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miércoles, 6 de junio de 2012

Lagarto, Lagarto: "V" (1ª y 2ª parte)



                                              1ª Parte     

      Corría el invierno de 1985 y en ese tiempo perdido en el que estás esperando para salir la tarde de sábado con tus amigos, se te ocurre encender la tele para pasar el rato y ves que comienza una película, que empiezas a ver pero no piensas terminar pues no te interesa nada en absoluto. Hay que entender que solo hay dos cadenas de televisión, o sea, que ves la película o un documental.
     
La cosa empieza con un reportero de guerra perseguido por unos mercenarios que no quien ser grabados en sus escaramuzas. Cuando parece que van a ser apresados y ¿asesinados?, una sombra sospechosa oculta la luz del sol, pero no es que el cielo se haya nublado repentinamente, no, es que una nave espacial “extraterrestre” del tamaño de tres o cuatro campos de fútbol, por lo menos, comienza a sobrevolar las cabezas de los guerrilleros mercenarios y sus acorralados periodistas, ¡¡Qué impacto de escena!! Voy a llamar a mis amigos y aviso que salgo más tarde: esta película no me la pierdo.


      La película no resultó tal película, sino que fue una serie de televisión que se prolongo varios meses en antena.
      Se notaba que el asunto tenía varias partes porque cuando parecía que la cosa se había terminado, volvía a empezar de nuevo. Eso fue debido a que originalmente se trataba de una serie de, solo, dos capítulos dobles, que debido a su éxito se prolongo otros tres capítulos dobles, y de nuevo, como seguía gustando, se prolongo otros diecinueve episodios más, hasta que la audiencia se hartó de ver siempre lo mismo y súbitamente terminó sin previo aviso.
      En España, todo se emitió en dos tandas y troceado en episodios normales desde el principio y fue uno de los grandes fenómenos del momento.
      El asunto iba sobre la llegada de unos extraterrestres a nuestro planeta, ya que en el suyo hay escasez de algunos minerales, o algo así. En principio, parece que traen buenas intenciones, amén de una tecnología muy superior a la nuestra, pero con el tiempo descubriremos que en realidad se trata de una raza de voraces reptiles que lo que quieren es utilizarnos como alimento.
      Los paralelismos con el exterminio perpetrado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial son evidentes: racismo, purgas, colaboracionismo, guetos, desinformación, propaganda, resistencia pacífica, resistencia organizada . . .  allí había de todo.
      Los carismáticos personajes de la serie se convirtieron en miembros de una familia que nos acompañaban cada sábado en sus tensas aventuras. El resto de la semana nos teníamos que conformar con la información, y los cromos, del Tele-Indiscreta, que se convirtieron en el más preciado de los tesoros de muchos niños y adolescentes y único alivio en la larga espera semanal para saber qué ocurría con nuestros aguerridos héroes defensores de las libertades planetarias.


      Ya desde el principio sospechábamos que de una nave tan grande no podía salir nada bueno, y solo los tontos, muy tontos, se dejaron engañar por las pintas de esa Diana, “lideresa” de los visitantes, que bajo un cardado imposible, botas de tacón de aguja al  más puro estilo sado-maso y gafas de sol en plan Rocío Jurado, escondía gato encerrado. Aunque en este caso concreto fuese: ¡lagarto encerrado!. Y es que nuestra Diana era una auténtica lagarta, en el más literal sentido de la palabra y además una cochina pues comía ratas vivas, tarántulas o cualquier otra cosa que anduviese sobre dos, cuatro o cuantas patas tuviera.


      Con unos efectos especiales bastante solventes para la época, pero repetitivos hasta la saciedad: las escenas de los vuelos de las naves espaciales y las persecuciones aéreas siempre eran las mismas, pero montadas en diferentes momentos para dar un pego que no fue tal. Al final acabamos por darnos cuenta.
      El mayor impacto visual de la serie vino dado por algo mucho menos tecnológico que los vuelos espaciales y me estoy refiriendo al ceñidísimo duelo de vestimentas de nuestros protagonistas. En reñida pujna, semana a semana, nos enfrentábamos una ajustadísima colección de monos para las lagartonas visitantes, hombreas incluidas, frente a unos, míticos desde la primera escena, pantalones vaqueros del carismático líder de la resistencia, Mike Donovan, marcado culo y patorra, después de endiñárselos con calzador, sino es imposible ajustarse semejante prenda. Nunca entendí como podía respirar entre pelea y pelea, y si es verdad que los vaqueros ceñidos producen esterilidad Mike nunca pudo ser padre. Aunque sea el secuestro y abducuión de su primogénito uno de los arcos argumentales en los que se centra esta primera temporada.


      La dulce Julie, modosa científica con alma de guerrillera, celosa de semejante duelo anatómico se nos desmelena en otra memorable escena en la que le lavan el cerebro llevando otras no menos antológicas mallas color carne. ¡Viva el erotismo catódico!
      La primera entrega de la serie está directamente inspirada en la Segunda Guerra Mundial y más concretamente en la ocupación europea por parte de los nazis, incluso el logo de los visitantes recuerda, nada vagamente por cierto, a la cruz gamada. De hecho el productor de la serie quiso haber hecho una producción sobre el holocausto.


