Vistas de página en total

jueves, 11 de octubre de 2012

Zombies, conflictos y otros asuntos



     Corría el año 1979 y en plena adolescencia lo que molaba era ir a ver películas de terror, cuanto más terroríficas mejor. Y verdaderamente que la década de los 70 fue fructífera en cantidad y calidad de horrores cinematográficos.
     Zombie fue un titulo mítico y de visión obligatoria para todos los jóvenes cinéfilos y amantes de las emociones fuertes de aquel entonces. Venía precedido de la determinante y morbosa clasificación “S”, esto es: ¡podía herir la sensibilidad!, del que la tuviera, y como reclamo principal amenazaba con un eslogan de los que marcan época: “cuando no quepa nada más en el infierno, los muertos andarán sobre la tierra”, esto prometía.
    
El asunto empezaba con la tierra invadida por una plaga de seres voraces y bastante torpones que su única finalidad conocida era alimentarse de carne humana, no se sabe por qué. Como se trataba de la continuación de otro título emblemático: La Noche de los Muertos Vivientes, intuimos de antemano que el asunto va de muertos resucitados. Así, en medio de una tertulia televisiva de lo más desasosegante, un grupo de reporteros hartos de ver discutir sin llegar a ninguna conclusión valida, huyen en helicóptero, no se sabe hacia donde, teniendo que aterrizar de emergencia en un Centro Comercial de lo más acogedor, donde se refugian junto a unos cuantos supervivientes de los sistemáticos ataques de los zombies antropófagos que dan título a la película.


    
Los muertos vivientes pese a ser torpes y seres sin pensamiento, ni raciocinio, de forma autómata van al centro comercial a su ritual diario de consumismo desatado. Van con sus trajes de faena y así contemplamos una procesión de enfermeras, carteros, fontaneros o camareras putrefactas que chocan contra las puertas cerradas de su centro de ocio favorito como si de una canción de Viva La Gente se tratara: ¡¡al lechero, al cartero y al policía saludé!! . . . clamaba el iluminado grupo cristiano en todas sus actuaciones, para quien no recuerde la letra de  la cancioncilla.
    
El tema se complicaba cuando un grupo de moteros descerebrados, esta vez humanos, rompen la harmoniosa convivencia entre refugiados supervivientes y zombis hambrientos, y una vez destrozadas las puertas de contención, que separan a los unos de los otros, se arma la marimorena en un festival de vísceras y charcutería, cerebros reventados a tiros y demás porquerías por el estilo, que hicieron las delicias del espectador más gore y atrevido, como yo.


     
La película, entretenimiento puro y duro, tenía más miga de la que aparentaba, y destilaba una mala baba de los más fina y sutil, dejando colar entre tanta casquería una crítica indirecta y subliminal a la sociedad de consumo. Al fin y al cabo, ¿no somos todos nosotros esos zombies que consumimos sin ton ni son y seguimos consumiendo aunque peguen un tiro en la cabeza al que tenemos al lado?
     Fue la película más terrorífica de la temporada y tuvo decenas de imitadoras, en una de ellas, Nueva York bajo el terror de los Zombies, se veía, ¡¡en primerísimo plano!!, como una astilla de madera vaciaba el globo ocular de una pobre mujer, para el delirio de los espectadores más morbosos. Aunque fue el cine patrio el que se adelantó a todas las cinematografías del mundo con un titulo glorioso: No Profanar el Sueño de los Muertos, donde se combinaba de forma ejemplar zombies y ecología, pero esta película da para artículo propio.


     En aquel entonces ni me di cuenta, pero hoy, que ya no soy un adolescente, disfruto, como siempre, de este maravilloso entretenimiento a base te tripas y hemoglobina, sobre todo al percatarme de que la realidad es mucho más terrorífica que lo que se ve en cualquier pantalla del cine. No hay más que ver cualquier telediario.
     .