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sábado, 24 de noviembre de 2012

Niña Mala, Niña Buena



     Carrie era joven, inocente, marginada, maltratada, tímida . . . y buena. Tenía ganas de cambiar, de integrarse, de ser aceptada, de ser querida. Era el paradigma perfecto de la adolescente típica, tópica y habitual . . . pero tenía un secreto inconfesable, como todos nosotros, pero más.
     Corría el año 1976 y en plena fiebre post-exorcista el tema de niños “cabroncetes” estaba a la orden del día y Carrie encajaba en ese patrón.
     Se anunciaba como una película de terror, al uso, aunque allí había mucha más tela que cortar.
     ¡Qué maravilla! ese lírico comienzo de adolescentes en las duchas, tras un reñido partido de voleibol. A cámara lenta, entre vapores y risas, un grupo de muchachitas se divierten con despreocupación, y de repente: ¡¡sangre!!, la sangre de la primera menstruación de la protagonista; todo un anticipo de que la cosa va a ser fuerte.
     Carrie aterrorizada ante la visión de su propia sangre pide auxilio presa de un ataque de pánico, pero es cruelmente vejada bajo un montón de burlas y compresas. La algarabía que se monta queda súbitamente silenciada cuando una bombilla salta por los aires a los compases del grito desgarrado de la joven acosada. Se vislumbra la tragedia.


     A lo largo de la película nos vamos enterando de que Carrie es hija de una cristiana integrista y que su padre un día salió a por tabaco y no volvió, cuando se dio cuenta de que con su santísima esposa iba a mojar menos que Robison Crusoe antes de encontrarse con Viernes, y eso con suerte. La pobre cría vive sometida bajo las paranoias de su madre, que está como un cencerro, y le hace rezar día sí y día también para que se arrepienta de sus hipotéticos pecados; el peor de ellos haber nacido fruto de un “polvete” bajo los efectos embriagadores de unas cervezas de más.
     Por si esto fuera poco, sus compañeras de clase la detestan, ya que están castigadas a agotadoras sesiones de gimnasia por haberse comportado con ella como unas verdaderas “guarras” en el incidente del vestuario.
     Entre tanto desconsuelo nuestra heroína descubre que tiene poderes y que con una simple mirada puede mover cualquier objeto a su santa voluntad. Mira tú que suerte.
     El guapo oficial del Instituto, que no es otro que Wilian Katt, más conocido en España como El Gran Héroe Americano, una especie de Superman torpe que vestía mallas rojas y volaba deficientemente, en una serie de televisión que arrasó en nuestro país en los años 80,  coaccionado por su propia novia, invita a Carrie al Baile de Fin de Curso con el fin de compensar la vejaciones a la que ha sido sometida por sus compis.


     Tras las infructuosas negativas de nuestra protagonista a ir al baile, pues teme que se vuelvan a burlar de ella, y tras enfrentarse acaloradamente con su histérica madre, finalmente accede. Pero nosotros ya sabemos que allí volverá a ser sometida a su enésima vejación y, literalmente, es duchada con sangre de cerdo tras ser coronada como Reina de del Baile. Su venganza será terrible.
     Tras cargarse a todos sus compañeros y profesores, a los que les hace arder en una pira de lo más truculenta y pirotécnica, se encuentra, al llegar a casa, a su desquiciada madre enajenada y con ganas de guerra, con lo que a la pobre cría no le queda más remedio que crucificar a su progenitora con unos cuantos cuchillos voladores bajo los gritos orgásmicos de la maternal mártir, que parece gozar como nunca ante semejante martirio.


     Tras tanto desaguisado Carrie decide que lo mejor . . . es suicidarse.
     Y cuando, por fin, creemos que todo se ha acabado, una mano ensangrentada surge de su tumba para que así podamos respingar a gusto y satisfechos y reírnos de nuestro propio susto.
       Este final no solo fue antológico, sino que sería imitado hasta la saciedad desde entonces, pero nunca superado.
     En Carrie vimos por primera vez a John Travolta en el cine, antes de que se pusiera a cantar y bailar, en plan hortera, con traje blanco o cuero negro.  
       Sissy Spacek, la protagonista, estaba sensacional en su doble faceta de monstruo-frágil, tanto como Piper Laurie, la madre loca, y las dos fueron nominadas al Oscar, pero no ganaron. Una lastima.
        El resto del reparto, también estaba también sensacional: la profe buena, que luego la vimos como madrastra buena en la serie Con Ocho Basta; la amiga buena, que luego se casó/divorció con Steven Spielberg en la vida real; y las enemigas malas, que eran todas muy “cabronas” y se mueren por eso, por “cabronas”, como Dios manda.
       Y la música y la fotografía y el montaje, con esa pantalla partida en dos, y todo lo demás, fue sensacional.
     Brian de Palma, el director, se consagró como el mejor alumno de Hitchtcock y nunca estuvo mejor que aquí.
     En Carrie nos emocionamos con su Baile de Fin de Curso, verdadera institución en la sociedad norteamericana, que aparece en pantalla, luminoso, como un lugar celestial, que se torna en infierno en el momento de la venganza. Pero es que, además, estamos de acuerdo con su venganza, aunque se excediera un poco con tanto fuego y cuchillos, todo hay que decirlo. Carrie nos hace reflexionar sobre nosotros mismos, que aunque nos creamos justos y objetivos, en el fondo somos como todo el mundo, y defendemos lo indefendible, básicamente, por afinidad afectiva. Vamos, que ni somos objetivos, ni nada de nada.
     Y es que lograr que simpatices con un capullo en potencia no es algo tan difícil de conseguir, solo tienes que creerte sus motivos.
     Y eso es algo que hacemos todos, todos los días. Unos en un sentido y otros en el sentido contrario, aunque no seamos conscientes de ello.
     ¡¡¡Que chungo!!!!


