siempre Llama dos Veces, se convierte en la actriz más deseada del momento aunque su interpretación es tachada de pornográfica por algunos sectores de la crítica, incluso la mismísima Lana Turner, que siempre fue un putón verbenero e interpretaba a Cora en la primera versión de la película, puso el grito en el cielo. Todo por un polvo antológico con Jack Nicholson en la mesa de una cocina entre harina y levadura, que ya se sabe, hace levantar a la masa cuando esta se calienta.
      Recuperada su credibilidad como actriz, pasa a la primera división de las actrices de los 80 y se hace con papelazos de “sufridora como nadie” en filmes del calibre de Frances (biografía de Frances Farmer), Countrie, Sweet Deams (biografía de Patsy Cline) o La Caja de Música, por todas ellas es nominada al Oscar a la Mejor Interpretación Femenina aunque ninguna de estas películas llegan a funcionar muy bien en taquilla. Solo la comedia Tootsie, junto a Dustin Hoffman, por la que gana el Oscar, es un verdadero éxito popular.
      Como es bien sabido por todos, en Hollywood lo que manda es el dinero y las carnes prietas, así que tanto prestigio interpretativo de poco le sirve a nuestra querida amiga y con el cambio de década su estrella empieza a declinar irremediablemente, pasar de los 40 es mortal para cualquier estrella femenina.
      A pesar de la escasez de papeles vuelve a ganar el Oscar por Blue Sky, interpretando a un ama de casa maniaco depresiva, es decir, como casi todas las amas de casa del mundo, vamos.  Participa en éxitos como El Cabo del Miedo, Rob Roy, o Big Fish, pero la primera línea de la década anterior, definitivamente, es cosa del pasado.
      Debuta en los escenarios teatrales con el beneplácito de la crítica y empieza a aparecer, esporádicamente, por televisión, refugio de viejas glorias, arrollando con Grey Gardens y, recientemente, con American Horror Story, serie revelación de 2.011, donde vuelve a llevarse todos los premios del año. Resulta impagable en su papel de vecina cotilla, cleptómana y llena de fantasmagóricos secretos.
      Nos enteramos que además de actrizón es fotógrafa, y de las buenas, cuando se nos presenta con una exposición antológica en el Centro de Arte Neymeyer, antes de ser finiquitado por el señor Alvarez Cascos y compañía, ¡¡arriba Foro Asturias!!, con la que, posteriormente, recorre la geografía española desde Avilés a Madrid, se ve que lo de “desde Santurce a Bilbao” hubiese sido demasiado corto recorrido para ella.
      Con un físico aun poderoso, a sus ¡¡¡¡milagrosamente no retocados!!!! 62 años, se despacha a gusto contra las políticas ultra conservadoras de su país, siendo decidida activista en causa perdidas como la lucha contra la explotación infantil o la epidemia de Sida en Africa como Embajadora de Buena Voluntad de Naciones Unidas.
      Por cierto, que ha convivido largamente con dos “mazizorros” con cerebro, el bailarín Mikhail Barishnikov y el dramaturgo y actor Sam Shepard, padres de sus cuatro retoños; la chica no tiene mal gusto eligiendo partenaires, hay que reconocerlo.
     
Con cuerda para rato, todavía, estoy seguro, nos dará alguna que otra grata sorpresa esta imponente señora, que desde los tiempos en que el gorila más grande y romántico del cine se quedó prendado de ella hasta nuestros días, no ha hecho más que mejorar.

               
                


      

martes, 3 de abril de 2012

Y yo con estos pelos...


