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sábado, 24 de noviembre de 2012

Niña Mala, Niña Buena



     Carrie era joven, inocente, marginada, maltratada, tímida . . . y buena. Tenía ganas de cambiar, de integrarse, de ser aceptada, de ser querida. Era el paradigma perfecto de la adolescente típica, tópica y habitual . . . pero tenía un secreto inconfesable, como todos nosotros, pero más.
     Corría el año 1976 y en plena fiebre post-exorcista el tema de niños “cabroncetes” estaba a la orden del día y Carrie encajaba en ese patrón.
     Se anunciaba como una película de terror, al uso, aunque allí había mucha más tela que cortar.
     ¡Qué maravilla! ese lírico comienzo de adolescentes en las duchas, tras un reñido partido de voleibol. A cámara lenta, entre vapores y risas, un grupo de muchachitas se divierten con despreocupación, y de repente: ¡¡sangre!!, la sangre de la primera menstruación de la protagonista; todo un anticipo de que la cosa va a ser fuerte.
     Carrie aterrorizada ante la visión de su propia sangre pide auxilio presa de un ataque de pánico, pero es cruelmente vejada bajo un montón de burlas y compresas. La algarabía que se monta queda súbitamente silenciada cuando una bombilla salta por los aires a los compases del grito desgarrado de la joven acosada. Se vislumbra la tragedia.


     A lo largo de la película nos vamos enterando de que Carrie es hija de una cristiana integrista y que su padre un día salió a por tabaco y no volvió, cuando se dio cuenta de que con su santísima esposa iba a mojar menos que Robison Crusoe antes de encontrarse con Viernes, y eso con suerte. La pobre cría vive sometida bajo las paranoias de su madre, que está como un cencerro, y le hace rezar día sí y día también para que se arrepienta de sus hipotéticos pecados; el peor de ellos haber nacido fruto de un “polvete” bajo los efectos embriagadores de unas cervezas de más.
     Por si esto fuera poco, sus compañeras de clase la detestan, ya que están castigadas a agotadoras sesiones de gimnasia por haberse comportado con ella como unas verdaderas “guarras” en el incidente del vestuario.
     Entre tanto desconsuelo nuestra heroína descubre que tiene poderes y que con una simple mirada puede mover cualquier objeto a su santa voluntad. Mira tú que suerte.
     El guapo oficial del Instituto, que no es otro que Wilian Katt, más conocido en España como El Gran Héroe Americano, una especie de Superman torpe que vestía mallas rojas y volaba deficientemente, en una serie de televisión que arrasó en nuestro país en los años 80,  coaccionado por su propia novia, invita a Carrie al Baile de Fin de Curso con el fin de compensar la vejaciones a la que ha sido sometida por sus compis.


     Tras las infructuosas negativas de nuestra protagonista a ir al baile, pues teme que se vuelvan a burlar de ella, y tras enfrentarse acaloradamente con su histérica madre, finalmente accede. Pero nosotros ya sabemos que allí volverá a ser sometida a su enésima vejación y, literalmente, es duchada con sangre de cerdo tras ser coronada como Reina de del Baile. Su venganza será terrible.
     Tras cargarse a todos sus compañeros y profesores, a los que les hace arder en una pira de lo más truculenta y pirotécnica, se encuentra, al llegar a casa, a su desquiciada madre enajenada y con ganas de guerra, con lo que a la pobre cría no le queda más remedio que crucificar a su progenitora con unos cuantos cuchillos voladores bajo los gritos orgásmicos de la maternal mártir, que parece gozar como nunca ante semejante martirio.


     Tras tanto desaguisado Carrie decide que lo mejor . . . es suicidarse.
     Y cuando, por fin, creemos que todo se ha acabado, una mano ensangrentada surge de su tumba para que así podamos respingar a gusto y satisfechos y reírnos de nuestro propio susto.
       Este final no solo fue antológico, sino que sería imitado hasta la saciedad desde entonces, pero nunca superado.
     En Carrie vimos por primera vez a John Travolta en el cine, antes de que se pusiera a cantar y bailar, en plan hortera, con traje blanco o cuero negro.  
       Sissy Spacek, la protagonista, estaba sensacional en su doble faceta de monstruo-frágil, tanto como Piper Laurie, la madre loca, y las dos fueron nominadas al Oscar, pero no ganaron. Una lastima.
        El resto del reparto, también estaba también sensacional: la profe buena, que luego la vimos como madrastra buena en la serie Con Ocho Basta; la amiga buena, que luego se casó/divorció con Steven Spielberg en la vida real; y las enemigas malas, que eran todas muy “cabronas” y se mueren por eso, por “cabronas”, como Dios manda.
       Y la música y la fotografía y el montaje, con esa pantalla partida en dos, y todo lo demás, fue sensacional.
     Brian de Palma, el director, se consagró como el mejor alumno de Hitchtcock y nunca estuvo mejor que aquí.
     En Carrie nos emocionamos con su Baile de Fin de Curso, verdadera institución en la sociedad norteamericana, que aparece en pantalla, luminoso, como un lugar celestial, que se torna en infierno en el momento de la venganza. Pero es que, además, estamos de acuerdo con su venganza, aunque se excediera un poco con tanto fuego y cuchillos, todo hay que decirlo. Carrie nos hace reflexionar sobre nosotros mismos, que aunque nos creamos justos y objetivos, en el fondo somos como todo el mundo, y defendemos lo indefendible, básicamente, por afinidad afectiva. Vamos, que ni somos objetivos, ni nada de nada.
     Y es que lograr que simpatices con un capullo en potencia no es algo tan difícil de conseguir, solo tienes que creerte sus motivos.
     Y eso es algo que hacemos todos, todos los días. Unos en un sentido y otros en el sentido contrario, aunque no seamos conscientes de ello.
     ¡¡¡Que chungo!!!!