martes, 13 de noviembre de 2012

Leyendas Urbanas


     
     Vivimos rodeados de información, una cierta, otra no; oímos noticias, cotilleos, rumores, secretos y propaganda a la que a veces no prestamos ninguna atención y otras veces nos marca, incluso, para toda la vida. 
     Yo que siempre presumí de ser persona bien informada, soy lo que se dice un absurdo acumulador de datos, de esos que no sirven, absolutamente, para nada, a lo largo de mi vida he podido concluir que la información da igual que sea veraz o no, lo importante es que te la creas. Y a este punto es donde yo quería llegar.
     Hay que gente que jura y perjura que ha vivido tal o cual situación y si no ellos, exactamente, sí alguna persona allegada de total confianza o un allegado de otro allegado de la misma confianza, o más, aunque no lo hayas visto en toda tu vida y no tengas la menor intención de verlo el resto de la vida que te queda.
     ¿Cuánta gente ha tenido experiencias paranormales? ¿Cuántas personas aseguran de haber percibido algo parecido a un fantasma?  ¿A cuantos conocemos que hayan experimentado fenómenos extraños, apariciones, sensaciones, premoniciones o intuiciones inexplicables? ¿A cuantos se les ha aparecido la dama de la curva? ¿Cuántas curvas, solo en España, tienen dama de la curva? ¿Y en el resto del mundo?
     Existe otra cosa más extraña aun: los falsos recuerdos colectivos, es decir, cosas que nunca existieron y que, sin embargo, son recordadas por una multitud, a veces abrumadora, de personas. Incluso, por casi toda la sociedad.
     Y es así como se crean las leyendas urbanas.
     Leyenda urbana es  que el niño feo de la serie Aquellos Maravillosos Años creció y se convirtió en Marilyn Mason. Me lo han asegurado mil veces y resulta que el joven actor infantil se retiró de la farándula al acabar la serie y ahora es un abogado anónimo pero feliz.




     Leyenda urbana es que los chinos en España no pagan impuestos. Tienen una exención fiscal de cinco años, por eso proliferan tanto sus negocios. El dato está en la calle y da igual que no haya manera de contrastarlo, tú te lo crees porque te lo dijo alguien de confianza que se entero por otro alguien que lo sabe de primera mano o de muy buena tinta.
     Lo de "muy buena tinta" es infalible y siempre veraz.
     Además que te lo cuenta, indignado, la misma persona que no paga un duro. Porque seamos claros, aquí solo paga el que está "pillao".
     Leyenda urbana es que Richard Gere se introdujo un hámster por el culo, así como suena. Parece ser que todo el mundo tiene un conocido en el hospital donde le extirparon al simpático animalito, ya que, el pobre, se perdió entre tanto intestino y no supo salir. Sin más comentarios.

     Recuerdo colectivo es que Afrodita A, la sonrosada compañera robótica del inefable Mazinger Z lanzaba sus misiles al grito de: ¡¡pechos fuera!!
     Esta leyenda ha sido para mí como una cruzada personal. Incluso me llegué a revisar todos los capítulos emitidos en nuestro país de esta emblemática serie de dibujos animados para comprobar si la metálica heroína vociferaba la famosa y recordada frase. Nada, ni rastro de la misma. El mito se forjó en la mente colectiva como una extraña combinación de recuerdo visual, ya que efectivamente la estilizada robot lanzaba sus tetas a modo de misiles destructivos, freudiana metáfora del poder femenino por otra parte; y recuerdo auditivo, era el propio Mazinger Z el que gritaba: ¡¡puños fuera!! y ¡¡fuego de pecho!!. 

     De aquí al recordado Pechos Fuera solo había que dar un pequeño paso.
    Yo llegué a apostarme una cena contra una veintena de amigos, que me aseguraban haber oído, repetidamente, tan contundente grito de guerra femenino. Pero a pesar de mi repaso sistemático de todo el serial, no tragaron. 
     Recientemente en un telediario a hora de máxima audiencia, hablaron de este tema y vinieron a confirmar lo que yo ya sabía: la frase nunca fue dicha. Desgraciadamente ya no me hablo con ninguno de esos veinte amigos para ganarme veinte cenas, jo!



     Siguiendo con las leyendas pectorales, se ve que el pecho femenino da para ello, corrió la afirmación de que a nuestra fantasiosa Ana Obregón se le reventó una teta en un avión ¡¡¡en pleno vuelo!!!. Ella lo ha desmentido insistentemente, pero ciento ochenta y cinco testigos oculares no pueden estar equivocados. Amen que el desaguisado que tuvo que ser tanta silicona desparramada en tan reducido espacio no pudo pasar desapercibida así como así. Silicona con ADN sin duda. Nunca sabremos la verdad.




     También he oído que si te miras en el espejo a las doce de la noche, completamente solo, en casa, con una vela e invocas a no sé quién, verás tu propia muerte. Primero: a ver quién es guapo que se atreve a hacer esto, bien por miedo, bien por miedo al ridículo. Segundo: ¿A qué clase de pervertido le interesa ver su propia muerte?
a      Otros, dicen que en las alcantarillas de Nueva York hay cocodrilos, que son los descendientes de las mascotas que losom ciudadanos de tan populosa metrópoli han tirado por el retrete.
     A mí, sinceramente, si me dan a elegir entre un cocodrilo de cloaca y la teta de la Obregón me quedo con la teta! Es que un cocodrilo con olor a detritus, como que no!

jueves, 11 de octubre de 2012

Zombies, conflictos y otros asuntos



     Corría el año 1979 y en plena adolescencia lo que molaba era ir a ver películas de terror, cuanto más terroríficas mejor. Y verdaderamente que la década de los 70 fue fructífera en cantidad y calidad de horrores cinematográficos.
     Zombie fue un titulo mítico y de visión obligatoria para todos los jóvenes cinéfilos y amantes de las emociones fuertes de aquel entonces. Venía precedido de la determinante y morbosa clasificación “S”, esto es: ¡podía herir la sensibilidad!, del que la tuviera, y como reclamo principal amenazaba con un eslogan de los que marcan época: “cuando no quepa nada más en el infierno, los muertos andarán sobre la tierra”, esto prometía.
    
