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lunes, 14 de noviembre de 2022

Liza: La Vida es un Cabaret


      Descubrí a Liza Minnelli en la Navidad de 1.977, cuando ya era una superestrella por derecho propio. Hija Judy Garland, posiblemente la mayor estrella musical femenina del Hollywood clásico, y Vincente Minnelli, uno de los mayores directores de musicales del la Metro, parecia destinada a brillar en el mundo del espectáculo por nacimiento, sin embargo, su triunfo lo consiguió a base de tesón, tiempo y talento. 

      Aunque ya era una de las celebridades mas indiscutibles de la decada de los 70, yo, no fue hasta que la vi felicitándonos unas muy alegres Merrry Christmas en el primer anuncio televisivo de Freixenet con estrella internacional que se hizo en España que no la presté atención. En realidad se trataba de recotes de su celebrado y multipremiado show de 1.972, Liza with a Z, con el que había ganado un Emmy y que no llegó a emitirse nunca en la España de la Primera y Segunda Cadena. En medio de vistosos números musicales al más puro estilo Broadway se insertaba muy inteligentemente un dorado luminoso que decía Carta Nevada, así daba el pego. Las doradas burbujas bailarinas ideadas por el fotófrafo y publicista catalán Leopoldo Pomés harían su debut la Navidad siguiente, pero eso da para otro artículo. Mi padre se quejaba cada noche al verla: no entiendo porque es tan famosa esta tía tan fea, decía, que ni canta, ni baila, ni nada de nada, pero a mí me resultaba fascinante, rara, pero fascinante.

 


      Yo ya sabía de su triunfo en Cabaret, la pelicula con la que ganó el Oscar a la mejor actriz y la convirtió en la estrella del momento, pero cuando aquello pasó yo era demasiado niño, así que no viví en directo el nacimiento del fenómeno Minnelli. El film era la adaptación al cine del músical del mismo titulo que había triunfado en Broadway y que había sido escrito expresamente para ella, aunque, paradojas de la vida, no pudo representarlo en los escenarios pues el director contratado, Harold Prince, consideró que Liza era demasiado buena como para representar a una cantante de cabaret de segunda y no resultaría creible, ¡que cosas!

      Unos meses después de la publicidad de Freixenet llegó a mi ciudad Cabaret, y es que en las ciudades de provincia tamaño medio las películas llegaban siempre muy tarde, y allá que fuí. Pocas veces en mi vida una película me golpeó el estomago como esta. Allí había de todo, y todo bueno, música decadente, bailes decadentes, una orquesta de mujeres decadentes, nazis, judios, triangulos amorosos, abortos, una relacion homosexual, "la primera vez que vi eso en el cine", un maestro de ceremonias hipnótico y carismático y Liza, Liza Minnelli, llenando la pantalla, juguetona, pizpireta, hiperactiva, resultona, extravagante, mágica. Nunca antes y nunca después brillaría como en esta película. Ni falta que hizo. Su imagen con shorts negros, liguero, medias y bombín cantando Main Herr sobre una silla, como una especie de Marlene Dietrich de segunda en El Angel Azul es ya un icono eterno del Septimo Arte

      Después de un triunfo tan absoluto solo te queda mantenerte, si puedes, o ir hacia abajo, irremediablemente. En el cine nunca repitió un éxito tan absoluto, aunque brilló en New York, New York,  funcinó en Arthur, el soltero de oro, y tuvo vehículos diseñados para su lucimento personal que no acabaron de cuajar:  Lucky Lady o Nina.

      En los años 80, practicamente se retiró del cine, salvo en escasas ocasiones. Sus presentaciones en directo, sin embargo, eran acontecimientos absolutos, ya fuera en músicales de Broadway o actuaciones en espectaculos unipersonales y giras por todo el mundo que dejaban claro la superestrella que era. 

      Brilló también en espectáculos músicales para la televisión junto a estrellas como Goldie Hawn, Mijail Barishnikov o los Teleñecos. Merece la pena revisar estas actuaciones en Youtube, son antológicas.

 

      Fue también una de las reinas indiscutibles de los años dorados del Studio 54, donde se pasaba las noches bailando después de terminar sus representaciones en el teatro, junto a sus amigos Andy Warhol, Bianca Jagger, Truman Capote o Halston, su diseñador de cabecera. Tanto desmadre le pasó factura, normal, y empezó a ser más conocida por sus adicciones y rahabilitaciones posteriores que por su, todavía, brillante carrera.

     Cuatro bodas y cuatro divorcios, siempre se casó con hombres sospechosamente homosexuales, que poco ojo tuvo siempre esta chica, romances fallidos, enfermedades varias, su vida cada vez se parecía más a la de su malograda madre pero seguía ofreciendo espectaculos grandiosos en grandes escenarios como el Cesar Palace de Las Vegas, el Carnegie Hall o el Radio City Music Hall de Nueva Yok, el London Palladium o el Olimpia de París.

      Volvió al primer plano de la actualidad limpia, rehabilitada y más guapa que nunca de la mano de los Pet Shop Boys en un intento de relanzar su carrera como estrella del pop que no cuajó, Results se llamó el experimento. Y es que la personalidad de Liza siempre estuvo por encima de cualquiera de sus trabajos y el sonido pop no le iba en absoluto.

