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martes, 31 de enero de 2012

¿Has visto lo que ha hecho la cochina de tu hija?


      Una niña, de espaldas, gritando como una loca, una madre que entra en un dormitorio a ver que ocurre, de repente, una cabeza, la de la niña, gira 180 grados para que de un rostro deformado, que en nada se parece al de una niña, sale una voz ronca y oscura que dice: ¿has visto lo que ha hecho la cochina de tu hija?... en ese mismo momento decidí que tenía que salirme del cine si esa noche quería pegar ojo.
      Corría el año 1974 y con tan solo “diez años” me colé a ver El Exorcista, la película del momento. Menos mal que fui acompañado de un amigo, mucho más valiente que yo, que se cuadró y me dijo: ¡de eso nada!, que él había pagado su entrada y que nos quedábamos a verla hasta el final. Así que no me quedó más remedio que tragarme la película entera… y estuve toda la semana durmiendo con mi hermana.
       En esa semana de insomnio lo que más me aterraba era que la cama empezara a moverse, preludio certero de que a continuación iba a ser poseído por un demonio o algo peor, igual que ocurría en la pantalla. Cuando me di cuenta que la cama no se movía volví a dormir en mi cuarto y hasta hoy no he sido victima de ningún ataque sobrenatural… ¡mi vida no es de cine!
      Mucho antes de poder ver la famosa película, ya sabía de esta historia de demonios y posesiones, por el libro, que hacía tiempo había salido al mercado y se lo estaba leyendo una amiga de mi hermana, la cual, puntual y explícitamente, nos iba contando, capítulo por capítulo, lo que iba ocurriendo. A mí me daba tanto miedo escucharla que solo pensar en la palabra exorcista me producía escalofríos, pero me podía más el “morbo” por la historia que el terror que me producía, así que sufrí todas las noches hasta que acabó el relato.
      Luego, me di cuenta, que por televisión empezaron a anunciar el libro junto con otros dos best-sellers, Banco y Odessa, pero era cuando pregonaban “El Exorcista”,  que me entraba un “canguele” que no podía controlar .
        Así que cuando, por fin, llegó la película, precedida de una fuerte campaña de promoción y de un buen montón de noticias sensacionalistas que hablaban de muertes durante la proyección, ataques de pánico colectivos y posesiones reales en los cines donde se pasaba, sabía que era inevitable ir a verla. A pesar de ser menor de edad y del riesgo que corría mi integridad física. Todo podía ocurrir, pues el diablo mismo, en persona, era el protagonista del filme.
        Al final aguanté el tipo y me enfrenté a sus impactantes imágenes, no me quedó otro remedio, gracias a mi acompañante-amigo, hasta el final; sufriendo-gozando con las aventuras y desventuras de la pobre niña poseída que vomitaba puré de guisantes, se clavaba crucifijos, ponía los ojos en blanco y decía más tacos que Camilo José Cela, Alfonso Ussía y Arturo Pérez Reverte juntos.
      Los años le han sentado muy bien a este clásico del cine, que ha asentado sus truculentos efectos, dejando de manifiesto que su historia no es más que un canto a la maternidad más radical, con esa progenitora, sola y divorciada, desesperada por salvar a su hija de las garras del maligno. La niña se transforma en demonio, metáfora, sin duda, de los cambios y peligros de la adolescencia y del paso a la edad madura, donde se esfuma la inocencia de la niñez, ¡toma ya!… superad esta interpretación, si sois capaces.
      También resultó profético que la niña protagonista del filme se llamase Regan, “casi” como el futuro presidente de los EEUU, encarnación del mismísimo demonio para muchos, y/o que al comienzo del film, Regan tuviese afición a modelar simpáticos muñequitos, uno de ellos, por cierto, clavado al horroroso Curro, mascota de la semi-olvidada “Expo” Sevilla 92, toda una señal del Averno, sin duda.
      Señales aparte, el hito que supusieron sus tremendas imágenes aun sigue vigente, aunque simplemente sea como momento “kitsch” en los Pasajes del Terror de los Parques de Atracciones o como fondo de pantalla en ordenadores y móviles para adolescentes.
      … ¡¡Si el demonio levantara la cabeza!!!