martes, 13 de noviembre de 2012

Leyendas Urbanas


     
     Vivimos rodeados de información, una cierta, otra no; oímos noticias, cotilleos, rumores, secretos y propaganda a la que a veces no prestamos ninguna atención y otras veces nos marca, incluso, para toda la vida. 
     Yo que siempre presumí de ser persona bien informada, soy lo que se dice un absurdo acumulador de datos, de esos que no sirven, absolutamente, para nada, a lo largo de mi vida he podido concluir que la información da igual que sea veraz o no, lo importante es que te la creas. Y a este punto es donde yo quería llegar.
     Hay que gente que jura y perjura que ha vivido tal o cual situación y si no ellos, exactamente, sí alguna persona allegada de total confianza o un allegado de otro allegado de la misma confianza, o más, aunque no lo hayas visto en toda tu vida y no tengas la menor intención de verlo el resto de la vida que te queda.
     ¿Cuánta gente ha tenido experiencias paranormales? ¿Cuántas personas aseguran de haber percibido algo parecido a un fantasma?  ¿A cuantos conocemos que hayan experimentado fenómenos extraños, apariciones, sensaciones, premoniciones o intuiciones inexplicables? ¿A cuantos se les ha aparecido la dama de la curva? ¿Cuántas curvas, solo en España, tienen dama de la curva? ¿Y en el resto del mundo?
     Existe otra cosa más extraña aun: los falsos recuerdos colectivos, es decir, cosas que nunca existieron y que, sin embargo, son recordadas por una multitud, a veces abrumadora, de personas. Incluso, por casi toda la sociedad.
     Y es así como se crean las leyendas urbanas.
     Leyenda urbana es  que el niño feo de la serie Aquellos Maravillosos Años creció y se convirtió en Marilyn Mason. Me lo han asegurado mil veces y resulta que el joven actor infantil se retiró de la farándula al acabar la serie y ahora es un abogado anónimo pero feliz.




     Leyenda urbana es que los chinos en España no pagan impuestos. Tienen una exención fiscal de cinco años, por eso proliferan tanto sus negocios. El dato está en la calle y da igual que no haya manera de contrastarlo, tú te lo crees porque te lo dijo alguien de confianza que se entero por otro alguien que lo sabe de primera mano o de muy buena tinta.
     Lo de "muy buena tinta" es infalible y siempre veraz.
     Además que te lo cuenta, indignado, la misma persona que no paga un duro. Porque seamos claros, aquí solo paga el que está "pillao".
     Leyenda urbana es que Richard Gere se introdujo un hámster por el culo, así como suena. Parece ser que todo el mundo tiene un conocido en el hospital donde le extirparon al simpático animalito, ya que, el pobre, se perdió entre tanto intestino y no supo salir. Sin más comentarios.

     Recuerdo colectivo es que Afrodita A, la sonrosada compañera robótica del inefable Mazinger Z lanzaba sus misiles al grito de: ¡¡pechos fuera!!
     Esta leyenda ha sido para mí como una cruzada personal. Incluso me llegué a revisar todos los capítulos emitidos en nuestro país de esta emblemática serie de dibujos animados para comprobar si la metálica heroína vociferaba la famosa y recordada frase. Nada, ni rastro de la misma. El mito se forjó en la mente colectiva como una extraña combinación de recuerdo visual, ya que efectivamente la estilizada robot lanzaba sus tetas a modo de misiles destructivos, freudiana metáfora del poder femenino por otra parte; y recuerdo auditivo, era el propio Mazinger Z el que gritaba: ¡¡puños fuera!! y ¡¡fuego de pecho!!. 

     De aquí al recordado Pechos Fuera solo había que dar un pequeño paso.
    Yo llegué a apostarme una cena contra una veintena de amigos, que me aseguraban haber oído, repetidamente, tan contundente grito de guerra femenino. Pero a pesar de mi repaso sistemático de todo el serial, no tragaron. 
     Recientemente en un telediario a hora de máxima audiencia, hablaron de este tema y vinieron a confirmar lo que yo ya sabía: la frase nunca fue dicha. Desgraciadamente ya no me hablo con ninguno de esos veinte amigos para ganarme veinte cenas, jo!



     Siguiendo con las leyendas pectorales, se ve que el pecho femenino da para ello, corrió la afirmación de que a nuestra fantasiosa Ana Obregón se le reventó una teta en un avión ¡¡¡en pleno vuelo!!!. Ella lo ha desmentido insistentemente, pero ciento ochenta y cinco testigos oculares no pueden estar equivocados. Amen que el desaguisado que tuvo que ser tanta silicona desparramada en tan reducido espacio no pudo pasar desapercibida así como así. Silicona con ADN sin duda. Nunca sabremos la verdad.




     También he oído que si te miras en el espejo a las doce de la noche, completamente solo, en casa, con una vela e invocas a no sé quién, verás tu propia muerte. Primero: a ver quién es guapo que se atreve a hacer esto, bien por miedo, bien por miedo al ridículo. Segundo: ¿A qué clase de pervertido le interesa ver su propia muerte?
a      Otros, dicen que en las alcantarillas de Nueva York hay cocodrilos, que son los descendientes de las mascotas que losom ciudadanos de tan populosa metrópoli han tirado por el retrete.
     A mí, sinceramente, si me dan a elegir entre un cocodrilo de cloaca y la teta de la Obregón me quedo con la teta! Es que un cocodrilo con olor a detritus, como que no!