       

      En el cine ofreció, de nuevo, una pequeña joya que pasó despercibida, una verdadera pena,  Stepping Out, donde brilló como en sus años mozos, o incluso más, cantando y bailando rejuvenecida y plena de forma. Hizo giras multitudinarias sola o en compañía de mitos como Frank Sinatra, Sammy Davis Jr., Charles Aznavour o Pavarotti. Parcicipó en homenajes a Fredy Mercury, las celebraciones del centenario de la Estatua de la Libertad, cantando una version de New York, New York antológica, galas de los Premios de la Academia, siempre con éxito rotundo.

      Icono gay indiscutible, es una de las personalidades más imitadas en los cabarets del todo mundo, drag-queens y transformistas le renden pleitesía, amiga de Michael Jackson hasta el final, también participó en su homenaje de 2.001 celebrando sus treinta años de carrera. 

       

      Hoy en dia es más conocida por por sus fracasos sentimentales, por sus problemas de salud, una encefalitis que casi se la lleva para el otro barrio, un cancer de mama, por sus multiples recaidas en sus multiples adicciones, pero ahí sigue. Incombustible, iba decir inimitable, pero es todo lo contrario, muy imitada y única. Ahí quedan para demostrarlo un buen puñado de temas que sus buenos amigos y compositores de cabecera Fred Ebb y John Kander, escribieron para ella, y ella se encagó de inmortalizarlos: Money, Money, Maybe This Time, Cabaret, Mein Herr, But The World Goes Round, New York, New York, Liza With a Z, Ring Them Bells y tantas otras no pueden sonar mejor que en su voz.

       ¡Y es que ya no se hacen mitos como los de antes! 



 


 

 

 

 

 
 


 

jueves, 21 de noviembre de 2013

¡¡Extrañas Parejas!!


     

     Ya lo pregonaron los muy ochenteros Mecano en voz de la incomparable Ana Torroja: Mujer contra Mujer, susurraba la musculada vocalista de pelo, sospechosamente, corto mientras nos narraba las desventuras de dos chicas que se amaban en secreto haciendo manitas, o algo más, por debajo el mantel.  Que dos mujeres se amasen se prometía tan complicado por aquel entonces que enfrentan a la una contra la otra como símbolo de su amor contra corriente . . . ¡demasiao!
Con dos hombres, sin embargo, la cosa, históricamente, ha sido bien distinta; siempre y cuando se amen como se tienen que amar dos hombres, en plan colega y machote, que aquí mariconadas las justas.
     Las parejas de hombres han dado mucho juego a lo largo de los tiempos: desde Caín y Abel pasando por David y Goliat, hasta Moisés y Ramsés , Mesala y Ben-Hur o Julio Cesar y Marco Antonio, por poner tan solo algunos ejemplos históricos, pero también están el Gordo y el Flaco, Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, Axtérix y Obélix, Banner y Flappy, Oliver y Benji, largísimo etcétera.
     Pero siendo meticulosos no es difícil afirmar que las parejas de hombres, hombres, se formalizan de manera oficial y definitiva al final de la revolucionaria y moderna década los 60, no podía ser de otra manera, y es que desde que los estudiantes franceses salieron a la calle en Mayo del 68 a decir “basta ya” (pero en francés) la cosa no volvió a ser la misma.
     Jack Lemmon y Walter Matthau fueron ese mismo año la extraña pareja y se emparejaron otras siete veces más de forma antológica y descacharrante a lo largo de treinta años. Dennis Hopper y Peter Fonda buscaron su destino, entre canuto y canuto, montados en la más mítica Harley-Davidson de todos los tiempos, recorriendo la América profunda por la ruta 66, que es algo así como ir desde Santurce a Bilbao pero en plan yanqui y kilométrico. Paul Newman y Robert Redford, también buscaron su destino en una del far west, entre atracos a bancos y asaltos a trenes, compartiendo amoríos y escarceos con Katharine Ross para terminar acribillados a balazos y justificar plenamente el porqué de la acepción salvaje oeste; fue una verdadera lastima que dos chicos tan sanos acabaran así, por si no habíamos tenido suficiente con la muerte de la madre de Bambi ahora nos salían con esta, al menos quedó en nuestra memoria la cancioncilla gotas de lluvia caen sobre mi cabeza que se hizo tremendamente popular en múltiples y variopintas versiones.
     Dustin Hoffman y John Voight también fueron cowboys pero en plan moderno y de media noche, en no se que lío sobre la prostitución masculina y los bajos fondos, llevándose el Oscar a la mejor película a pesar de la clasificación X, ¡pero es que corría el año 69!, así cualquiera.


     Newman y Redford volverían a liarse poco tiempo después para dar el golpe, y vaya si lo dieron, la musiquita del asunto otra vez pegó fuerte, aunque por aquí sería más recordada como la sintonía del desodorante Williams que por el golpe original; después de dos éxitos tan indiscutibles se serían infieles y no volverían a coincidir nunca más, tanto guapo junto resultaba demasiado caro.
     Así Newman se lía con Steve McQueen para apagar los fuegos de un tal Coloso en Llamas que anticipó visualmente el 11 S de forma aterradora y rotunda; Redford hizo lo mismo con Hofman para acabar de un plumazo con todos los hombres del presidente a base de incendiarios artículos en el Washington Post sobre un tal caso Watergate, que igual os suena de algo.
     McQueen se fue a la Guyana francesa con Hofman disfrazado de Papillon y Voight se escapó con el super-macho Burt Reynolds de pesca deportiva y aventura bucólica para acabar casi violados sin defensa posible en una de supervivencia y venganza muy popular por las américas pero que en España pasó desapercibida.