El asunto empezaba con la tierra invadida por una plaga de seres voraces y bastante torpones que su única finalidad conocida era alimentarse de carne humana, no se sabe por qué. Como se trataba de la continuación de otro título emblemático: La Noche de los Muertos Vivientes, intuimos de antemano que el asunto va de muertos resucitados. Así, en medio de una tertulia televisiva de lo más desasosegante, un grupo de reporteros hartos de ver discutir sin llegar a ninguna conclusión valida, huyen en helicóptero, no se sabe hacia donde, teniendo que aterrizar de emergencia en un Centro Comercial de lo más acogedor, donde se refugian junto a unos cuantos supervivientes de los sistemáticos ataques de los zombies antropófagos que dan título a la película.


    
Los muertos vivientes pese a ser torpes y seres sin pensamiento, ni raciocinio, de forma autómata van al centro comercial a su ritual diario de consumismo desatado. Van con sus trajes de faena y así contemplamos una procesión de enfermeras, carteros, fontaneros o camareras putrefactas que chocan contra las puertas cerradas de su centro de ocio favorito como si de una canción de Viva La Gente se tratara: ¡¡al lechero, al cartero y al policía saludé!! . . . clamaba el iluminado grupo cristiano en todas sus actuaciones, para quien no recuerde la letra de  la cancioncilla.
    
El tema se complicaba cuando un grupo de moteros descerebrados, esta vez humanos, rompen la harmoniosa convivencia entre refugiados supervivientes y zombis hambrientos, y una vez destrozadas las puertas de contención, que separan a los unos de los otros, se arma la marimorena en un festival de vísceras y charcutería, cerebros reventados a tiros y demás porquerías por el estilo, que hicieron las delicias del espectador más gore y atrevido, como yo.


     
La película, entretenimiento puro y duro, tenía más miga de la que aparentaba, y destilaba una mala baba de los más fina y sutil, dejando colar entre tanta casquería una crítica indirecta y subliminal a la sociedad de consumo. Al fin y al cabo, ¿no somos todos nosotros esos zombies que consumimos sin ton ni son y seguimos consumiendo aunque peguen un tiro en la cabeza al que tenemos al lado?
     Fue la película más terrorífica de la temporada y tuvo decenas de imitadoras, en una de ellas, Nueva York bajo el terror de los Zombies, se veía, ¡¡en primerísimo plano!!, como una astilla de madera vaciaba el globo ocular de una pobre mujer, para el delirio de los espectadores más morbosos. Aunque fue el cine patrio el que se adelantó a todas las cinematografías del mundo con un titulo glorioso: No Profanar el Sueño de los Muertos, donde se combinaba de forma ejemplar zombies y ecología, pero esta película da para artículo propio.


     En aquel entonces ni me di cuenta, pero hoy, que ya no soy un adolescente, disfruto, como siempre, de este maravilloso entretenimiento a base te tripas y hemoglobina, sobre todo al percatarme de que la realidad es mucho más terrorífica que lo que se ve en cualquier pantalla del cine. No hay más que ver cualquier telediario.
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sábado, 8 de septiembre de 2012

¡¡Que la Fuerza nos acompañe!!


   
     Finalizaba el verano de 1977, cuando en uno de esos telediarios que te tocaba ver cuando comías en familia, los sábados, y se veían las noticias, porque se veía lo que quería el padre, que para eso llevaba el dinero a casa y trabajaba mucho, anunciaron un adelanto sobre el cercano Festival Internacional de Cine de San Sebastián (nada de Donosti, en aquel entonces era solo San Sebastián). Como era curioso y cinéfilo, la noticia me interesó, y ¡zas!, de pronto, unas imágenes de una nave espacial volando por espacio y un anuncio: la “premier” de una cosa llamada La Guerra de las Galaxias, que luego, para otra generación, sería Star Wars y sus episodios I, II, III y así hasta VI, en números romanos y como suena, pero eso sería con el paso del tiempo, ahora era solo La Guerra de las Galaxias, titulo español nada acertado, por cierto, pues ahí nunca hubo galaxias que lucharan en sí, ni nada por el estilo, sino una rebelión, bastante chapucera, por cierto, que ganaba batallas de pura casualidad.
     El tema me enganchó de inmediato, la ciencia ficción era, sin duda, mi género favorito, y más por aquel entonces que estaba enganchado a un bodrio televisivo, que a mí me parecía lo más, llamado Espacio 1999 donde La Luna se había salido de su órbita por culpa de una explosión atómica en la Base Lunar Alfa, una especie de almacén de residuos nucleares infalible, que mira tú por donde falló, lo mismito que Fukushima o Chernobil y cruzaba el espacio sideral topándose en cada episodio con seres alienígenas de lo más amargados y hostiles. Tan insuperable argumento estaba aderezado por una interminable lista de monstruos y personaje de los cuales destacaba Maya, una atractiva extraterrestre “metamorfa” de cejas trenzadas que podía transformarse en cualquier cosa que le antojara si la ocasión de peligro lo requería (ejemplo: si Rajoy fuera “metamorfo” se transformaría en Merkel, pero nunca ocurriría lo contrario).