martes, 24 de enero de 2012

Apuntes sobre la Caja Tonta

      Tengo tres televisiones en mi casa, una el salón, otra en la cocina y la tercera en el dormitorio, pero es que solo tengo esas tres estancias en mi casa; bueno, también tengo un cuarto de baño, pero no lo consideraré estancia por aquello de que no tiene televisor. Paradójicamente, soy una de esas personas que declara abiertamente que apenas ve televisión. Con lo cual, no me queda más remedio que concluir que, o bien soy un mentiroso o soy tonto. Como yo de mentiras, las justas, debo ser idiota. ¡Qué triste!
      Todavía recuerdo como en mi casa de antaño, siendo niño y cuatro de familia, solo teníamos una televisión, la del salón… y ¡¡¡en blanco y negro!!!
      En las noches invernales nos reuníamos en torno a la estufa catalítica, la cual me encantaba encender, para ver pasar sus rectángulos incandescentes de un azul celeste, inicial, a un naranja intenso cuando se había alcanzado el máximo de calor. Esta visión era, casi, tan entretenida como la del programa que nos tocaba ver,  ya que, pusieran lo que pusieran, por la noche en mi casa se veía la tele.      
      Como, además, resultaba que vivíamos en provincias, padecíamos la “marginatoria” vejación de ver tan solo un canal, la primera cadena. Ese era uno de los mayores dramas de no habitar en la capital, o alrededores, que no llegaba la muy misteriosa y ansiada segunda cadena, o “UHF”, nombre mucho más sonoro y rotundo para tan deseado anhelo. El otro gran drama de los provincianos era que no teníamos ni Corte Inglés, ni Galerías Preciados. Y es que hubo un tiempo, ya lejano, en el que estos dos “Grandes Almacenes” competían en rebajas y anuncios televisivos. Lo mismo que en la Tierra Media hubo un tiempo en el que los Hobbits vivían felices y en paz.
        Se sabe que la televisión llegó para revolucionar hábitos y costumbres y como todo hecho tecnológico, siempre, estuvo sujeta a continuos cambios, y el primero y más significativo que recuerdo, fue la llegada del color. Porque como ya dije, yo soy de los que empecé a ver la tele en blanco y negro.
         La primera televisión, en color, que conocí fue la de una amiga de una amiga que ni siquiera era amiga mía, pero que, por esas circunstancias de aquello de que “por el interés te quiero Andrés”, se convirtió en la persona a visitar, obligatoriamente, todos los sábados y domingos después de comer, tras una peregrinación de media hora, desde mi puerta a su puerta, como si de una copla se tratara, para ver el capitulo semanal de Heidi y/o La Casa de la Pradera, dos de los grandes “hits” televisivos del momento.
         En esa casa extraña nos reuníamos unos quince niños, sentados por el suelo, que llegábamos, veíamos el programa, y adiós, hasta la semana que viene. ¡Cosas de la convivencia!
         Los programas que se emitían los fines de semana después del telediario marcaron a más de una generación, y si no, ahí va esta retahíla como muestra: La Pantera Rosa, Los Picapiedras, Sandokan, Orzowei, Mazinger Z o la muy extraña y bizarra, Pipi Calzaslargas, suecos tenían que ser.
        Y es que la tele siempre tuvo su punto extravagante, bien fuera en su programación o sencillamente por su sola existencia. Si ir más lejos, aquello de los dos rombos. No deja de ser tremendo el hecho de que las emisiones para adultos se señalaran con tan característicos símbolos y se creara toda una mitología, morbosa, alrededor de esa simple figura geométrica. Y no solo fue que dos rombos se convirtieran en el paradigma de lo “no permitido” sino que generó una frase tópica en todos los hogares de España: “Niños, dos rombos, a la cama”
        Claro que, irse a al cama por culpa de los dos rombos, no era nada comparado con te mandaran a dormir unos dibujos animados que empezaron con la Familia Telerín, que se iban tempranísimo a la piltra porque querían descansar para poder madrugar, y acabaron con el Monstruo Casimiro que se lavaba los dientes con mucha pastita y agua corriente.
        Por supuesto que yo, junto a mi familia, viví intensamente grandes momentos televisivos: intentamos doblar cucharas y tenedores junto a Uri Geller y José María Iñigo, o seguimos los dictámenes del Doctor Rosado que aconsejaba cepillarse el dedo gordo del pié para aprobar las matemáticas, ¡literal!.
        Pero mi techo de surrealismo catódico fue el vivido durante los Mundiales de Fútbol de Alemania 74, cuando llegó a casa una segunda televisión, portátil, con antenas de cuerno y todo, con la que se pudieron ver los partidos retransmitidos en domingo desde la playa, enchufando el práctico electrodoméstico a la batería del coche, en una estampa digna de la mejor película de Alfredo Landa.
        La televisión, en España, perdió su inocencia un 23 de febrero de mil novecientos ochenta y uno, cuando mostró su cara más tremenda en vivo, en directo y en tiempo real. Claro, que ya sabíamos que la caja tonta no era tan tonta cuando aparecía mostrando al mundo que la vida en Vietnam o en Etiopía no era como un capitulo de Heidi o La Casa de Pradera.