     Tanta promiscuidad cinematográfica tuvo alguna honrosa excepción, como los televisivos Starsky y Hutch, moreno y rubio, pero “no” hijos del pueblo de Madrid, que a lo largo de cuatro temporadas, se regalaron todo tipo de arrumacos y carantoñas entre tiros y escaramuzas combatiendo al crimen organizado más bajuno con un estilazo a lo Harry el Sucio del que se podía disfrutar semanalmente y por partida doble. Y no nos olvidemos de los paradigmáticos Bud Spencer y Terence Hill, que desde que les llamaron Trinidad para regocijo de las plateas, fueron misioneros, super-policías, super-esbirros, super-dos, armaron el Belén, anduvieron con los hipopótamos y si no, se enfadaron, pelearon y repartieron mamporros a diestro y siniestro durante más de veinte años, a película por año todas igual de cutres y entrañables.


     El reverso tenebroso de esta singular pareja en España tomo cuerpo y figura en los inigualables Fernando Esteso y Andrés Pajares, símbolo patrio ¡indiscutible! de la transición, con ellos la caspa llegó a limites hasta entonces insospechados y la palabra hortera se hizo cuerpo y habitó entre nosotros; en términos de éxito popular no tuvieron rival durante una década y hoy en día están viviendo una fulgurante revalorización a cargo de la modernidad más friki que les rinde culto y pleitesía abanderados por su película más reivindicada, la indiscutible obra maestra de la caspa hispana Los Bingueros, seguida muy de cerca por Los Energéticos.


     Tanto compadreo masculino tuvo una muy aireada reacción entre el elemento femenino y, claro, las chicas son guerreras así que empezaron a hacerse notar: Jane Fonda aireo su ambigua amistad con Vanessa Redgrave en la memorable Julia, entre nazis y recuerdos, mientras Anne Bancroft daba un paso decisivo junto a Shirley MacLaine entre tutús y cocinas, en un engendro de prestigio que filosofaba entre ¿qué es mejor ser ama de casa o estrella del ballet?, tremendo dilema, vamos.


     Shirley que había sido previamente calumniada por una mocosa malintencionada por su sospechosa relación con Audrey Hepburn en la magistral, La Calumnia, sabía que las parejas de mujeres era un tema complicado, y si no que se lo digan a la pobre Joan Crawford que postrada en su silla de ruedas era agasajada a la hora de cenar con su propio canario muerto por una impagable Bette Davis, Baby Jane, mientras destrozaba la canción He escrito una carta a mi papi. Susan Sarandon, Louis, voló por los aires en su Chevrolet descapotable junto Gena Davis, Thelma, tras una accidentada escapada donde son robadas, violadas y perseguidas por la mitad del cuerpo de policía del estado de Oklahoma, como simbólico castigo a la independencia femenina, o como penitencia por haberse cepillado a un casi adolescente Brad Pitt en su primera aparición cinematográfica; mientras Kathy Bates, se daba un atracón de tomates verdes fritos, receta exclusiva de una anciana Jessica Tandy, al enigmático grito de guerra de: ¡¡Towanda!!.
      No fueron pareja, sino trío Pepi, Lucy y Boom que armaron la marimorena montándoselo a lo grande junto a otras chicas del montón, también fueron trío las lejanas Acuario que remaron mucho con su marinero lideradas por Mayra Gómez Kemp antes de capitanear el televisivo Un, Dos, Tres y responder una y otra vez, y es que el asunto de los tríos siempre fue muy femenino sino que se lo pregunten a Sabrina, Kelly y Jill Munroe que repartieron disparos, sonrisas y despechugue en la pequeña pantalla mientras volaban angelicalmente a la sombra del enigmático Charlie.


     Pero si de parejas extrañas se trata la palma se la llevan el intrépido Michael Knight, hortera marca paquete irrepetible y de peinado imposible que junto a su inseparable Kitt, un coche fantástico muy simpático y parlanchín, hicieron las delicias de todos los críos a mediados de los ochenta, con permiso, claro está de R2D2 y C3PO, la pareja más homorobótica que haya conocido cualquier galaxia muy, muy lejana, dejando claro que ninguna fuerza por muy maligna que fuera podía con su amor interestelar.



     Parejas, parejas, parejas, tantas y tan variadas que tiran por tierra el dicho: mejor solo que mal acompañado. Vaya por Dios! Que dilema! Visto lo visto, nos quedamos con Mazinger y Afrodita, mismamente!