     El empacho semanal de aventuras espaciales sucedía cada miércoles y había que retener el argumento de lo visto para poder rememorarlo el fin de semana, en la calle, con los amigos. Cada cual teníamos un personaje de la serie, yo era el capitán, como no, aunque prefería a la “metamorfa” y el resto de compañeros tenía el suyo.
     Esas Navidades, manteniendo la tradición familiar, mis padres me llevaron a Cádiz a ver la película del año: letras que se perdían en el espacio anunciando una rebelión a golpe de fanfarria sinfónica, princesas secuestradas, héroes rubios como la cerveza, maestros místicos con poderes mentales, robots descerebrados, contrabandistas picarones, monstruos peludos, un malo, malísimo, negro como el azabache y con serios problemas de respiración, espadas luminosas, naves espaciales que van a la velocidad de la luz, agotador, allí había de todo, y todo bueno.
     Quienes me conocen, saben que no exagero cuando digo que aquello me transformó. Me compré los “comics” y la novela que adaptaban la película, hice el álbum de cromos hasta completarlo, como la banda sonora era un disco doble que se me salía de presupuesto me tuve que conformar con la versión discotequera de la misma, que era un disco sencillo de un tal Meco donde tras una inenarrable portada se escondía un igualmente inenarrable contenido sonoro, me convertí en semanal lector de la revista Lecturas para hacer la colección de “posters galácticos” que se fueron publicando durante varios meses, conseguí, de casualidad, un libro que hablaba del rodaje de la película y demás anecdotario y allí me enteré que en los USA se vendían toda clase de cachivaches (naves, muñecos, etc…) que yo no iba a poder tener, así que me los fabriqué, y, en cartulina, pinté robots, naves espaciales y muñequitos, que aún conservo.



     También me presenté a un concurso de redacción, que gané, y cuyo premio eran unos vasos de “cocktail” y unos “postres” exclusivos de La Guerra de las Galaxias, extraña combinación, sí, pero ese era el premio. Por cierto que mi redacción iba sobre una familia que tenía que emigrar a Alemania por que aquí no había trabajo, profético resultó el asunto, nada de ciencia ficción, eso era realismo puro y duro.
     No revelo nada nuevo si digo que el éxito de esta película genero segundas y terceras partes, pero a mí ya me pillaron a traspiés, es decir, con esa edad en la que no eres ni niño, ni mayor, pero crees que eres lo segundo, en fin. . . Con esto ocurrió que cuando se estrenó El imperio Contraataca, segunda parte de mi película favorita, que me encantó, tanto o más que la primera, ya no pinté muñequitos, ni escribí redacciones, ni tan siquiera hice el álbum de cromos, que por cierto ahora anda cotizadísimo en cualquier subasta de internet que tengas la suerte de encontrar, porque se ha convertido en un rarísimo objeto de culto. Algún buen amigo, de entonces, tuvo la tremenda suerte de tener hermanos menores, no fue mi caso, con lo que pudo hacer el indecente paripé de coleccionar los cromos hasta completar la maravilla  que era el mencionado álbum para su hermanito. . . ¡qué suerte! y ¡qué envidia, de la mala!
     Para tercera parte de la saga, El Retorno del Jedi, ya estaba en la Universidad, y aunque me gustó mucho menos, también la disfruté, ¡cinco veces!, en el cine, el mismo número de veces que las películas anteriores, soy muy pesado e insistente si algo me entusiasma, ¡vamos! que me “embuclo”.


     Como tengo alma friky, coleccioné los VHS y luego los DVD que visiono, periódicamente, a modo de metafórica vuelta a la infancia y a la inocencia perdida.
     Ahora, incluso, tengo una pequeña colección de muñequitos y un Halcón Milenario, regalo de mi hermana, pero nada comparable a mis dibujos en cartulina.
     He sufrido estoicamente las espantosas, bochornosas, incluso denunciables en juzgado de guardia, si se me apura, precuelas de tan magna obra inicial, para mí, como si no existieran, y he sobrevivido al disgusto.




     La princesa Leia está gorda pero creo que ha dejado el alcohol, Han Solo entró en la tercera edad sin quitarse un nada resultón pendiente que luce en la oreja izquierda, Luke Skywalker se destrozó la cara en un accidente de tráfico, un día descubrí que Darth Vader era ¡¡Constantino Romero!!, Obi-Wan Kenobi hace tiempo que no está entre nosotros, Chewaka, R2D2 y C3PO pululan de convención en convención, y sobreviven a base de firmar autógrafos, incluso Yoda, ahora, es digital, ¡puaj!, . . . y el mundo sigue girando. Y es que hace mucho tiempo en una galaxia lejana, muy lejana. . .  eran otros tiempos.
¡¡Que la Fuerza
nos acompañe!!


martes, 28 de agosto de 2012

Reinas del Destape (I): Nadiuska, la Exótica.


     
     Desde aquí quiero reivindicar a un mito, mito. Un mito que si hubiera surgido en otro país ahora sería objeto de culto, pero que al ser típicamente español nunca ha sido lo suficientemente reconocido, y eso que cumple todos los requisitos fundamentales que exige la mitología moderna: fama arrolladora en sus años de esplendor, belleza deslumbrante, ocaso prematuro y trágico olvido. Me estoy refiriendo a la única e incomparable: Nadiuska.
     Rowicha Bertasha Simid Honczar, su verdadero nombre, nace en Schierling Alemania el 19 de enero 1952. De padre ruso y madre polaca, de ahí su peculiar apariencia, llega a Barcelona en 1971 y comienza a trabajar de modelo, siendo rápidamente descubierta por Fernando García y Damián Rabal (hermano de Paco Rabal), que prendados de su felina y exótica belleza preparan su salto al mundo del cine.
     Su atractivo físico le abre las puertas del celuloide patrio de principios de los setenta de par en par, ávido, como está, de nuevas bellezas que luzcan su palmito en las primeras intentonas aperturistas de la censura franquista. Y nuestra atractiva germana empieza a ser un rostro, y cuerpo, regular en los repartos más osados de la época, primero en papeles secundarios y decorativos y más adelante como reclamo taquillero en películas de dudosa calidad que explotan sin ningún pudor sus encantos anatómicos. 
     A un ritmo de cinco películas por año y con el nombre artístico, sonoro y contundente, de Nadiuska, la joven alemana se convierte en poco tiempo en el sex-symbol más famoso del país.


