Carrie era joven, inocente, marginada,
maltratada, tímida . . . y buena. Tenía ganas de cambiar, de integrarse, de ser
aceptada, de ser querida. Era el paradigma perfecto de la adolescente típica,
tópica y habitual . . . pero tenía un secreto inconfesable, como todos
nosotros, pero más.
Corría el año 1976 y en plena fiebre post-exorcista el tema de niños “cabroncetes” estaba a la orden del día y Carrie encajaba en ese patrón.
Se anunciaba como una película de terror, al uso, aunque allí había mucha más tela que cortar.
¡Qué maravilla! ese lírico comienzo de adolescentes en las duchas, tras un reñido partido de voleibol. A cámara lenta, entre vapores y risas, un grupo de muchachitas se divierten con despreocupación, y de repente: ¡¡sangre!!, la sangre de la primera menstruación de la protagonista; todo un anticipo de que la cosa va a ser fuerte.
Carrie aterrorizada ante la visión de su propia sangre pide auxilio presa de un ataque de pánico, pero es cruelmente vejada bajo un montón de burlas y compresas. La algarabía que se monta queda súbitamente silenciada cuando una bombilla salta por los aires a los compases del grito desgarrado de la joven acosada. Se vislumbra la tragedia.
Corría el año 1976 y en plena fiebre post-exorcista el tema de niños “cabroncetes” estaba a la orden del día y Carrie encajaba en ese patrón.
Se anunciaba como una película de terror, al uso, aunque allí había mucha más tela que cortar.
¡Qué maravilla! ese lírico comienzo de adolescentes en las duchas, tras un reñido partido de voleibol. A cámara lenta, entre vapores y risas, un grupo de muchachitas se divierten con despreocupación, y de repente: ¡¡sangre!!, la sangre de la primera menstruación de la protagonista; todo un anticipo de que la cosa va a ser fuerte.
Carrie aterrorizada ante la visión de su propia sangre pide auxilio presa de un ataque de pánico, pero es cruelmente vejada bajo un montón de burlas y compresas. La algarabía que se monta queda súbitamente silenciada cuando una bombilla salta por los aires a los compases del grito desgarrado de la joven acosada. Se vislumbra la tragedia.
A lo largo de la película nos vamos enterando de que Carrie es hija de una cristiana integrista y que su padre un día salió a por tabaco y no volvió, cuando se dio cuenta de que con su santísima esposa iba a mojar menos que Robison Crusoe antes de encontrarse con Viernes, y eso con suerte. La pobre cría vive sometida bajo las paranoias de su madre, que está como un cencerro, y le hace rezar día sí y día también para que se arrepienta de sus hipotéticos pecados; el peor de ellos haber nacido fruto de un “polvete” bajo los efectos embriagadores de unas cervezas de más.
Por si esto fuera poco, sus compañeras de clase la detestan, ya que están castigadas a agotadoras sesiones de gimnasia por haberse comportado con ella como unas verdaderas “guarras” en el incidente del vestuario.
Entre tanto desconsuelo nuestra heroína descubre que tiene poderes y que con una simple mirada puede mover cualquier objeto a su santa voluntad. Mira tú que suerte.
El guapo oficial del Instituto, que no es otro que Wilian Katt, más conocido en España como El Gran Héroe Americano, una especie de Superman torpe que vestía mallas rojas y volaba deficientemente, en una serie de televisión que arrasó en nuestro país en los años 80, coaccionado por su propia novia, invita a Carrie al Baile de Fin de Curso con el fin de compensar la vejaciones a la que ha sido sometida por sus compis.
Tras las infructuosas negativas de nuestra protagonista a ir al baile, pues teme que se vuelvan a burlar de ella, y tras enfrentarse acaloradamente con su histérica madre, finalmente accede. Pero nosotros ya sabemos que allí volverá a ser sometida a su enésima vejación y, literalmente, es duchada con sangre de cerdo tras ser coronada como Reina de del Baile. Su venganza será terrible.
Tras cargarse a todos sus compañeros y profesores, a los que les hace arder en una pira de lo más truculenta y pirotécnica, se encuentra, al llegar a casa, a su desquiciada madre enajenada y con ganas de guerra, con lo que a la pobre cría no le queda más remedio que crucificar a su progenitora con unos cuantos cuchillos voladores bajo los gritos orgásmicos de la maternal mártir, que parece gozar como nunca ante semejante martirio.
Tras tanto desaguisado Carrie decide que lo mejor . . . es suicidarse.
Y cuando, por fin, creemos que todo se ha acabado, una mano ensangrentada surge de su tumba para que así podamos respingar a gusto y satisfechos y reírnos de nuestro propio susto.
Este
final no solo fue antológico, sino que sería imitado hasta la saciedad desde
entonces, pero nunca superado.
En Carrie vimos por primera vez a John Travolta en el cine, antes de que se pusiera a cantar y bailar, en plan hortera, con traje blanco o cuero negro.
En Carrie vimos por primera vez a John Travolta en el cine, antes de que se pusiera a cantar y bailar, en plan hortera, con traje blanco o cuero negro.
Sissy
Spacek, la
protagonista, estaba sensacional en su doble faceta de monstruo-frágil, tanto
como Piper Laurie, la madre loca, y las dos fueron nominadas al Oscar, pero no ganaron. Una lastima.
El
resto del reparto, también estaba también sensacional: la profe buena, que
luego la vimos como madrastra buena en la serie Con Ocho Basta; la amiga buena, que luego se
casó/divorció con Steven Spielberg en la vida real; y las enemigas malas, que eran
todas muy “cabronas” y se mueren por eso, por “cabronas”, como Dios manda.
Y la
música y la fotografía y el montaje, con esa pantalla partida en dos, y todo lo
demás, fue sensacional.
Brian de Palma, el director, se consagró como el mejor alumno de Hitchtcock y nunca estuvo mejor que aquí.
En Carrie nos emocionamos con su Baile de Fin de Curso, verdadera institución en la sociedad norteamericana, que aparece en pantalla, luminoso, como un lugar celestial, que se torna en infierno en el momento de la venganza. Pero es que, además, estamos de acuerdo con su venganza, aunque se excediera un poco con tanto fuego y cuchillos, todo hay que decirlo. Carrie nos hace reflexionar sobre nosotros mismos, que aunque nos creamos justos y objetivos, en el fondo somos como todo el mundo, y defendemos lo indefendible, básicamente, por afinidad afectiva. Vamos, que ni somos objetivos, ni nada de nada.
Brian de Palma, el director, se consagró como el mejor alumno de Hitchtcock y nunca estuvo mejor que aquí.
En Carrie nos emocionamos con su Baile de Fin de Curso, verdadera institución en la sociedad norteamericana, que aparece en pantalla, luminoso, como un lugar celestial, que se torna en infierno en el momento de la venganza. Pero es que, además, estamos de acuerdo con su venganza, aunque se excediera un poco con tanto fuego y cuchillos, todo hay que decirlo. Carrie nos hace reflexionar sobre nosotros mismos, que aunque nos creamos justos y objetivos, en el fondo somos como todo el mundo, y defendemos lo indefendible, básicamente, por afinidad afectiva. Vamos, que ni somos objetivos, ni nada de nada.
Y es que lograr que
simpatices con un capullo en potencia no es algo tan difícil de conseguir, solo
tienes que creerte sus motivos.
Y eso es algo que
hacemos todos, todos los días. Unos en un sentido y otros en el sentido
contrario, aunque no seamos conscientes de ello.
¡¡¡Que chungo!!!!