lunes, 8 de abril de 2013

Reinas del Destape (II): Amparo Muñoz, La Muchacha Más Guapa del Universo


     Fue una de las noticias más comentadas de su tiempo en la España, todavía aislada internacionalmente, de los últimos años del franquismo; una malagueña con apenas veinte años recién cumplidos era elegida Miss Universo. 
     A  mi casa llegó la revista Semana que en portada y páginas interiores “a todo color” recogía el histórico hito. Amparo Muñoz que así se llamaba la guapísima se convertía de la noche a la mañana en una celebridad, en una heroína nacional, después del triunfo épico de Massiel arrasando en el Festival de Eurovisión el mundo entero, por fin, se rendía ante lo evidente: la mujer española era la más guapa del planeta; morena, decente y cuando besa, es que besa de verdad. 
      ¡Abajo las anglosajonas! ¡Arriba las mantillas! ¡Muera la diadema! ¡Viva la peineta! Ya solo quedaba que nos devolvieran Gibraltar.
       Un recatado traje verde botella, nada favorecedor por cierto, cubría la totalidad de una anatomía que pedía ser mostrada a gritos. Pasarían muy pocos años para que Amparo luciera todos sus encantos con generosidad y contundencia, pero de momento la “chicha” brillaba por su ausencia.
       Aún debe estar guardada esa revista en algún rincón del garaje de la casa de mi pueblo y yo leí y releí, varios veranos seguidos, la entrevista en la que la recién nombrada bella universal confesaba que lo único que ambicionaba era seguir siendo secretaria en su Málaga natal, casarse y tener hijos, llevar una vida anónima, vulgar y que la celebridad le importaba un comino.
      La vida, que a veces es muy extraña, le tenía reservada, sin embargo, un recorrido que viajaría por unos derroteros bien distintos a los planeados.
      Fue ese verano de 1974 cuando me enteré que existía eso de Miss Universo: ¡¡un jurado humano era capaz de certificar quien era la más guapa de toda la creación!!, meditó mi mente de niño, ¿eso incluiría a guapas de otros planetas?, me preguntaba mientras contemplaba las fotos de todas las guapas terráqueas. Allí no había ninguna con apariencia extraterrestre.
        Definitivamente lo de la mas guapa del Universo era un camelo. Rubias, morenas, orientales o africanas, todas eran de La Tierra y gracias.


      Nuestra bella  pronto se reveló como una auténtica antisistema, renunciando a los seis meses al reinado que la garantizaba como la más hermosa, y tras liberarse de una corona que no le apetecía mucho llevar a cuestas, el cine patrio, hambriento de nuevos rostros que exhibir, llamó a su puerta en forma de tentadoras ofertas.
      Su cara y, sobre todo, su cuerpo fueron uno de los emblemas de la transición española y todo lo contrario que “la Guapa, Guapa”, que rezaba la copla, ella si tuvo nombre y apellido y convertida en actriz, Amparo Muñoz lució palmito en películas como: Tocata y Fuga de Lolita, Vida Conyugal Sana, Mauricio Mon Amour, La Otra Alcoba, Sensualidad o Clara es el Precio, que si bien estaban asociadas, irremediablemente, a la moda del destape y la ola de erotismo que nos invadió, ya desde el principio, los títulos en los que participó estaban muy por encima de la media de calidad y fueron bastante más interesantes que los de muchas de sus colegas “destapistas”.


      Paralelamente, se convirtió en una de las favoritas de la prensa y acaparó portadas y reportajes en revistas como Fotogramas, Interviú, Blanco y Negro o el ABC, que siempre la mimó mucho.
      Su vida privada, sin embargo, despertaba bastante más interés que su carrera y relaciones sentimentales con Patxi Andión, Máximo Valverde o Elías Querejeta llenaron las páginas del papel couche.


       Sus películas aumentan en calidad y es reclamada por los mejores directores. Trabaja con Vicente Aranda, Carlos Saura, Pilar Miró, Eloy de la Iglesia, Jaime Chávarri o Fermín Cabal, entre otros, y se suceden títulos como: Mamá Cumple Cien Años, Hablemos del Amor, La Reina del Mate, o Dedicatoria.
      Volvió a acaparar todas la portadas cuando nos ofreció un suculento reportaje fotográfico de su exótica boda “balinesa” con un tal Flavio Labarca abriendo veda al resto de famosos que también se casarían de maneras más alternativas al sí quiero tradicional, pero en estos menesteres Amparo fue la pionera. El mozo en cuestión, y flamante marido, hizo honor a su aspecto de chulo y resultó ser traficante de drogas o algo así, y tan malas compañías marcan el inicio de su inexorable caída.
      Desde entonces, desgraciadamente, su fama se sustentó a base de noticias más cercanas a la crónica negra, que al glamour  que rodea una estrella: drogas, separaciones, ruina económica, enfermedades, sida . . . la bella consumida por la bestia.
       Su espectacular físico se fue deteriorando y su rostro angelical de rasgos pluscuamperfectos dio paso a las marcas de una vida imperfecta, vivida con demasiada intensidad.
      Prematuramente envejecida, sin embargo, sus facciones nunca dejaron duda de un inequívoco pasado como reina de la belleza.


      Entre sonoros escándalos como la condena a cuatro años de cárcel por tenencia de heroína, el impago de facturas o la fatídica noticia que la hacía moribunda infectada de VIH en un hospital madrileño, regresa esporádicamente al cine de manos de Fernando León de Aranoa en la estupenda Familia o con Paul Naschi, otro mito nacional, en Licántropo. Aunque será su participación en el programa La Maquina de la Verdad, desmintiendo todas esas noticias lo que marca su verdadero regreso a la popularidad, ¡que pena!
      En 2005 publica una conmovedora autobiografía con rotundo titulo, La Vida es el Precio donde desgrana su dramático periplo vital.
      Cuando nos enteramos de su muerte, con tan solo 56 años quedaban ya muy lejos sus años de esplendor. Las reseñas en la prensa hicieron hincapié en el mito del ángel caído, y yo me acordé de la revista Semana que guardando polvo en alguna caja del garaje de la casa de mi pueblo contenía ese reportaje “a todo color” donde una muchachita de Málaga aspiraba a ser una anónima secretaria, madre de familia y trabajar para luego descansar sábados, domingos y fiestas de guardar.