      Fue un musical atípico y rompedor que maravilló y escandalizó a partes iguales, a audiencias de ambos lados del Atlántico. Consiguió que dos de sus canciones llegaran al numero uno en las listas de éxitos y nos hizo sentir a todos sus seguidores un poco hippies.
      Cuando Hair llegó a los escenarios de Broadway en 1968, Estados Unidos vivía momentos muy convulsos con la guerra de Vietnam ocupando el centro de todos los debates ideológicos y morales del país, a la par que todos los informativos. Los escenarios neoyorquinos no fueron ajenos a las corrientes de opinión latentes y el estreno de este espectáculo fue un verdadero acontecimiento. Hair hablaba un lenguaje poco habitual en el género del teatro musical, más dado al escapismo sin pretensiones que a reflejar problemáticas actuales. Además musicalmente hablando era muy contemporáneo con sonidos rockeros y tribales poco o nada habituales en Broadway.
      La obra tardó más de tres años en gestarse y fue el resultado de la colaboración de James Rado, Gerome Ragni y Galt McDermot como autores del argumento, letrista y músico, respectivamente. Todos ellos, amigos y compañeros vecinos del Greenwich Village, el bohemio barrio de artistas de Nueva York, intentaron captar el ambiente y los ideales de parte de la juventud de final de los sesenta.
      Eslóganes como “haz el amor y no la guerra”, drogas, sexo libre y, sobre todo, oposición frontal a la guerra de Vietnam fueron temas demasiado controvertidos para la conservadora sociedad americana. Si a eso añadimos el desnudo integral de la práctica totalidad de la compañía en algún número musical, convirtieron al espectáculo en un verdadero escándalo, lo que a la larga benefició a la obra que se mantuvo cinco años consecutivos en cartel.
      Paralelamente se empezaron a realizar giras por todo el país aprovechando el tirón de sus temas musicales sobre todo Aquarius y  Let the Sunshine, que llegaron al número uno versionados por el grupo The 5th Dimension.
      La adaptación cinematográfica llegó, algo tarde, en 1.979 de la mano de Milos Forman, el director de las multi-oscarizadas Alguien voló sobre el Nido del Cuco o Amadeus y pese a ser uno de los mejores musicales de su tiempo resultó un relativo fracaso de crítica y público, reivindicado años después por una reducida legión de seguidores, entre los que me incluyo, que han elevado la película al status de culto.
      En España nunca ha sido un trabajo muy conocido por el gran público, pese a haber tenido diferentes versiones en los escenarios a lo largo de los años.
      Yo conocí la obra al mismo tiempo que Jesucristo Superstar, así que la tengo asociada en el mismo saco, y he de reconocer que me tiraba mucho más las andanzas musicales del Galileo que el rollito zen de los “jipilongos”.
      Me volví incondicional de este trabajo cuando lo redescubrí con la película que me emocionó, y me sigue emocionando, sobre todo por su conmovedor final, ¡ay, las lloreras que me pego!, y las veces que la vuelvo a revisar sigo descubriendo cosas nuevas, sobre todo en las extraordinarias letras de sus canciones, o en el comportamiento de algunos de los personajes, tanto los principales como los secundarios.
      La carga crítica de la obra es demoledora desde el principio hasta el final, y aunque se ceba especialmente con la Guerra de Vietnam y el ejercito, también carga las tintas contra la hipocresía de las clases altas americanas, el racismo,  los tabúes sexuales o la religión. Tanto es así que la obra fue catalogada de obscena, inmoral y antipatriota, vamos, lo típico.
      Yo vi la película el mismo fin de semana que Apocalipsis Now, coincidieron en la cartelera la misma fecha, con lo que tuve sesión doble de guerra vietnamita ese fin de semana, y reconozco que todo lo que me entusiasmó la una, Hair, me horrorizó la otra, Apocalipsis Now. Ahora soy seguidor de ambas, debe ser que a base de haber bebido Schweppes,  con el paso de los años mi gusto ha crecido.
      Resulta curioso pensar que un trabajo tan mítico y bien resuelto como este, en nuestra querida “España, esa España mía, esa España nuestra” y haciendo gala del eslogan “Spain is diferent”, sea nuestro inclasificable Raphael quien más crédito ha dado ha esta obra, cuando se marcó, a golpe de tamborilero, una inverosímil versión del tema más popular de la obra, Aquarius, que popularizarían posteriormente en la radio el dúo Gomaespuma, donde para el delirio de sus fans y la incredulidad del resto de los mortales, nos dimos cuenta que en cuestión de gustos “no todo está dicho”.
      Yo por mi parte, escribiendo estas líneas he hecho esta reflexión: ¿como es posible el imperdonable error de marketing que comete una conocida marca de bebidas isotónicas, no voy a decir el nombre por obvio, al no adquirir los derechos de tan inenarrable versión, o de cualquier otra, de este “temazo” para la publicidad de su refresco? Si parece que estuviera escrita para ellos.
      Recientemente la obra se ha repuesto en nuestras carteleras sin demasiado éxito, por cierto, una verdadera pena, la verdad, porque en los tiempos que corren su mensaje debería estar más vigente que nunca… debe ser que ya no somos nada hippies.
      Así que con la cara lavada y recién “peinao”  me gustaría despedirme con una de mis estrofas favoritas de una de sus canciones: ¡paz!, ¡flores!, ¡libertad!, y ¡felicidad!... para todos.