     La lista de títulos en los que participa en sus primeros años de carrera es agotadora y representa parte de lo más florido de la caspa hispánica de todos los tiempos, he aquí una muestra: Manolo, la Nuit, Soltero y Padre en la Vida, Vida Conyugal Sana, Lo Verde Empieza en los Pirineos, Polvo Eres, Chicas de Alquiler, Zorrita Martínez, El Señor está Servido, Mi Marido no Funciona o La Mosca Hispánica . . . En ellas, solo aparece como comparsa decorativa de sus super-taquilleros compañeros de reparto: José Luís López Vázquez, Alfredo Landa, Mariano Ozores o Manolo Escobar, entre otros.
     Con la muerte de Franco y la abolición de la censura, nuestra chica de otras tierras se convierte en una de las musas absolutas del cine erótico-peninsular, participando en infinidad de subproductos que solo se centran en explotar su curvilínea figura.
     Sus aparición en la revista Interviu, que la convierte en una de sus primeras y más aclamadas musas, con el fantástico reportaje: Nadiuska se la busca, rodeada de palomas blancas y como Dios la trajo al mundo, y la muy polémica portada en la revista Fotogramas, que tuvo que ser retirada de los quioscos por orden judicial, y en cuyas páginas interiores nos enseñaba los distintos usos de la leche, como alimento y algo más, acrecentaron su popularidad como mito nacional.



     Memorable fue también su aparición el programa de entrevistas de Televisión Española de José María Iñigo, Directísimo, en el que quedaron patentes las nada disimuladas patadas que le daba la estrella al periodista para que cambiara de tema cuando la interrogó sobre un supuesto matrimonio de conveniencia con Fernando Montalván, ciudadano español con cierto retraso mental, que le permitió conseguir la nacionalidad española de forma inmediata pero ilícitamente.
     El escándalo de esta supuesta maniobra burocrática, menoscabó la imagen pública de la estrella y el mito empezó a declinar. Eran otros tiempos y la puritana España de la época no estaba por la labor de permitir que una institución como el matrimonio santificado de los de “hasta que la muerte nos separe” pudiera ser usado fraudulentamente. . . ¡¡Quien te ha visto y quien te ve!!
     Yo siempre la tuve como mi mito erótico español favorito, sin discusión, solo porque, en un viaje de trabajo, mi padre vio como se grababa la escena de una de sus películas en el Hotel Praga de Madrid, donde se alojaba. Yo que oí bien atento el relato de como la había visto correr en bragas por el vestíbulo del hotel a las órdenes del característico: luces, cámaras y acción, como si de una Norma Desmond, cutre, destapada y en color, se tratara, me dije para mi mismo: es mi actriz favorita, sin tan siquiera conocerla.
     Luego, ya, me enteré quien era y como era: una especie de Sophía Loren de ojos rasgados, venida de tierras lejanas que decía “amog” en vez de amor, o “pog qué”, en vez de por qué; ¡Exótico, erótico, escueto y contundente, . . . justo, como a mí me gusta!



     En poco tiempo pude verla en acción dándose el filetazo con Bárbara Rey en una de terror hispano que se llamaba La Muerte ronda a Mónica, donde aseguraban que se morían de miedo los espectadores que aguantaban todo el metraje, aunque yo sobreviví; me la volví a topar como una de las suicidas colectivas de Guyana: El Crimen del Siglo, película que seguía la estela de esas catástrofes escabrosas que poblaron las salas de cine en los años 70 y que a mí me chiflaban, todas; y, por último, la contemplé, anonadado, como decapitada madre de Conan el Barbaro, esta vez, en plan, rubia despampanante que perdía su decorativa testa en plena Ciudad Encantada de Cuenca, todo por defender a su retoño, un infantil Jorge Sanz, que al crecer se transformaría en el mismísimo Arnold Schwarzenegger
.


     Ahora, anda medio trastornada y esquizofrénica, según la prensa más sensacionalista, viviendo su particular calvario: de institución mental a la calle, como mendiga sin techo y de nuevo de vuelta al sanatorio . . . ¡¡para llorar!!
     Lo dicho, si hubiese hecho carrera en los USA, ya tendríamos su biografía filmada, ¡varias veces!, en cine y televisión. Con un papelón de Oscar para la actriz que lo interpretara . . . pero es que en España no sabemos valorar lo que tenemos. ¡¡¡Quijotesco!!

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miércoles, 6 de junio de 2012

Lagarto, Lagarto: "V" (1ª y 2ª parte)



                                              1ª Parte     

      Corría el invierno de 1985 y en ese tiempo perdido en el que estás esperando para salir la tarde de sábado con tus amigos, se te ocurre encender la tele para pasar el rato y ves que comienza una película, que empiezas a ver pero no piensas terminar pues no te interesa nada en absoluto. Hay que entender que solo hay dos cadenas de televisión, o sea, que ves la película o un documental.
     
La cosa empieza con un reportero de guerra perseguido por unos mercenarios que no quien ser grabados en sus escaramuzas. Cuando parece que van a ser apresados y ¿asesinados?, una sombra sospechosa oculta la luz del sol, pero no es que el cielo se haya nublado repentinamente, no, es que una nave espacial “extraterrestre” del tamaño de tres o cuatro campos de fútbol, por lo menos, comienza a sobrevolar las cabezas de los guerrilleros mercenarios y sus acorralados periodistas, ¡¡Qué impacto de escena!! Voy a llamar a mis amigos y aviso que salgo más tarde: esta película no me la pierdo.