     Ninguna otra española ha sido elegida nunca más Miss Universo y mira que la mujer española es la más guapa y decente, la más buena y honrá. Debe ser que por ahí afuera nos tienen mucha envidia, que aquí en España es donde mejor se vive del mundo y eso de  mucha rabia.
     




viernes, 22 de febrero de 2013

Nadie como Nadia



     Las Olimpiadas de Montreal  del año 76 fueron mis primeras Olimpiadas, al menos las primeras de las que tengo un recuerdo claro.
     Recuerdo ese verano en el que vinieron mis primos a casa a pasar unas semanas de playa coincidiendo con el evento deportivo. Realmente eran primos de mi padre, aunque por edad más cercanos a mí y mi hermana, pero en cualquier caso mayores que yo y en consecuencia más sabios.
     Ahí descubrí, por los comentarios de mi primo, que las Olimpiadas se celebraban cada cuatro años y cada vez en una ciudad distinta. La última había sido en Munich, algo lejano me sonaba eso pero me sonaba, y ahora tocaba el turno en Montreal.
     Por la noche, por eso del desfase horario, se retransmitían carreras y competiciones varias, todas intensas, todas emocionantes y todas decisivas.
     Me enteré que nombres que me sonaban familiares como Mark Spitz, que me sonaba como de toda la vida, venían de otras Olimpiadas. El señor Spitz sin ir más lejos había ganado siete medallas de oro nadando y fue la estrella de Munich en el 72, y es que cada olimpiada tenía sus estrellas.


     Mi primo, primo de mi padre, sabía mucho de esto, ya que era muy listo, incluso había ganado un concurso en la televisión, así que me puso al día y a mí que eso de las estrellas me molaba que no veas, me aprendí todas sin pestañear.
     Montreal fue una Olimpiada más y tuvo sus estrellas, como todas las Olimpiadas, atletas, nadadores, luchadores y gimnastas que subieron al Olimpo de la fama y estuvieron en boca de todos: Kornelia Ender, Alberto Juantorena y un selecto etcétera acapararon la atención de todos nosotros, simples mortales, pero . . . nadie como Nadia.
     Nadia Comaneci fue la estrella indiscutible de Montreal, ¡y qué estrella!.
     Apenas una niña y con catorce años cumplidos, peinaba cola de caballo y llegaba a Montreal con la aureola de promesa a tener en cuenta, ya había destacado en los campeonatos de Europa, así que los jueces tenían puestos los ojos en ella.


     Lo que nadie se imaginaba era lo que estaba por venir. Por primera vez en la historia de la gimnasia la pequeña Nadia lograba un sorprendente e imprevisible diez por su ejercicio, es decir: la perfección. El asunto es que ni siquiera los marcadores estaban preparados para esta situación con lo que al anunciar su nota expusieron un anecdótico 1,00, y digo anecdótico por no decir cutre, así como suena, pero es que no había otra manera de representar su nota.
     Luego obtuvo otros seis “dieces” más, siete en total y ganó tres medallas de oro, una de plata y otra de bronce, a parte del extraoficial titulo de Reina de los Juegos.
     Su triunfo trascendió más allá del reducido círculo de la gimnasia y se convirtió en un personaje popular en el mundo entero.
     Incluso hoy en día su nombre sigue sonando aunque no hayas visto un ejercicio de gimnasia en tu vida y decir Comaneci es sinónimo de decir gimnasta de las buenas.
     Pero volviendo a Montreal, recuerdo como sus intervenciones focalizaban la atención y los comentarios de todo el mundo, al menos en mi casa y en mi círculo cercano.
     A mi Nadia me resultaba un misterio, a veces seria y con cara de amargada y otras veces juguetona y simpática cuando realizaba algunas de sus rutinas. A veces parecía bailar y disfrutar como una niña traviesa en vez de estar compitiendo por una medalla, otras veces podías leer la concentración en su rostro y entonces no parecía una niña en absoluto.
     Tras el triunfo en Montreal y la posterior resaca de gloria mediática su nombre fue dejando de sonar a todas horas, excepto cuando había alguna competición donde ella participaba.
     Cuatro años después la vimos en las boicoteadas Olimpiadas de Moscú y Nadia ya no era la niña de la cola de caballo y mucho menos sonriente. Era una mujer pechugona, musculosa, con cara de mala leche y un corte de pelo a lo “tazón” de lo más desfavorecedor. Ganó medallas de oro otra vez, pero la campeona absoluta fue otra, una gimnasta rusa que se llamaba Yelena Davidova que, claro, no fue la reina que resulto ser “la Comaneci” cuatro años antes, ¿alguien recordaba ese nombre?


     De hecho la reina de los juegos de Moscú fue un oso, el Osito Misha, para más información, mascota oficial de los juegos que, con serie de televisión incluida, fue un muñequito bien popular entre la chiquillería del momento como ninguna otra mascota lo fuera o lo hubiera sido, con permiso de Naranjito, Cobi, Curro
y cualquier otra mascota anterior y posterior.