                    
                   
                     
               

miércoles, 22 de febrero de 2012

Los Chicos del Village

      Un indio, un policía, un vaquero, un militar, un obrero de la construcción y un motero embutido en cuero negro formaron el estrambótico y variopinto sexteto musical de efímera, pero fulgurante, trayectoria que arrasó en las listas de éxitos a finales de los setenta en medio mundo,  su nombre: Village People.
      Venían de los USA, como tantos otros, y desembarcaron en España a los compases de su tarareado; “¡Young men!” con el que nos invitaban a disfrutar de la vida en su famosísima Y.M.C.A.
      Luego, nos enteramos que en donde en realidad se disfrutaba era en el ejército y nos animaron a alistarnos en la armada canturreando aquello de In The Navy. La cosa se ponía seria si para divertirse había que hacerse marine.
      Ambas canciones desataron la polémica al otro lado del Atlántico, ya que el atuendo del grupo no parecía el más adecuado para tratar con tanto desenfado instituciones tan serias como el ejercito o la Y.M.C.A. (la Asociación de Jóvenes Cristianos estadounidense). Aquí fuimos ajenos a cualquier polémica; definitivamente, somos unos carnavaleros.
       En la cumbre de su popularidad se despacharon, bien a gusto, con una película para la gran pantalla: ¡Que no pare la Música!, que casi nadie fue a ver, y de la que no se recuperaron a pesar de tímidos intentos posteriores por reverdecer viejos triunfos. El film en cuestión, estaba vagamente inspirado en la historia real del grupo, y tiene el dudoso honor de figurar como uno de los “peores” musicales de todos los tiempos, mezclando de forma ¿magistral? la estética más hortera y extravagante, con un argumento simplón que parece no interesar en ningún momento. Aunque logra, eso sí, en un solo numero musical resumir toda la cultura macho-gay americana de los últimos veinte años.
      Hoy, los Village se mantienen como una banda de culto para nostálgicos de la música disco de los setenta y para los adoradores de la estética kitsch más agresiva y pseudo-gay.
      Por estas tierras se dieron a conocer en el mítico programa musical de TVE, Aplauso, con los inimitables: Silvia Tortosa y José Luís Uribarri, entre otros, como maestros de ceremonias, y su imagen carnavalesca (los chicos iban “muy” disfrazados, es verdad) y lo pegadizo de sus canciones, enganchó de inmediato a un público ávido de baile y diversión sin pretensiones. Unas coreografías sencillas pero resultonas, a partes iguales, hicieron el resto.
      De la noche a la mañana se convirtieron en auténticos ídolos de adolescentes y niños, incluso fueron versionados, en nuestro país, por los no menos populares Parchis, que desafinaron, como solo ellos sabían, el adaptado estribillo en castellano, para que nos enteráramos bien: “en la armada, los siete mares surcaré ...”
      La creatividad callejera-cañí, tan nuestra, también versionó su más famosa canción Y.M.C.A. de una manera bastante gastronómica, y a nivel de la calle, los niños cantábamos a pleno pulmón aquello de: “Choped, yo no quiero jamón, quiero chóped …” camino del colegio.
      Luego nos enteramos que toda esa estética, ¡tan simpática!, era “gay”, y yo sin darme cuenta, ¡¡pero si parecían tan rudos estos muchachos!!. En nuestra España, de macho ibérico, se nos habían colado unos “mariconazos” directos al Número Uno; si Franco levantara la cabeza. Menos mal que duraron poco, si  no, nos amariconan a todos.
      Con el tiempo nos fuimos enterando que el nombre del grupo venía del Village neoyorkino, el barrio homosexual, por excelencia, de Nueva York. Y los pretendidos disfraces respondían a los arquetipos homo-eróticos de Tom of Finland, el pintor porno-gay, por antonomasia, en otras tierras más avanzadas. Pero fíjate lo que son las cosas, en nuestra conservadora España, este grupo de diseño, destinado a las mentes más abiertas y procaces, fue cosa fundamentalmente de críos.
      Los miembros originales del grupo, no son “gays”, solo lo parecen, pero es que es su profesión, y aun andan por ahí voceando sus viejos éxitos, ya entrados en años, y moviéndose, como pueden, por los escenarios de medio mundo; incluso han sido teloneros de Cher en sus últimas giras. ¡Cuanta pluma suelta!
  