        Ya se sabe, la realidad siempre superó a la ficción.



jueves, 5 de enero de 2012

Cuero, baile y… ¡brillantina!

       Me siento encerrado en un bucle temporal, como si del día de la marmota se tratara, y por más que intento salir de él, me despierto y vuelvo al mismo sitio, los años 70, mi década prodigiosa. Y fue que dando, ya, sus últimos coletazos hubo un evento que me transfiguró del todo, y emulando a la hija de Julio Iglesias, si Chabeli pasó de niña a mujer, yo, que no iba a ser menos, pasé de niño a bailón.
      Corría el año 1978 y llegaba a las carteleras españolas Grease.
      Para quien no lo sepa, Grease se estrenó en Broadway como musical escénico en 1971 y, en su momento, fue el espectáculo de mayor éxito por aquellos lares. Cuando llegó al cine, ya, llevaba ocho años representándose en los escenarios pero, para su adaptación cinematográfica, se cambió sensiblemente el argumento. Dejó de ser un espectáculo coral para pasar a tener unos protagonistas claros y, sobre todo, se modificaron algunas canciones; muchos de los números musicales del show original se oirían de fondo y se añadirían algunos temas, los más potentes, para los protagonistas.
      La elección del reparto fue uno de los mayores aciertos del film. Aunque la mayoría de los intérpretes rondaba, ya, la treintena y tenían que representar a unos adolescentes a punto de graduarse en el instituto, poco importó que, a pesar del esfuerzo interpretativo, no dieran el pego. En la mente de los espectadores que, masivamente, disfrutamos desde nuestras butacas con las andanzas Sandy, Danny y compañía, se produjo, como por arte de magia, el milagro y todos, o la gran mayoría, nos tragamos el desfase generacional.
          John Travolta, el protagonista de todo este embrollo, ya venía maleado de las pistas de baile, tras arrollar un año antes con Fiebre del Sábado Noche, otro mega-éxito fílmico-discográfico de los que marcan época. Su interpretación de Danny, el líder chulito del instituto Rydell, suponía su revalida particular, y la pasó con matrícula de honor. Quitarse de encima a Tony Manero, su anterior personaje, parecía misión imposible, pero lo consiguió, vaya si lo consiguió. Así que continuó decorando las carpetas de las adolescentes de medio mundo un año más.
         La chica, Sandy, la interpretaba Olivia Newton-John, una perfecta desconocida para mí, y para media España, hasta ese momento. Su transformación de “niña buena que no ha roto un plato en su vida” a “malona de cuero ceñido” figura, en el inconsciente colectivo de toda una generación, como uno de los grandes momentos que trae la pubertad. Olivia no estaba “buenorra”, estaba ¡¡buenerrima!!
         El resto del reparto quedó a la altura de los protagonistas: Rizzo, Frenchy, Kenickie, Cha-Cha, el ángel, ese, que cantaba entre luces blancas, los profesores… todos sin excepción, incluyendo a un musculado Lorenzo Lamas que se paseó por Rydell unos años antes de hacer el macarra en el Valle de Tuscay mientras recolectaba uvas para sus bodegas en Falcon Crest.
         La proyección de esta película en el Cine Macario de mi querido Puerto, fue el acontecimiento del año. La mozas que fueran, enteras, de cuero negro, entraban gratis. Y a pesar de que en mi pueblo las películas, solo, duraban una semana en cartel, Grease duro dos, así que fui a verla varias veces.
          Su banda sonora es parte de la banda sonora de mi vida, y de la de muchos. ¿Quién no cantó aquello de “Ai Ca Chuuuu An Multiplallin” o “Cachu mor, cachu mor, tiroriro rara…”? Yo, incluso, me preparé alguna que otra coreografía, como la de Travolta subido en el coche “Grease lighting”, con mi prima Blanca; con tan mala suerte que cuando fuimos a representarla, de un rodillazo, me partí el labio frente a toda mi familia.
          Con el tiempo, Grease ha ido mejorando, como el buen vino. Sus pases por televisión padecen el mismo “síndrome”, extraño, de Pretty Woman o Ghost, la gente vuelve a engancharse al televisor, una y otra vez, y sus canciones nunca han dejado de sonar. Yo creo que los críos, ya, nacen con alguna canción de la película escrita en su código genético, por eso son tan reconocibles.
           El verano de 2011, tuve la suerte de poder organizar en mi “otro” pueblo, Cardeñosa, unas sesiones de cine musical. La clausura se hizo con Grease. Se pidió a la gente que vinieran disfrazados como los personajes de la película o inspirados en ella. Sorprendentemente, la gente respondió de forma, todo lo entusiasta que el carácter castellano permite. A los veinte minutos de proyección, una tormenta de verano acabó con el evento. Pero, por petición popular, se repitió la proyección dos días más tarde. Esta, coincidía con la final de la “Supercopa”, Madrid-Barça, aún así, llenamos.
          A esto, es lo que se le llama… ¡¡¡¡un clasicazo!!!!
       