      En esta primera parte, la mejor de todas, el elemento sorpresa fue fundamental. En la retina y en la memoria de todos los espectadores siempre nos quedará las impactantes secuencias con las que iban acabado cada uno de los capítulos: desde la aparición de las gigantescas naves nodriza hasta el descubrimiento de la verdadera naturaleza de los invasores, dando un inesperado giro metafórico al dicho “lobos con piel de cordero”, en este caso “lagartos con piel de humano”, pasando por las secuencias estrella: el suculento banquete a base de ratas vivas que se propina la pérfida Diana y el nacimiento de los gemelos lagarto, cruce entre humana, la tonta Robin, con un joven y atractivo visitante, lengua bífida, incluida, por parte de uno de los bebes.
      Con alusiones nada disimuladas al exterminio judío e intrépidas secuencias de acción, la serie acaba con la humanidad organizada haciendo el símbolo de la victoria “V”, dispuesta a echar a los visitantes de nuestro planeta.

                                         2ª Parte

      La buena acogida del asunto propició una segunda entrega con mucha más acción que la primera. Centrada en la guerra de guerrillas de los humanos contra los visitantes, con la incorporación de Tyler , un mercenario experto en las artes guerreras, y los visitantes obsesionados con localizar a Elisabeth, “la Niña de las Estrellas”, cruce entre humana y lagarto y con poderes sobrenaturales, no se sabe debido a qué.
      Al final es este personaje clave para la derrota de los invasores que son expulsados de La Tierra gracias a un polvo rojo, mortal para los lagartos pero inocuo para los humanos, con la niña estelar manejando la nave nodriza entre brillos cósmicos y música celestial.
      También nos enteramos que entre los invasores hay opositores a los planes de exterminio de los humanos, la llamada Quinta Columna, a la que pertenece el bonachón Willie, interpretado por Robert Englund antes de calzarse el guante de cuchillos y atemorizar nuestros sueños como el psicópata Freddy Krueger, uno de los monstruos más emblemáticos del horror adolescente de los años 80, merodeador maligno de  Elm Street.
      Como el asunto siguió teniendo aceptación, los invasores vuelven, más beligerantes que siempre cuando se percatan que el famoso polvo rojo tiene fecha de caducidad.
       Ahora la serie, en su tercera entrega, se hace menos interesante y más repetitiva, así que introducen nuevos personajes para animar el cotarro en plan folletín intergaláctico.
      Así  nos enteramos de la existencia de un “líder” lagarto, al que nunca llegamos a ver, que harto de las torpezas de la pérfida Diana, que acaba pareciéndose a Pierre Nodoyuna pero sin su lindo pulgoso, pues siempre falla en sus maquinaciones contra los humanos, envía, primero, a otra lideresa, esta vez rubia e igual de ceñida que su oponente morena, que responde al nombre de Lydia. Y la morena y la rubia, no son hijas del pueblo de Madrid precisamente, pero, cual castiza zarzuela, se tiran los trastos a la cabeza, capítulo sí, capitulo también, entre sofisticadas maquinaciones para acabar con la resistencia.


      Para enderezar el desaguisado el “líder” envía a otro emisario llamado Charles que lucía unos pectorales tan abultados, o más, que los de sus súbditas femeninas y, escote en ristre, aparece para poner orden en la invasión, pasando revista a las tropas lagartas y, de paso, pasando el algodón, que no engaña, y comprobar que la limpieza de la nave deja mucho que desear, en la que, sin duda, es mi escena favorita de la ciencia ficción, catódica y no catódica, de todos los tiempos.


      Asistimos a una boda lagarta, envenenamientos, al más puro estilo de Shakespeare, banquetes con hormigas negras y rojas, o dulces y saladas como ellos mismos nos aclaran, apareamientos ceremoniales en terráreos con rayos UVA, imitación nostálgica, dentro de la nave nodriza, de su lejano planeta, vamos, que la serie empieza a perder el norte.
      Para enganchar a las adolescentes, en la recta final de la serie, aparece otro guaperas, más tierno y púber, llamado Kyle, que enamora a Elisabeth, “la Niña de las Estrellas”, que ha pasado de niña a mujer tras mudar la piel dentro de una crisálida luminosa, y a su madre, la insufrible Robin, de nuevo haciendo de las suyas. Con su indestructiblemente bien peinada melena, Kyle lucha y se despechuga, enfrentándose a Diana y a su propio padre, el interesado y traicionero magnate Nathan, colaborador de los invasores y trasnochado galán con  bronceado a lo Miami Beach y tinte Just for Man, siempre protegido por un chino guardaespaldas, sospechosamente parecido al Chu-Lee de Falcon Crest , mientras intenta, infructuosamente conseguir los favores sexuales de Julie, que en esta temporada trabaja para él como científica, pero duerme con Donovan.


      Ni siquiera el morbo de un triangulo amoroso que incluye madre e hija levanta a la audiencia de un sopor que empieza a hacerse peligroso, y súbitamente llegamos a un final precipitado e inesperado en el que casi todos los frentes quedan abiertos y prácticamente no se aclara nada. ¡¡Cosas de la tele!!


      Yo tengo que decir que en mis vacaciones de verano de 2005, celebrando las “Bodas de Plata” de mis progenitores, una placida tarde de agosto a los pies del Acantilado de los Gigantes en la isla de Tenerife, una niña se me acercó para preguntarme si yo era Kyle, el de la serie “V”, a lo que yo respondí con un escueto: ¡Sí!. Para alegría y regocijo de la inocente criatura, pasó la tarde conmigo haciéndose fotos que luego enseñaría a sus amiguitas a los compases de un: ¡¡Yo pasé una tarde con Kyle!!, y como prueba irrefutable de tamaña hazaña mostraría un reportaje fotográfico en el aparecería “yo” con mi dudoso parecido al galán televisivo. No sé qué fue de aquella infante, ni de ese reportaje fotográfico, pero yo, al menos, viví por una tarde la experiencia de ser el actor de una serie de moda . . .
      Fdo: Kyle