      La película no resultó tal película, sino que fue una serie de televisión que se prolongo varios meses en antena.
      Se notaba que el asunto tenía varias partes porque cuando parecía que la cosa se había terminado, volvía a empezar de nuevo. Eso fue debido a que originalmente se trataba de una serie de, solo, dos capítulos dobles, que debido a su éxito se prolongo otros tres capítulos dobles, y de nuevo, como seguía gustando, se prolongo otros diecinueve episodios más, hasta que la audiencia se hartó de ver siempre lo mismo y súbitamente terminó sin previo aviso.
      En España, todo se emitió en dos tandas y troceado en episodios normales desde el principio y fue uno de los grandes fenómenos del momento.
      El asunto iba sobre la llegada de unos extraterrestres a nuestro planeta, ya que en el suyo hay escasez de algunos minerales, o algo así. En principio, parece que traen buenas intenciones, amén de una tecnología muy superior a la nuestra, pero con el tiempo descubriremos que en realidad se trata de una raza de voraces reptiles que lo que quieren es utilizarnos como alimento.
      Los paralelismos con el exterminio perpetrado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial son evidentes: racismo, purgas, colaboracionismo, guetos, desinformación, propaganda, resistencia pacífica, resistencia organizada . . .  allí había de todo.
      Los carismáticos personajes de la serie se convirtieron en miembros de una familia que nos acompañaban cada sábado en sus tensas aventuras. El resto de la semana nos teníamos que conformar con la información, y los cromos, del Tele-Indiscreta, que se convirtieron en el más preciado de los tesoros de muchos niños y adolescentes y único alivio en la larga espera semanal para saber qué ocurría con nuestros aguerridos héroes defensores de las libertades planetarias.


      Ya desde el principio sospechábamos que de una nave tan grande no podía salir nada bueno, y solo los tontos, muy tontos, se dejaron engañar por las pintas de esa Diana, “lideresa” de los visitantes, que bajo un cardado imposible, botas de tacón de aguja al  más puro estilo sado-maso y gafas de sol en plan Rocío Jurado, escondía gato encerrado. Aunque en este caso concreto fuese: ¡lagarto encerrado!. Y es que nuestra Diana era una auténtica lagarta, en el más literal sentido de la palabra y además una cochina pues comía ratas vivas, tarántulas o cualquier otra cosa que anduviese sobre dos, cuatro o cuantas patas tuviera.


      Con unos efectos especiales bastante solventes para la época, pero repetitivos hasta la saciedad: las escenas de los vuelos de las naves espaciales y las persecuciones aéreas siempre eran las mismas, pero montadas en diferentes momentos para dar un pego que no fue tal. Al final acabamos por darnos cuenta.
      El mayor impacto visual de la serie vino dado por algo mucho menos tecnológico que los vuelos espaciales y me estoy refiriendo al ceñidísimo duelo de vestimentas de nuestros protagonistas. En reñida pujna, semana a semana, nos enfrentábamos una ajustadísima colección de monos para las lagartonas visitantes, hombreas incluidas, frente a unos, míticos desde la primera escena, pantalones vaqueros del carismático líder de la resistencia, Mike Donovan, marcado culo y patorra, después de endiñárselos con calzador, sino es imposible ajustarse semejante prenda. Nunca entendí como podía respirar entre pelea y pelea, y si es verdad que los vaqueros ceñidos producen esterilidad Mike nunca pudo ser padre. Aunque sea el secuestro y abducuión de su primogénito uno de los arcos argumentales en los que se centra esta primera temporada.


      La dulce Julie, modosa científica con alma de guerrillera, celosa de semejante duelo anatómico se nos desmelena en otra memorable escena en la que le lavan el cerebro llevando otras no menos antológicas mallas color carne. ¡Viva el erotismo catódico!
      La primera entrega de la serie está directamente inspirada en la Segunda Guerra Mundial y más concretamente en la ocupación europea por parte de los nazis, incluso el logo de los visitantes recuerda, nada vagamente por cierto, a la cruz gamada. De hecho el productor de la serie quiso haber hecho una producción sobre el holocausto.


      En esta primera parte, la mejor de todas, el elemento sorpresa fue fundamental. En la retina y en la memoria de todos los espectadores siempre nos quedará las impactantes secuencias con las que iban acabado cada uno de los capítulos: desde la aparición de las gigantescas naves nodriza hasta el descubrimiento de la verdadera naturaleza de los invasores, dando un inesperado giro metafórico al dicho “lobos con piel de cordero”, en este caso “lagartos con piel de humano”, pasando por las secuencias estrella: el suculento banquete a base de ratas vivas que se propina la pérfida Diana y el nacimiento de los gemelos lagarto, cruce entre humana, la tonta Robin, con un joven y atractivo visitante, lengua bífida, incluida, por parte de uno de los bebes.
      Con alusiones nada disimuladas al exterminio judío e intrépidas secuencias de acción, la serie acaba con la humanidad organizada haciendo el símbolo de la victoria “V”, dispuesta a echar a los visitantes de nuestro planeta.

                                         2ª Parte

      La buena acogida del asunto propició una segunda entrega con mucha más acción que la primera. Centrada en la guerra de guerrillas de los humanos contra los visitantes, con la incorporación de Tyler , un mercenario experto en las artes guerreras, y los visitantes obsesionados con localizar a Elisabeth, “la Niña de las Estrellas”, cruce entre humana y lagarto y con poderes sobrenaturales, no se sabe debido a qué.
      Al final es este personaje clave para la derrota de los invasores que son expulsados de La Tierra gracias a un polvo rojo, mortal para los lagartos pero inocuo para los humanos, con la niña estelar manejando la nave nodriza entre brillos cósmicos y música celestial.
      También nos enteramos que entre los invasores hay opositores a los planes de exterminio de los humanos, la llamada Quinta Columna, a la que pertenece el bonachón Willie, interpretado por Robert Englund antes de calzarse el guante de cuchillos y atemorizar nuestros sueños como el psicópata Freddy Krueger, uno de los monstruos más emblemáticos del horror adolescente de los años 80, merodeador maligno de  Elm Street.
      Como el asunto siguió teniendo aceptación, los invasores vuelven, más beligerantes que siempre cuando se percatan que el famoso polvo rojo tiene fecha de caducidad.
       Ahora la serie, en su tercera entrega, se hace menos interesante y más repetitiva, así que introducen nuevos personajes para animar el cotarro en plan folletín intergaláctico.
      Así  nos enteramos de la existencia de un “líder” lagarto, al que nunca llegamos a ver, que harto de las torpezas de la pérfida Diana, que acaba pareciéndose a Pierre Nodoyuna pero sin su lindo pulgoso, pues siempre falla en sus maquinaciones contra los humanos, envía, primero, a otra lideresa, esta vez rubia e igual de ceñida que su oponente morena, que responde al nombre de Lydia. Y la morena y la rubia, no son hijas del pueblo de Madrid precisamente, pero, cual castiza zarzuela, se tiran los trastos a la cabeza, capítulo sí, capitulo también, entre sofisticadas maquinaciones para acabar con la resistencia.


