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viernes, 22 de febrero de 2013

Nadie como Nadia



     Las Olimpiadas de Montreal  del año 76 fueron mis primeras Olimpiadas, al menos las primeras de las que tengo un recuerdo claro.
     Recuerdo ese verano en el que vinieron mis primos a casa a pasar unas semanas de playa coincidiendo con el evento deportivo. Realmente eran primos de mi padre, aunque por edad más cercanos a mí y mi hermana, pero en cualquier caso mayores que yo y en consecuencia más sabios.
     Ahí descubrí, por los comentarios de mi primo, que las Olimpiadas se celebraban cada cuatro años y cada vez en una ciudad distinta. La última había sido en Munich, algo lejano me sonaba eso pero me sonaba, y ahora tocaba el turno en Montreal.
     Por la noche, por eso del desfase horario, se retransmitían carreras y competiciones varias, todas intensas, todas emocionantes y todas decisivas.
     Me enteré que nombres que me sonaban familiares como Mark Spitz, que me sonaba como de toda la vida, venían de otras Olimpiadas. El señor Spitz sin ir más lejos había ganado siete medallas de oro nadando y fue la estrella de Munich en el 72, y es que cada olimpiada tenía sus estrellas.


     Mi primo, primo de mi padre, sabía mucho de esto, ya que era muy listo, incluso había ganado un concurso en la televisión, así que me puso al día y a mí que eso de las estrellas me molaba que no veas, me aprendí todas sin pestañear.
     Montreal fue una Olimpiada más y tuvo sus estrellas, como todas las Olimpiadas, atletas, nadadores, luchadores y gimnastas que subieron al Olimpo de la fama y estuvieron en boca de todos: Kornelia Ender, Alberto Juantorena y un selecto etcétera acapararon la atención de todos nosotros, simples mortales, pero . . . nadie como Nadia.
     Nadia Comaneci fue la estrella indiscutible de Montreal, ¡y qué estrella!.
     Apenas una niña y con catorce años cumplidos, peinaba cola de caballo y llegaba a Montreal con la aureola de promesa a tener en cuenta, ya había destacado en los campeonatos de Europa, así que los jueces tenían puestos los ojos en ella.


     Lo que nadie se imaginaba era lo que estaba por venir. Por primera vez en la historia de la gimnasia la pequeña Nadia lograba un sorprendente e imprevisible diez por su ejercicio, es decir: la perfección. El asunto es que ni siquiera los marcadores estaban preparados para esta situación con lo que al anunciar su nota expusieron un anecdótico 1,00, y digo anecdótico por no decir cutre, así como suena, pero es que no había otra manera de representar su nota.
     Luego obtuvo otros seis “dieces” más, siete en total y ganó tres medallas de oro, una de plata y otra de bronce, a parte del extraoficial titulo de Reina de los Juegos.
     Su triunfo trascendió más allá del reducido círculo de la gimnasia y se convirtió en un personaje popular en el mundo entero.
     Incluso hoy en día su nombre sigue sonando aunque no hayas visto un ejercicio de gimnasia en tu vida y decir Comaneci es sinónimo de decir gimnasta de las buenas.
     Pero volviendo a Montreal, recuerdo como sus intervenciones focalizaban la atención y los comentarios de todo el mundo, al menos en mi casa y en mi círculo cercano.
     A mi Nadia me resultaba un misterio, a veces seria y con cara de amargada y otras veces juguetona y simpática cuando realizaba algunas de sus rutinas. A veces parecía bailar y disfrutar como una niña traviesa en vez de estar compitiendo por una medalla, otras veces podías leer la concentración en su rostro y entonces no parecía una niña en absoluto.
     Tras el triunfo en Montreal y la posterior resaca de gloria mediática su nombre fue dejando de sonar a todas horas, excepto cuando había alguna competición donde ella participaba.
     Cuatro años después la vimos en las boicoteadas Olimpiadas de Moscú y Nadia ya no era la niña de la cola de caballo y mucho menos sonriente. Era una mujer pechugona, musculosa, con cara de mala leche y un corte de pelo a lo “tazón” de lo más desfavorecedor. Ganó medallas de oro otra vez, pero la campeona absoluta fue otra, una gimnasta rusa que se llamaba Yelena Davidova que, claro, no fue la reina que resulto ser “la Comaneci” cuatro años antes, ¿alguien recordaba ese nombre?


     De hecho la reina de los juegos de Moscú fue un oso, el Osito Misha, para más información, mascota oficial de los juegos que, con serie de televisión incluida, fue un muñequito bien popular entre la chiquillería del momento como ninguna otra mascota lo fuera o lo hubiera sido, con permiso de Naranjito, Cobi, Curro
y cualquier otra mascota anterior y posterior.


     Una vez retirada de la competición Nadia siguió siendo noticia esporádicamente pero por motivos extradeportivos, como la huida de su Rumanía natal y su asilo político en los USA.
     Ahora vive allí, está casada con otro gimnasta super-campeón olímpico americano, Bart Conner, es madre de un hijo, comentarista deportiva, mujer de negocios, embajadora de deportes de Rumanía, país al que regresó para casarse y donde es una verdadera heroína, está hiper-recauchutada y tan pichi. Pues nos alegramos por ella.
     Por cierto que una lectora de mi Blog, y sin embargo amiga, me sugirió hace tiempo que escribiera unas líneas sobre Nadia
. Sugerencia aceptada y cumplida.