                  



martes, 3 de enero de 2012

¡¡¡APRECA!!!



         Un año más, ha pasado la Navidad y en plena resaca post-navideña con, todavía, los Reyes y las Rebajas pendientes y por delante, me encuentro sumido en plena reflexión, cuan jornada pre-electoral cualquiera, para darme cuenta, como siempre, que en estos días tan alumbrados y bulliciosos, como siempre, no he tenido tiempo para nada, como siempre, a pesar de haberme reservado, como siempre, unas breves vacaciones y de haber hecho, previamente, un extraordinariamente bien detallado y magnifico “planin” de actividades diversas; todas ellas lúdicas, educativas, edificantes y entretenidas. Finalmente compras, familia y, sobre todo, comidas de la más diversa índole han ocupado mi  bien estructurado tiempo, para observar con entera decepción que en la semana que va del 24 de diciembre al 1 de enero del año posterior, no he hecho nada de lo tenía tan bien planificado y, además, mi peso a aumentado dos kilos.
        Y la pregunta que flota en el aire es la de “siempre”… ¿por qué?
        Adelanto, para los más susceptibles, que a mí me gustan las Navidades, o sea, que no soy de esos resentidos que odian tan señaladas fechas. No, no, a mí me gustan. Tantas luces horteras por las calles de nuestras ciudades, a pesar de las crisis y los recortes, tantos arrebatos de buenos deseos y mejores intenciones, tantas colas en Doña Manolita, y tanta gente desatada, en plan, compremos toda clase de tonterías que no sirven para nada, pero comprémoslas, que para el año que viene volveremos a comprar lo mismo, ya que no tuve la previsión, ni la intención, de guardarlo aunque "el año que viene será lo mismo".
         Porque, ¿en qué otras fechas puedes ver por la calle a tantas gentes con cuernos de reno sobre sus cabezas?, ¿en que otro momento puedes disfrutar  con cientos de familias, enteras, con pelucas sintéticas, cada cual más fea, sobre sus orgullosas testas? Sí amigos, sí, las Navidades traen consigo una pérdida patológica de pudor colectivo. Yo quiero que todo el año sea Navidad.
         Para ir abriendo boca, intuimos que la Navidad se acerca cuando se empiezan a convocar las tan tradicionales comidas con compañeros y ex-compañeros laborales. Tras una clavada monumental el tan característico banquete se alargará hasta altas horas, para comprobar que ese jefe tan serio que tienes, en realidad, es un colega de “puta madre”, amén de un alcohólico en potencia y un salido. Pero, bueno, un día es un día.
         El pistoletazo de salida, definitivo, viene dado por los cánticos de los niños y niñas del Colegio de San Ildefonso, cuando comprobamos que la corazonada que teníamos de que este año iba a caer algo en la Lotería, no estuvo acertada, y que, además, a pesar de que han estado toda la mañana diciendo números, no han dicho ninguno de los que tú llevas, y que el gordo, “nunca” acaba como tu décimo. Bueno, al menos tenemos salud.
           Y, ya, a dos días de la Nochebuena con todo perfectamente pactado y planificado, nos metemos en faena.
          La comida de Navidad y, más aun, la cena de Nochebuena, traen consigo un despliegue de actividades negociadoras y diplomáticas entre la familia propia y la familia política, de la mayoría de los mortales que cometemos el flagrante error de vivir en pareja, que ya la quisieran para sí nuestros representantes políticos más avispados.
         Si comemos aquí, cenamos allá. ¿Pero, cómo, que se apuntan también éstos? Pues tan estos son estos como estos otros, que me dijo el otro día una compañera.
         Con lo a gusto que se cena solo y ligero o, en su defecto, como todos los días.
         Compras, compras y más compras, en un furibundo arrebato de consumismo masivo, es lo que se hace, básicamente, en los tradicionales paseos por la Puerta del Sol madrileña y sus aledaños, con paradas obligatorias en mamarrachadas tipo Cortilandia, que cada año está más pobretona y fea, o en esa especie de Árbol de Navidad, diseño Ágata Ruiz de la Prada, que han plantado en el centro de nuestra más característica plaza. La gente lo fotografía, compulsivamente, por dentro y por fuera… ya tenemos nueva tradición. Esa especie de “cono indescriptible” hace echar de menos las talas masivas de abetos de toda la vida, y eso que “yo” soy ecologista. Aunque, la guinda y colmo del exotismo en decoración navideña, son los crípticos luminosos con los que nos saludan, de unos años a esta parte, en las muy céntricas y comerciales arterias que rodean la Puerta de Sol. Unos “muy” enigmáticos “APRECA”, se leen en todas las entradas y salidas de estas calles, deprimentemente decoradas, por otra parte. “Feliz Navidad” en algún idioma extraterrestre, sin duda… ¡la invasión es inminente!
          Como se acerca la salida del Año Viejo y entrada del Año Nuevo, hay que prepararse para lo peor. La noche del 31 de diciembre, divertirse es obligado, que si no vas listo.
          Tras cumplir con la, insólita, ceremonia de “atrangantarse” con doce uvas, llevando algo de oro, ropa interior roja y brindar con cava, aunque no te guste, empieza la obligada juerga nocturna o el visionado de unos especiales televisivos que desafortunadamente... ¡¡ya no son lo que eran!!. Todo hay que decirlo.
          El inexorable paso del tiempo trae consigo traumáticos cambios de usos y costumbres. Y así, se producen evoluciones tan impredecibles como inevitables. De pronto, Raphael desaparece de la parrilla televisiva y es sustituido por un, más juvenil, David Bisbal, trauma que está al mismo nivel que los trasvases de Ana Obregón por Anne Igartiburu o Ramón García por José Mota. Esto es como las nuevas tecnologías, todo va a una velocidad de vértigo.
           Yo escribo estas líneas tras haber pasado otra “inolvidable” noche de Fin de Año, de baile, uvas y cava, como siempre. Así que siendo tradicional, como soy, os deseo a todos un ¡¡¡MUY FELIZ 2012!!!...  y muchas entradas en mi blog.
           Nota: el otro día descubrí que “APRECA” significa Asociación de Comerciantes de Preciados y Carmen. La invasión extraterrestre queda, de momento, descartada.
           ¡¡Con las ganas que tenía!!