     Una vez retirada de la competición Nadia siguió siendo noticia esporádicamente pero por motivos extradeportivos, como la huida de su Rumanía natal y su asilo político en los USA.
     Ahora vive allí, está casada con otro gimnasta super-campeón olímpico americano, Bart Conner, es madre de un hijo, comentarista deportiva, mujer de negocios, embajadora de deportes de Rumanía, país al que regresó para casarse y donde es una verdadera heroína, está hiper-recauchutada y tan pichi. Pues nos alegramos por ella.
     Por cierto que una lectora de mi Blog, y sin embargo amiga, me sugirió hace tiempo que escribiera unas líneas sobre Nadia
. Sugerencia aceptada y cumplida.


sábado, 24 de noviembre de 2012

Niña Mala, Niña Buena



     Carrie era joven, inocente, marginada, maltratada, tímida . . . y buena. Tenía ganas de cambiar, de integrarse, de ser aceptada, de ser querida. Era el paradigma perfecto de la adolescente típica, tópica y habitual . . . pero tenía un secreto inconfesable, como todos nosotros, pero más.
     Corría el año 1976 y en plena fiebre post-exorcista el tema de niños “cabroncetes” estaba a la orden del día y Carrie encajaba en ese patrón.
     Se anunciaba como una película de terror, al uso, aunque allí había mucha más tela que cortar.
     ¡Qué maravilla! ese lírico comienzo de adolescentes en las duchas, tras un reñido partido de voleibol. A cámara lenta, entre vapores y risas, un grupo de muchachitas se divierten con despreocupación, y de repente: ¡¡sangre!!, la sangre de la primera menstruación de la protagonista; todo un anticipo de que la cosa va a ser fuerte.
     Carrie aterrorizada ante la visión de su propia sangre pide auxilio presa de un ataque de pánico, pero es cruelmente vejada bajo un montón de burlas y compresas. La algarabía que se monta queda súbitamente silenciada cuando una bombilla salta por los aires a los compases del grito desgarrado de la joven acosada. Se vislumbra la tragedia.


     A lo largo de la película nos vamos enterando de que Carrie es hija de una cristiana integrista y que su padre un día salió a por tabaco y no volvió, cuando se dio cuenta de que con su santísima esposa iba a mojar menos que Robison Crusoe antes de encontrarse con Viernes, y eso con suerte. La pobre cría vive sometida bajo las paranoias de su madre, que está como un cencerro, y le hace rezar día sí y día también para que se arrepienta de sus hipotéticos pecados; el peor de ellos haber nacido fruto de un “polvete” bajo los efectos embriagadores de unas cervezas de más.
     Por si esto fuera poco, sus compañeras de clase la detestan, ya que están castigadas a agotadoras sesiones de gimnasia por haberse comportado con ella como unas verdaderas “guarras” en el incidente del vestuario.
     Entre tanto desconsuelo nuestra heroína descubre que tiene poderes y que con una simple mirada puede mover cualquier objeto a su santa voluntad. Mira tú que suerte.
     El guapo oficial del Instituto, que no es otro que Wilian Katt, más conocido en España como El Gran Héroe Americano, una especie de Superman torpe que vestía mallas rojas y volaba deficientemente, en una serie de televisión que arrasó en nuestro país en los años 80,  coaccionado por su propia novia, invita a Carrie al Baile de Fin de Curso con el fin de compensar la vejaciones a la que ha sido sometida por sus compis.


     Tras las infructuosas negativas de nuestra protagonista a ir al baile, pues teme que se vuelvan a burlar de ella, y tras enfrentarse acaloradamente con su histérica madre, finalmente accede. Pero nosotros ya sabemos que allí volverá a ser sometida a su enésima vejación y, literalmente, es duchada con sangre de cerdo tras ser coronada como Reina de del Baile. Su venganza será terrible.
     Tras cargarse a todos sus compañeros y profesores, a los que les hace arder en una pira de lo más truculenta y pirotécnica, se encuentra, al llegar a casa, a su desquiciada madre enajenada y con ganas de guerra, con lo que a la pobre cría no le queda más remedio que crucificar a su progenitora con unos cuantos cuchillos voladores bajo los gritos orgásmicos de la maternal mártir, que parece gozar como nunca ante semejante martirio.