       
         

lunes, 13 de febrero de 2012

Ya no podré bailar con Whitney

      Rostro de estrella de cine, cuerpo de super-modelo y una voz potente y angelical a partes iguales, fueron los contundentes argumentos que convirtieron a Whitney Houston en una diva de la música sin discusión. Si a eso añadimos el apoyo de una poderosa multinacional discográfica y un repertorio musical fabricado a la medida de sus facultades vocales, con un inteligente y marcado sentido comercial, el cocktail es explosivo.
      Su presentación pública se produjo en 1985 cuando cantaba aquello de How will I know?, que por aquí sonaba parecido a “abuela no”, que decía mi padre, y rápidamente se convirtió en la única cantante capaz de hacer sombra a la Madonna de finales de los 80.
      La sucesión de éxitos fue imparable hasta 1992: Greatest Love at All, Saving All my Love for You, So Emocional, y así, hasta siete Nºs 1. La llegada de la película El Guardaespaldas y su tema principal I Will Allways Love You, la canción más vendida de la historia, por una mujer, marcan el punto más alto de su fama y prestigio.
      A partir de ahí el declive es lento pero inexorable. Un turbulento matrimonio con el rapero Bobby Brown y su adicción a las drogas la hunden prematuramente.
      Tras su divorcio intenta resurgir de sus cenizas sin demasiada fortuna, hasta que la madrugada del 11 de febrero de 2012 es hallada muerta en la bañera de una suite del Hotel Beberly Hills de Los Ángeles.
      Este triste y temprano final sacude, de forma inesperada, a sus miles de seguidores en todo el mundo, entre los que me incluyo, y deja paso a su canonización artística como una trágica leyenda más del mundo del espectáculo.
       En sus momentos de gloria, Whitney se convirtió en el patrón por el que se medía a una cantante, cantar como Whitney Houston fue sinónimo de “cantar como Dios”, lo mismo que anteriormente había sido Barbra Streisand, y su inconfundible estilo que mezclaba del soul de Aretha Franklin, el terciopelo de Ella Fitzllerald y el gancho comercial de Donna Summer, marco la pauta a seguir por alumnas aventajadas como Mariah Carey, Celine Dion o Beyonce, todas ellas, pálidos reflejos de su maestra.
       Yo tuve la suerte de verla en directo dos veces: en la Plaza de Toros de Las Ventas y en el Palacio de los Deportes, en Madrid, cuando estaba en el cenit de su carrera y en plenitud de facultades físicas. Y sí, era un portento, doy fe de ello.
       Podría gustar, más o menos su repertorio, que ciertamente, era discutible,  en el escenario podía resultar algo sosita, a veces, sí; pero, indudablemente, poseía esa cualidad especial que solo tienen las grandes de verdad. Es lo que yo llamo el “esto es”: algo único y genuino que hace que te distingas de los demás y de lo habitual. Y es que, en un momento dado, cuando aparecía el “toque Houston”, con sus giros vocales, tan característicos, o esas notas altas que lanzaba con la garganta abierta, como solo ella sabía hacer, hacía que solo por eso, mereciera la pena todo lo demás. Los que buscan distinción, saben a qué me refiero.
      Mi mejor momento con la “diva” lo pasé en la mili, cuando, en plenas maniobras militares en el Coto de Doñana, acribillado a picotazos de los mosquitos “caníbales” que por allí pululan, bailábamos desatados I Wanna Dance With Somedody, mi amigo Manolo y yo, entre los platos, las cazuelas y los manteles de la taberna de oficiales, para evadirnos de la “mierda” que nos rodeaba.
      Solo por esos buenos momentos de placer: ¡¡Gracias Whitney
, te echaré de menos!!