miércoles, 14 de diciembre de 2011

Rock a los pies del Gólgota

      Fue en el año 1974 cuando, por primera vez, cayó en mis manos un disco doble, extraño y rockero, para mi mente de entonces, titulado “Jesus Christ Superstar”. Iba sobre los últimos días de la vida de Jesucristo, pero en clave de “musical moderno”. Me llegó de rebote, ya que, quien lo había conseguido era mi hermana, mayor que yo y por consiguiente más adulta y preparada para cosas tan avanzadas como aquello.
     El disco era prestado, los amigos, en aquel entonces, nos los intercambiábamos por un tiempo, tú me prestas este y yo te dejo este otro, ya que no teníamos dinero para comprar todos los que quisiéramos.
       Como las canciones eran en inglés y no se entendía la letra, pero se intuía que lo que se cantaba tenía cierto sentido, no hubo más remedio que ponerse a traducir. ¡Qué bien!, debieron de pensar mis padres, todo tan didáctico y tan práctico, dedicación a los idiomas sin tener que obligarles. Estas fueron mis primeras traducciones del inglés al español y mi primer revulsivo para aprender la lengua de Shakesperae.
       Poco a poco se fueron editando más versiones del disco, que empezó siendo solo un disco, para luego ser adaptado a espectáculo de teatral y, ya, en plena fiebre rock-evangélica, inevitable y finalmente, llegó la película.
      El film estaba protagonizado por el rubio Ted Nelly (que adornó muchas carpetas de adolescentes) en el papel de Jesucristo y por el actor de color Carl Anderson en el papel de Judas.
      ¡¡¡Un Judas negro!!!, la polémica estaba servida, y esta fue, solo, una de las muchas controversias que despertó el filme.    
       Cuando la película llegó a España ya se oían cosas muy raras sobre la misma. Que si Jesucristo salía vestido con tacones y maquillado como un travesti. Que si la acción se desarrollaba en una discoteca. Que si… La rumorología católico-integrista se disparó rápidamente y dio para todo tipo de bulos y figuraciones.
       Al final, como siempre pasa, cualquier parecido entre la conjetura y la realidad era pura coincidencia. Una verdadera pena, porque seguro que la versión imaginada por las mentes de los “puros y limpios” hubiese sido, infinitamente, más perversa e interesante que el inocuo e inocente espectáculo que realmente se ofreció. Ni pintalabios, ni tacones, ni discotecas, aquí lo que había era mucho desierto, mucha túnica, muchas canciones y mucho rollo “hippy-pacifista”, muy de principios de los 70, eso sí.
       La película, un verdadero acontecimiento cuando se estrenó, fue uno de esos regalos cinéfilo-festivos que mis padres nos propinaban en ocasiones especiales. Previamente, pidieron autorización al párroco del barrio, Don Ramón, ya que no sabían si la cosa era muy pecaminosa o qué…  
       A pesar de que el tema iba sobre amor al prójimo y todo eso, yo, la misma mañana en que íbamos a ver la película tuve una bronca, de órdago, con mi madre porque ese sábado, como todos los sábados, no me quería bañar. De niño, la verdad, es que era un verdadero cerdo y eso de tener que bañarse me parecía el peor de los suplicios. ¡¡Quien me ha visto y quien me ve!!! Ahora no salgo de la ducha, para castigo de mi madura piel. A veces pienso que debería volver a mis costumbre de antaño y recuperar, así, el “PH” original de mi epidermis.