      Para enderezar el desaguisado el “líder” envía a otro emisario llamado Charles que lucía unos pectorales tan abultados, o más, que los de sus súbditas femeninas y, escote en ristre, aparece para poner orden en la invasión, pasando revista a las tropas lagartas y, de paso, pasando el algodón, que no engaña, y comprobar que la limpieza de la nave deja mucho que desear, en la que, sin duda, es mi escena favorita de la ciencia ficción, catódica y no catódica, de todos los tiempos.


      Asistimos a una boda lagarta, envenenamientos, al más puro estilo de Shakespeare, banquetes con hormigas negras y rojas, o dulces y saladas como ellos mismos nos aclaran, apareamientos ceremoniales en terráreos con rayos UVA, imitación nostálgica, dentro de la nave nodriza, de su lejano planeta, vamos, que la serie empieza a perder el norte.
      Para enganchar a las adolescentes, en la recta final de la serie, aparece otro guaperas, más tierno y púber, llamado Kyle, que enamora a Elisabeth, “la Niña de las Estrellas”, que ha pasado de niña a mujer tras mudar la piel dentro de una crisálida luminosa, y a su madre, la insufrible Robin, de nuevo haciendo de las suyas. Con su indestructiblemente bien peinada melena, Kyle lucha y se despechuga, enfrentándose a Diana y a su propio padre, el interesado y traicionero magnate Nathan, colaborador de los invasores y trasnochado galán con  bronceado a lo Miami Beach y tinte Just for Man, siempre protegido por un chino guardaespaldas, sospechosamente parecido al Chu-Lee de Falcon Crest , mientras intenta, infructuosamente conseguir los favores sexuales de Julie, que en esta temporada trabaja para él como científica, pero duerme con Donovan.


      Ni siquiera el morbo de un triangulo amoroso que incluye madre e hija levanta a la audiencia de un sopor que empieza a hacerse peligroso, y súbitamente llegamos a un final precipitado e inesperado en el que casi todos los frentes quedan abiertos y prácticamente no se aclara nada. ¡¡Cosas de la tele!!


      Yo tengo que decir que en mis vacaciones de verano de 2005, celebrando las “Bodas de Plata” de mis progenitores, una placida tarde de agosto a los pies del Acantilado de los Gigantes en la isla de Tenerife, una niña se me acercó para preguntarme si yo era Kyle, el de la serie “V”, a lo que yo respondí con un escueto: ¡Sí!. Para alegría y regocijo de la inocente criatura, pasó la tarde conmigo haciéndose fotos que luego enseñaría a sus amiguitas a los compases de un: ¡¡Yo pasé una tarde con Kyle!!, y como prueba irrefutable de tamaña hazaña mostraría un reportaje fotográfico en el aparecería “yo” con mi dudoso parecido al galán televisivo. No sé qué fue de aquella infante, ni de ese reportaje fotográfico, pero yo, al menos, viví por una tarde la experiencia de ser el actor de una serie de moda . . .
      Fdo: Kyle


sábado, 26 de mayo de 2012

Gibb + Gibb + Gibb = Bee Gees


      
      Esto empieza a parecerse a un obituario en vez de a un blog, debe ser cosa de la edad: tus ídolos van desapareciendo. Lo malo es que esto no es  más que un adelanto de lo que está por venir.
      El 20 de mayo leo en los periódicos que Robin Gibb pasó a mejor vida,  y me doy cuenta que ya solo queda entre nosotros uno de los musicales hermanos Gibb, más conocidos por todos como los Bee Gees.
      Yo como espíritu curioso que soy, hace tiempo que me tenía empapada su biografía: nacidos en una pequeña isla británica, la Isla de Man, Barry, Robin y Maurice  emigran a Australia siendo unos niños, hacen sus primeros escarceos musicales en nuestras antípodas, entre canguros y koalas, logrando cierta popularidad y regresan a su Inglaterra natal para dar otro salto de charco y  plantarse en los EEUU a mediados de los 60, vamos, son lo que se dice un culo inquieto.
      Leo de sus primeros éxitos, a la sombra de los Beatles, y es verdad que muchas de las canciones, de su primera época, son verdaderos clásicos de la música popular, esas que has oído mil veces y no sabes como, cuando, donde, ni porqué, léanse: Massachusetts o To Love Somebody entre otras.
      Tras unos años de triunfo juvenil, viene la inevitable caída, los ídolos de la música suelen ser fugaces: crisis existenciales, resacas creativas, discrepancias personales, evolución y cambio de estilo, siempre bajo los auspicios de su productor-mentor Robert Stiwood, artífice de su posterior encumbramiento global.
      Y de golpe me planto en la primavera de 1978. Imaginaos: El Puerto de Santa María, Feria del Vino, un joven e inexperto pre-adolescente espera, ficha en mano, a pillar turno en los coches de choque del recinto ferial. Para amenizar la espera suenan los éxitos del momento, y de repente: . . . “when you can tell . . . etc . . . hasta la llegada de un pegadizo estribillo . . . ah, ah, ah, ah . . . staying alive, staying alive
. . . ¡¡Que canción tan chula!!, ¿Quienes serán estas chicas?