     Tras tanto desaguisado Carrie decide que lo mejor . . . es suicidarse.
     Y cuando, por fin, creemos que todo se ha acabado, una mano ensangrentada surge de su tumba para que así podamos respingar a gusto y satisfechos y reírnos de nuestro propio susto.
       Este final no solo fue antológico, sino que sería imitado hasta la saciedad desde entonces, pero nunca superado.
     En Carrie vimos por primera vez a John Travolta en el cine, antes de que se pusiera a cantar y bailar, en plan hortera, con traje blanco o cuero negro.  
       Sissy Spacek, la protagonista, estaba sensacional en su doble faceta de monstruo-frágil, tanto como Piper Laurie, la madre loca, y las dos fueron nominadas al Oscar, pero no ganaron. Una lastima.
        El resto del reparto, también estaba también sensacional: la profe buena, que luego la vimos como madrastra buena en la serie Con Ocho Basta; la amiga buena, que luego se casó/divorció con Steven Spielberg en la vida real; y las enemigas malas, que eran todas muy “cabronas” y se mueren por eso, por “cabronas”, como Dios manda.
       Y la música y la fotografía y el montaje, con esa pantalla partida en dos, y todo lo demás, fue sensacional.
     Brian de Palma, el director, se consagró como el mejor alumno de Hitchtcock y nunca estuvo mejor que aquí.
     En Carrie nos emocionamos con su Baile de Fin de Curso, verdadera institución en la sociedad norteamericana, que aparece en pantalla, luminoso, como un lugar celestial, que se torna en infierno en el momento de la venganza. Pero es que, además, estamos de acuerdo con su venganza, aunque se excediera un poco con tanto fuego y cuchillos, todo hay que decirlo. Carrie nos hace reflexionar sobre nosotros mismos, que aunque nos creamos justos y objetivos, en el fondo somos como todo el mundo, y defendemos lo indefendible, básicamente, por afinidad afectiva. Vamos, que ni somos objetivos, ni nada de nada.
     Y es que lograr que simpatices con un capullo en potencia no es algo tan difícil de conseguir, solo tienes que creerte sus motivos.
     Y eso es algo que hacemos todos, todos los días. Unos en un sentido y otros en el sentido contrario, aunque no seamos conscientes de ello.
     ¡¡¡Que chungo!!!!


martes, 13 de noviembre de 2012

Leyendas Urbanas


     
     Vivimos rodeados de información, una cierta, otra no; oímos noticias, cotilleos, rumores, secretos y propaganda a la que a veces no prestamos ninguna atención y otras veces nos marca, incluso, para toda la vida. 
     Yo que siempre presumí de ser persona bien informada, soy lo que se dice un absurdo acumulador de datos, de esos que no sirven, absolutamente, para nada, a lo largo de mi vida he podido concluir que la información da igual que sea veraz o no, lo importante es que te la creas. Y a este punto es donde yo quería llegar.
     Hay que gente que jura y perjura que ha vivido tal o cual situación y si no ellos, exactamente, sí alguna persona allegada de total confianza o un allegado de otro allegado de la misma confianza, o más, aunque no lo hayas visto en toda tu vida y no tengas la menor intención de verlo el resto de la vida que te queda.
     ¿Cuánta gente ha tenido experiencias paranormales? ¿Cuántas personas aseguran de haber percibido algo parecido a un fantasma?  ¿A cuantos conocemos que hayan experimentado fenómenos extraños, apariciones, sensaciones, premoniciones o intuiciones inexplicables? ¿A cuantos se les ha aparecido la dama de la curva? ¿Cuántas curvas, solo en España, tienen dama de la curva? ¿Y en el resto del mundo?
     Existe otra cosa más extraña aun: los falsos recuerdos colectivos, es decir, cosas que nunca existieron y que, sin embargo, son recordadas por una multitud, a veces abrumadora, de personas. Incluso, por casi toda la sociedad.
     Y es así como se crean las leyendas urbanas.
     Leyenda urbana es  que el niño feo de la serie Aquellos Maravillosos Años creció y se convirtió en Marilyn Mason. Me lo han asegurado mil veces y resulta que el joven actor infantil se retiró de la farándula al acabar la serie y ahora es un abogado anónimo pero feliz.




     Leyenda urbana es que los chinos en España no pagan impuestos. Tienen una exención fiscal de cinco años, por eso proliferan tanto sus negocios. El dato está en la calle y da igual que no haya manera de contrastarlo, tú te lo crees porque te lo dijo alguien de confianza que se entero por otro alguien que lo sabe de primera mano o de muy buena tinta.
     Lo de "muy buena tinta" es infalible y siempre veraz.
     Además que te lo cuenta, indignado, la misma persona que no paga un duro. Porque seamos claros, aquí solo paga el que está "pillao".
     Leyenda urbana es que Richard Gere se introdujo un hámster por el culo, así como suena. Parece ser que todo el mundo tiene un conocido en el hospital donde le extirparon al simpático animalito, ya que, el pobre, se perdió entre tanto intestino y no supo salir. Sin más comentarios.

     Recuerdo colectivo es que Afrodita A, la sonrosada compañera robótica del inefable Mazinger Z lanzaba sus misiles al grito de: ¡¡pechos fuera!!
     Esta leyenda ha sido para mí como una cruzada personal. Incluso me llegué a revisar todos los capítulos emitidos en nuestro país de esta emblemática serie de dibujos animados para comprobar si la metálica heroína vociferaba la famosa y recordada frase. Nada, ni rastro de la misma. El mito se forjó en la mente colectiva como una extraña combinación de recuerdo visual, ya que efectivamente la estilizada robot lanzaba sus tetas a modo de misiles destructivos, freudiana metáfora del poder femenino por otra parte; y recuerdo auditivo, era el propio Mazinger Z el que gritaba: ¡¡puños fuera!! y ¡¡fuego de pecho!!. 

     De aquí al recordado Pechos Fuera solo había que dar un pequeño paso.
    Yo llegué a apostarme una cena contra una veintena de amigos, que me aseguraban haber oído, repetidamente, tan contundente grito de guerra femenino. Pero a pesar de mi repaso sistemático de todo el serial, no tragaron. 
     Recientemente en un telediario a hora de máxima audiencia, hablaron de este tema y vinieron a confirmar lo que yo ya sabía: la frase nunca fue dicha. Desgraciadamente ya no me hablo con ninguno de esos veinte amigos para ganarme veinte cenas, jo!