        La película pasó por mi vida de simple película a juego de cabecera, ya que en casa empezaron a reunirse mi hermana y su mejor amiga a jugar a “Jesucristo Superstar”, y yo, que ya apuntaba maneras, me incorporaba a tan creativo entretenimiento con pasión desatada.
       Mi hermana y sus amigas eran muy dadas a cantar y bailar en casa, inventándose letras y coreografías inspiradas en acontecimientos de su propia vida. ¡Qué creatividad!, pensaba yo como mero espectador, cuando, en realidad, lo que deseaba era aportar mis inexistentes experiencias vitales en forma de espectáculo.
       Más adelante resultó que un señor llamado Camilo Sesto, y que era de lo más famoso, se transfiguró en un sosias de este Jesucristo-rockero pero en hispánico. ¡Por fin llegaba la versión del disco en castellano!, y no pudo ser mejor. ¡¡Ya teníamos regalo de Reyes!!
        Continuando con la fiebre católico-rockera, apareció otro espectáculo, de lo más divertido y trasgresor, también evangélico-musical, “Godspell”, que como no podía ser de otra manera se acercaba a la figura de Jesucristo, pero ahora en plan “mimo y payaso de circo”.
         Milagrosamente (cosa del Altísimo, seguro), este espectáculo llegó a mi pueblo ese mismo verano, directamente de Madrid, en la programación de los añorados y fabulosos “Festivales de España”.
        En la megafonía de las playas portuenses se anunciaba a diario el desembarco de tan aclamado “show”: ¡¡Golpes!!, repetían insistentemente, el musical de la temporada, ¡¡Golpes!!, volvían a decir… ¿¿¿Golpes???, ni que la cosa fuera sobre la violencia doméstica.
       El caso es que como yo era pequeño, me perdí la función de turno, mis padres llevaron “solo” a mi hermana al anunciado espectáculo, a mí, para compensar, me encasquetaron un rollo de títeres, de esos en los que la princesa da estacazos a la bruja para terminar. Aún me recuerdo viendo las “tan absurdas marionetas”, mientras mi corazón sangraba, como la manos de Cristo, de decepción, y así pude alcanzar a comprender el verdadero significado de la palabra “pasión”
      ¡¡¡A  veces los padres hacen unas cosas más raras!!!, todavía no me he repuesto de ese trauma.
        Al final, las vueltas que da la vida, llegué a ver ambos espectáculos, en directo, pero eso lo dejo para otro día, y durante un tiempo seguimos jugando a Jesucristo Superstar, pero ya en español. Míticas llegaron a ser las sesiones “cardeñosa-abulenses” del Superstar a las que me entregaba sin tapujos junto a mis primos en las vacaciones estivales.
        Ahora veo, muchas veces, siempre que paso por cierto escaparate de temas religiosos, en la Plaza de Jacinto Benavente, la “gloriosa” grabación que se hizo en castellano de “Jesucristo Superstar”, y que tantas y tantas alegrías me dio. Es un “souvenir” para creyentes, para muchos de los creyentes que en su día se rasgaron las vestiduras y pusieron el grito en el cielo, nunca mejor dicho, cuando en el Gólgota se oyó música rock.






                          