      La canción, desde entonces, no parará de sonar, durante meses, en mis, siempre sintonizados, Cuarenta Principales, pero no eran unas chicas las que cantaban sino tres tíos, y dos de ellos barbudos para más INRI. Ahí conocí yo a los Bees Gees, y ¡vaya si los conocí!. La canción era parte de la banda sonora de Fiebre del Sábado Noche, la película que había que ver o había que ver, así que fui a verla ese verano en Madrid, al, entonces cine Lope de Vega, cuando los cines de la Gran Vía eran sinónimo de ¡CINE!, así con mayúsculas y como suena, ¡todo un lujo!
      La película no me gustó nada: familias mal avenidas, precariedad económica, suicidios, peleas y decepciones vitales varias, demasiado serio para mi mentalidad de entonces; pero la música, eso era otra cosa.
      Fiebre del Sábado Noche fue el primer disco doble que compré con mi dinero, un esfuerzo que me costó meses de ahorro y me pareció que allí había mucho relleno. Los que molaban, de verdad, eran los Bee Gees, con un LP simple hubiese sido suficiente.
      En mis años de aficionado a la música y al cine debo decir que creo no haber conocido un fenómeno igual como el de Fiebre del Sábado Noche. Lanzó a John Travolta, su protagonista, a un estrellato inusitado, no era un famoso más, era un patrón a seguir. Mi amigo Mariano, sin ir más lejos pasó a ser mi amigo Mariano-Travolta, y no fue el único. Se imitaron sus andares, sus modales, sus maneras, su ropa, su peinado, sus bailes; la travoltamanía caló en lo más profundo de muchos corazones que se vieron reflejados en el personaje.
      Los otros grandes beneficiados del huracán del Sábado Noche fueron los Bee Gees. En la portada del doble disco, reinaban triunfantes vestidos de blanco y sonrientes. Como sabíamos que eran hermanos era evidente que el mayor, Barry, se había llevado, de golpe, todos los genes buenos de la familia, pues era más alto, más guapo, más “paquetudo” y más todo que los otros dos, que se quedaron en más bien poquita cosa. Además era la voz cantante, y en ¡¡falsete!! . . . ¡toma ya!
      Night Fever, How Deep is Your Love, Should be Dancing y alguna más, llegaron a lo más alto de las listas de éxito y del inconsciente colectivo. Lograron una obra maestra irrepetible, y fue una obra maestra porque tuvieron muchas obras alumnas, incluso los Rolling Stones se lanzaron al falsete, como si de unos Farinelli del rock se tratara, con su Emotional Rescue, a la estela de las super-ventas travolteras.
      En España apareció un grupo oriundo de Italia, los New Trolls, que interpretaron, nada mal, por cierto, dadas las circunstancias y el presupuesto, la banda sonora del remedo nacional del Sábado Noche. Nunca en Horas de Clase, se llamó el experimento, y uno no puede decir que lo ha visto de todo hasta no haber visto esta cinta. La expresión ¡ver para creer! se queda corta ante la experiencia de su visionado. La imitación-plagio del estilo Bee Gees
es pasmosa; las coreografías discotequeras de la película son otro cantar y entran directamente en la categoría de los despropósitos más desproporcionados del cine patrio.


      Tras la resaca discotequera, los tres hermanitos Gibb se alían con Peter Frampton para destrozar el Sargent Pepper beatleniano, vía versión cinematográfica; su banda de corazones solitarios se queda más sola que nunca ya que nadie va a ver la insufrible adaptación de tan magna obra, bueno, yo sí, y es que, a veces, ¡tengo un estomago!



      El tremendo tropezón queda pronto olvidado recuperándose con el siguiente disco, Spirits Having Flow, y como verdaderos espíritus aparecen en la portada de susodicho, entre flous rojos y amarillos, melenas y barbas al viento, cual anuncio de laca, estilo David Hamilton, se tratara y rostros de no haber roto un plato en sus vidas; un estilismo infernal para un titulo celestial, que arrasa a los compases de Too Much Heaven (cediendo sus royalties a Unicef, la sonrisa de un niño bien lo vale),  Love You Inside Out y la marchosa Tragedy. Este disco tuvo en España, casi, más repercusión que el Sábado Noche
. Yo, ya, no tuve presupuesto para comprármelo, pero mis amigos me lo dejaron en numerosas ocasiones.

      Cuando se llega a lo más alto, bajar es el único camino posible pero la caída desde un triunfo tan universal puede ser de lo más fructífera. A partir de entonces, juntos o por separado los Bee Gees siguieron cantando, componiendo y colaborando con nombres tan ilustres como Barbra Streisand, Dolly Parton, Kenny Rodgers, Diana Ross, Dionne Warwick y un largo etc . . .
      Intentaron repetir el triunfo del 78 con la segunda parte del Sábado Noche, titulada, como no, Staying Alive, pero aquello fue un espanto donde un Travolta, hiper-musculado, se pasa el metraje dando saltos en taparrabos, rallando el ridículo en todo momento y nuestros hermanos favoritos entonando unos cuantos temas mucho menos inspirados que los anteriores.




      Vivieron la ascensión y caída de su hermano Andy, prematuramente malogrado por el abuso de estupefacientes, pero eso da para otro artículo. Y continuaron con éxitos aislados: You win Again, The Woman in You, He’s a Liar . . . 
      Ya, solo sobrevive Barry, el primogénito de buenos genes y gran favorito de mi hermana en su época de macizo, jamonazo y melenudo.
Farrah, Donna, Bobby, de Boney M, Robin y Maurice, . . . entrar en la sesentena está siendo catastrófico para los ídolos de mi juventud. Menos mal que aún me quedan Frida y Agnetha, pero no lo diré muy alto, por si acaso.