     Siguiendo con las leyendas pectorales, se ve que el pecho femenino da para ello, corrió la afirmación de que a nuestra fantasiosa Ana Obregón se le reventó una teta en un avión ¡¡¡en pleno vuelo!!!. Ella lo ha desmentido insistentemente, pero ciento ochenta y cinco testigos oculares no pueden estar equivocados. Amen que el desaguisado que tuvo que ser tanta silicona desparramada en tan reducido espacio no pudo pasar desapercibida así como así. Silicona con ADN sin duda. Nunca sabremos la verdad.




     También he oído que si te miras en el espejo a las doce de la noche, completamente solo, en casa, con una vela e invocas a no sé quién, verás tu propia muerte. Primero: a ver quién es guapo que se atreve a hacer esto, bien por miedo, bien por miedo al ridículo. Segundo: ¿A qué clase de pervertido le interesa ver su propia muerte?
a      Otros, dicen que en las alcantarillas de Nueva York hay cocodrilos, que son los descendientes de las mascotas que losom ciudadanos de tan populosa metrópoli han tirado por el retrete.
     A mí, sinceramente, si me dan a elegir entre un cocodrilo de cloaca y la teta de la Obregón me quedo con la teta! Es que un cocodrilo con olor a detritus, como que no!

jueves, 11 de octubre de 2012

Zombies, conflictos y otros asuntos



     Corría el año 1979 y en plena adolescencia lo que molaba era ir a ver películas de terror, cuanto más terroríficas mejor. Y verdaderamente que la década de los 70 fue fructífera en cantidad y calidad de horrores cinematográficos.
     Zombie fue un titulo mítico y de visión obligatoria para todos los jóvenes cinéfilos y amantes de las emociones fuertes de aquel entonces. Venía precedido de la determinante y morbosa clasificación “S”, esto es: ¡podía herir la sensibilidad!, del que la tuviera, y como reclamo principal amenazaba con un eslogan de los que marcan época: “cuando no quepa nada más en el infierno, los muertos andarán sobre la tierra”, esto prometía.
    
El asunto empezaba con la tierra invadida por una plaga de seres voraces y bastante torpones que su única finalidad conocida era alimentarse de carne humana, no se sabe por qué. Como se trataba de la continuación de otro título emblemático: La Noche de los Muertos Vivientes, intuimos de antemano que el asunto va de muertos resucitados. Así, en medio de una tertulia televisiva de lo más desasosegante, un grupo de reporteros hartos de ver discutir sin llegar a ninguna conclusión valida, huyen en helicóptero, no se sabe hacia donde, teniendo que aterrizar de emergencia en un Centro Comercial de lo más acogedor, donde se refugian junto a unos cuantos supervivientes de los sistemáticos ataques de los zombies antropófagos que dan título a la película.


    
Los muertos vivientes pese a ser torpes y seres sin pensamiento, ni raciocinio, de forma autómata van al centro comercial a su ritual diario de consumismo desatado. Van con sus trajes de faena y así contemplamos una procesión de enfermeras, carteros, fontaneros o camareras putrefactas que chocan contra las puertas cerradas de su centro de ocio favorito como si de una canción de Viva La Gente se tratara: ¡¡al lechero, al cartero y al policía saludé!! . . . clamaba el iluminado grupo cristiano en todas sus actuaciones, para quien no recuerde la letra de  la cancioncilla.
    
El tema se complicaba cuando un grupo de moteros descerebrados, esta vez humanos, rompen la harmoniosa convivencia entre refugiados supervivientes y zombis hambrientos, y una vez destrozadas las puertas de contención, que separan a los unos de los otros, se arma la marimorena en un festival de vísceras y charcutería, cerebros reventados a tiros y demás porquerías por el estilo, que hicieron las delicias del espectador más gore y atrevido, como yo.


     
La película, entretenimiento puro y duro, tenía más miga de la que aparentaba, y destilaba una mala baba de los más fina y sutil, dejando colar entre tanta casquería una crítica indirecta y subliminal a la sociedad de consumo. Al fin y al cabo, ¿no somos todos nosotros esos zombies que consumimos sin ton ni son y seguimos consumiendo aunque peguen un tiro en la cabeza al que tenemos al lado?
     Fue la película más terrorífica de la temporada y tuvo decenas de imitadoras, en una de ellas, Nueva York bajo el terror de los Zombies, se veía, ¡¡en primerísimo plano!!, como una astilla de madera vaciaba el globo ocular de una pobre mujer, para el delirio de los espectadores más morbosos. Aunque fue el cine patrio el que se adelantó a todas las cinematografías del mundo con un titulo glorioso: No Profanar el Sueño de los Muertos, donde se combinaba de forma ejemplar zombies y ecología, pero esta película da para artículo propio.


     En aquel entonces ni me di cuenta, pero hoy, que ya no soy un adolescente, disfruto, como siempre, de este maravilloso entretenimiento a base te tripas y hemoglobina, sobre todo al percatarme de que la realidad es mucho más terrorífica que lo que se ve en cualquier pantalla del cine. No hay más que ver cualquier telediario.
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