jueves, 8 de diciembre de 2011

La ola de erotismo que nos invadió

      “Nostalgia” es la palabra que bien podría definir este blog. . . y, a Dios pongo por testigo, a modo de  Escarlata O’Hara, que no fue esta mi intención cuando me embarqué en este proyecto. Pero visto lo visto, he decidido dejarme llevar, como un bañista cualquiera sobre las olas del mar.
       ¡Olas y nostalgia!, bonita combinación, y a mí me viene perfecta en este caso ¿Quién de mi generación no recuerda “la ola de erotismo que nos invadió”?
       Con esta apocalíptica frase, pero en presente, las mentes bien pensantes de la España post-franquista, fustigaban las conciencias de todos aquellos ciudadanos de a pié, que, repentinamente, descubrieron su pasión cinéfila, como excusa prefecta para poder ver una simple “teta”.
      Todo ese erotismo desatado quedo resumido, magníficamente, en una sencilla letra, la “S”. ¡¡¡¡El morbo estaba servido!!!! 
       La “S” lucía en las carteleras, en tamaño bien visible, fundamentalmente, tapando algún pezón furtivo, de la “starlette” protagonista de la función, o camuflando, cualquier acto impuro que se pudiera intuir en la cartelería más osada. 
       Los míticos pechos de “Emmanuelle”, quedaron así cruzados por un glorioso: ¡clasificada “S”!, ocultando la guinda del pastel mamario, o sea, los pezones, mientras ella, melancólica, jugaba con sus perlas en un sillón de mimbre. 
        Otras veces, la “S”, se plantaba, justo, en el centro del asunto, con lo que si querías ver más, te tocaba pasar por taquilla.
   Con semejante provocación, a la pobre “Emmanuelle” le aparecieron más continuaciones que a James Bond o Harry Potter juntos, pero no revueltos, y se transfiguró en negra, china, india, “antivirgen”, viajó a América, al oriente o, incluso, retozó con los últimos caníbales. ¡Hasta el infinito y más allá, mientras la taquilla aguante!   
          Para los poco, o nada, informados espectadores de la calle, en los carteles se aclaraba, muy didácticamente, el significado de todo aquello: “S”, se podía leer, “película, que por su temática o contenido, puede herir la sensibilidad del espectador”. ¡¡De “puta madre”, esto lo tengo que ver como sea!!
         Si el censor de turno, con este aviso, quiso espantar al personal, lo único que consiguió fue que cada vez más y más españolitos quisiéramos ser ofendidos en nuestras sensibilidades varias y acudiéramos en masa (yo no, no podía por ser menor de edad) a ver unos bodrios infumables, a la par que aburridos, pero que por lo menos, tenían la ofensiva “S” como reclamo. 
         Para echar más leña al fuego, las fotos que se exhibían en la puerta de los cines, con las escenas más escabrosas de la película, quedaban también marcadas por unas rayas negras, que ocultaban lo mejor del tema. ¡Genios de la mercadotecnia! ¡¡Eso había que verlo!!, pero sin las rayas negras. Más dinero en la taquillas . . . y más almas en pecado.
         Con tanto aperturismo moral, se perdió por el camino parte de la creatividad que generan las prohibiciones, ya no había que cruzar la frontera y viajar hasta Perpiñán para ver cine del bueno, y los distribuidores, aparcaron la sutileza de los primeros títulos, emblemáticos, de la caspa hispánica, tipo, “Lo Verde Empieza en los Pirineos” o “Aunque la Hormona se Vista de Seda…”, para dar pasó a los más directos, “No me Toques el Pito que me Irrito”, “Sueca Bisexual busca Semental” o, la joya de la corona, “El Fontanero, Su Mujer, y Otras Cosas de Meter”, película vista por muy poca gente, pero que siempre sale a colación cuando se juega a adivinar títulos de películas por señas.
          A mí, la que me apetecía ver, de verdad, era una cosa titulada “Historia de O”. ¡La obra maestra del sadomasoquismo!, pregonaba la publicidad. Yo no sabía que era eso del sadomasoquismo, pero sonaba muy fuerte, tenía que ser algo malo. Por edad no pude entrar a verla, aunque en mi pueblo, la mayoría de las veces, en la taquilla hacían la vista gorda y te colocaban la entrada sin ponerte ninguna pega. “La pela es la pela”, debían pensar. Yo, en aquel entonces, todavía era un niño bueno de Colegio de los Jesuitas y cumplía con lo establecido, luego, no fui.
       Con el tiempo, me he visto todas esas películas, que en su momento no pude ver, morbo finiquitado, y he comprendido que la “S”, venía de “sopor”. ¡Que malas eran las condenadas!
        Finalmente, la emblemática y casi inocente “S”, sucumbió con la llegada a España de otra letra, mucho más rotunda y contundente, la “X”, tras el triunfo de los “socialistas” en las elecciones de 1982.
     ¡¡Definitivamente, estos “rojos” eran, todos, unos “degenerados”, todos ellos!!
        La “X” vino para quedarse y se quedó, ahora ya, somos todos unos "degenerados”, … lo que hemos dejado de ser es unos “rojos”, ni siquiera los “socialistas”.
         ¡¡¡¡Que lástima!!!!





                      

martes, 6 de diciembre de 2011

Las tres chicas que salieron de la Academia de Policía



      “Había una vez tres muchachitas que fueron a la Academia de Policía. Les asignaron misiones muy peligrosas. Pero  yo las aparté de todo aquello y ahora trabajan para mí. Yo me llamo Charlie…”
      Así comenzaba una de las series de televisión más populares de los años setenta, “Los ángeles de Charlie”. Recuerdo perfectamente el primer capítulo que ví, fue una noche electoral de 1978. En aquel entonces, el recuento de votos era muy lento y Televisión Española ponía una programación especial, que duraba toda la noche, mientras se realizaba el escrutinio, eso era todo un lujo para un crío en esa época, ¡¡televisión hasta altas horas!!, estaba claro que la democracia solo traía cosas buenas.
       Esa noche, también emitieron el primer episodio de otra serie no menos mítica, “Vacaciones en el Mar”, ¡vaya par de dos!
       Pero volviendo a “Los ángeles de Charlie”, tras este democrático y electoral arranque televisivo, se siguió emitiendo, ya de continuo, los sábados por la tarde, con lo que la mitad de los niños y adolescentes del país quedamos enganchados con las andanzas de las tres “mozueleas”.
      ¡Tres intrépidas policías metidas a declives privados! Aunque parezca mentira, desde la perspectiva de hoy en día, la serie fue una verdadera revolución, ya que rara vez, las mujeres interpretaban papeles en roles usualmente establecidos para hombres. Aquí las chicas eran los que daban los mamporros y resolvían los problemas. Esta, no fue la primera serie de este tipo, “La Mujer Policía” con Angie Dickinson y “Christie Love” con Teresa Graves, fueron las autenticas pioneras, pero los “ángeles” serían infinitamente más populares.
        Las intrépidas “detectivas” representaban a un tipo diferente de mujer, cada una de ellas, y respondían a los nombres de: Sabrina Duncan (Kate Jackson), la inteligente y por defecto, la menos agraciada físicamente, además de la más recatada a la hora de vestir, jerséis de cuello alto, chaquetas y pantalones corte sastre, y cosas por el estilo; Kelly Garret (Jackyl Smith) era la guapa de corte clásico, parecía además, la más modosita y candorosa, lo que se dice un ángel de buen corazón; y por último, Jill Munroe (Farrah Fawcett), la sexy y deportiva, y por supuesto rubia, que es como las prefieren los caballeros, a eso ayudaba, que además, nunca llevara sujetador.
        Sus interpretes se convirtieron inmediatamente en celebridades, particularmente, Farrah, la rubia y mi favorita, ¡faltaba más!. Aunque siempre hubo controversia entre quien era la más guapa, la más lista, en definitiva, la mejor. Esta discusión se acentuó cuando Farrah dejó la serie y fue sustituida por Cheryl Ladd, interpretando a Kris, la hermana pequeña de Jill.
       Farrah, un verdadero fenómeno sociológico en USA, país de origen de la serie, no acabó de cuajar en España, por lo que yo, tuve que encargar uno de sus famosísimos “posters” a los EEUU, en persona. Este fue la posesión más preciada de mi adolescencia.
        En las discusiones sobre el mejor de los ángeles televisivos, “mi Farrah” no solía quedar muy bien parada. Obviamente era “envidia”, pensaba yo, pues evidentemente, no había otra igual. ¡¡¡Si, incluso, preferían a la sustituta!!! España siempre a sido muy dada a destrozar mitos.
         El tiempo que la serie se estuvo en antena, las niñas de medio mundo jugaron a ser uno de esos “ángeles”, cada una elegía a su favorito, según sus preferencias, y ya tenían entretenimiento; los niños, sin embargo, veían la serie con ojos menos lúdicos.
         A mi me dio un “patatús” cuando me tocó ir a catequesis los sábados por la tarde, justo a la hora de emisión, ya que siempre me perdía el comienzo del episodio, por lo menos llegaba al desenlace. Mientras iba hacia mi jornada semanal de “ejercicios espirituales”, fantaseaba sobre la posibilidad de que existiera un aparato donde yo pudiera grabar el episodio. Sin quererlo, inventé el video-grabador. ¡¡lastima que no patentara la idea!!
        Luego, la serie llegó al cine, en forma de dos películas, que no hicieron olvidar al trío original de los setenta. Incluso, recientemente, han vuelto al formato televisivo, sin éxito.
        También llegaron noticias sobre la muerte de Farrah, tras luchar, infructuosamente, contra un agresivo “cáncer de ano”. Sus otras dos compañeras, también padecieron cáncer que han logrado superar. Lo cual nos debe hacer recordar que si, incluso, los “ángeles” pierden sus alas, que no nos pasará a nosotros, simples mortales.
        ¡¡¡A vivir, que son dos días!!!