Un indio, un policía, un vaquero, un militar, un obrero de la construcción y un motero embutido en cuero negro formaron el estrambótico y variopinto sexteto musical de efímera, pero fulgurante, trayectoria que arrasó en las listas de éxitos a finales de los setenta en medio mundo, su nombre: Village People.
Venían de los USA, como tantos otros, y desembarcaron en España a los compases de su tarareado; “¡Young men!” con el que nos invitaban a disfrutar de la vida en su famosísima Y.M.C.A.
Luego, nos enteramos que en donde en realidad se disfrutaba era en el ejército y nos animaron a alistarnos en la armada canturreando aquello de In The Navy. La cosa se ponía seria si para divertirse había que hacerse marine.
Venían de los USA, como tantos otros, y desembarcaron en España a los compases de su tarareado; “¡Young men!” con el que nos invitaban a disfrutar de la vida en su famosísima Y.M.C.A.
Luego, nos enteramos que en donde en realidad se disfrutaba era en el ejército y nos animaron a alistarnos en la armada canturreando aquello de In The Navy. La cosa se ponía seria si para divertirse había que hacerse marine.
Ambas canciones desataron la polémica al otro lado del Atlántico, ya que el atuendo del grupo no parecía el más adecuado para tratar con tanto desenfado instituciones tan serias como el ejercito o la Y.M.C.A. (la Asociación de Jóvenes Cristianos estadounidense). Aquí fuimos ajenos a cualquier polémica; definitivamente, somos unos carnavaleros.
En la cumbre de su popularidad se despacharon, bien a gusto, con una película para la gran pantalla: ¡Que no pare la Música!, que casi nadie fue a ver, y de la que no se recuperaron a pesar de tímidos intentos posteriores por reverdecer viejos triunfos. El film en cuestión, estaba vagamente inspirado en la historia real del grupo, y tiene el dudoso honor de figurar como uno de los “peores” musicales de todos los tiempos, mezclando de forma ¿magistral? la estética más hortera y extravagante, con un argumento simplón que parece no interesar en ningún momento. Aunque logra, eso sí, en un solo numero musical resumir toda la cultura macho-gay americana de los últimos veinte años.
Hoy, los Village se mantienen como una banda de culto para nostálgicos de la música disco de los setenta y para los adoradores de la estética kitsch más agresiva y pseudo-gay.
Por estas tierras se dieron a conocer en el mítico programa musical de TVE, Aplauso, con los inimitables: Silvia Tortosa y José Luís Uribarri, entre otros, como maestros de ceremonias, y su imagen carnavalesca (los chicos iban “muy” disfrazados, es verdad) y lo pegadizo de sus canciones, enganchó de inmediato a un público ávido de baile y diversión sin pretensiones. Unas coreografías sencillas pero resultonas, a partes iguales, hicieron el resto.
De la noche a la mañana se convirtieron en auténticos ídolos de adolescentes y niños, incluso fueron versionados, en nuestro país, por los no menos populares Parchis, que desafinaron, como solo ellos sabían, el adaptado estribillo en castellano, para que nos enteráramos bien: “en la armada, los siete mares surcaré ...”
La creatividad callejera-cañí, tan nuestra, también versionó su más famosa canción Y.M.C.A. de una manera bastante gastronómica, y a nivel de la calle, los niños cantábamos a pleno pulmón aquello de: “Choped, yo no quiero jamón, quiero chóped …” camino del colegio.
Luego nos enteramos que toda esa estética, ¡tan simpática!, era “gay”, y yo sin darme cuenta, ¡¡pero si parecían tan rudos estos muchachos!!. En nuestra España, de macho ibérico, se nos habían colado unos “mariconazos” directos al Número Uno; si Franco levantara la cabeza. Menos mal que duraron poco, si no, nos amariconan a todos.
Con el tiempo nos fuimos enterando que el nombre del grupo venía del Village neoyorkino, el barrio homosexual, por excelencia, de Nueva York. Y los pretendidos disfraces respondían a los arquetipos homo-eróticos de Tom of Finland, el pintor porno-gay, por antonomasia, en otras tierras más avanzadas. Pero fíjate lo que son las cosas, en nuestra conservadora España, este grupo de diseño, destinado a las mentes más abiertas y procaces, fue cosa fundamentalmente de críos.
En la cumbre de su popularidad se despacharon, bien a gusto, con una película para la gran pantalla: ¡Que no pare la Música!, que casi nadie fue a ver, y de la que no se recuperaron a pesar de tímidos intentos posteriores por reverdecer viejos triunfos. El film en cuestión, estaba vagamente inspirado en la historia real del grupo, y tiene el dudoso honor de figurar como uno de los “peores” musicales de todos los tiempos, mezclando de forma ¿magistral? la estética más hortera y extravagante, con un argumento simplón que parece no interesar en ningún momento. Aunque logra, eso sí, en un solo numero musical resumir toda la cultura macho-gay americana de los últimos veinte años.
Hoy, los Village se mantienen como una banda de culto para nostálgicos de la música disco de los setenta y para los adoradores de la estética kitsch más agresiva y pseudo-gay.
Por estas tierras se dieron a conocer en el mítico programa musical de TVE, Aplauso, con los inimitables: Silvia Tortosa y José Luís Uribarri, entre otros, como maestros de ceremonias, y su imagen carnavalesca (los chicos iban “muy” disfrazados, es verdad) y lo pegadizo de sus canciones, enganchó de inmediato a un público ávido de baile y diversión sin pretensiones. Unas coreografías sencillas pero resultonas, a partes iguales, hicieron el resto.
De la noche a la mañana se convirtieron en auténticos ídolos de adolescentes y niños, incluso fueron versionados, en nuestro país, por los no menos populares Parchis, que desafinaron, como solo ellos sabían, el adaptado estribillo en castellano, para que nos enteráramos bien: “en la armada, los siete mares surcaré ...”
La creatividad callejera-cañí, tan nuestra, también versionó su más famosa canción Y.M.C.A. de una manera bastante gastronómica, y a nivel de la calle, los niños cantábamos a pleno pulmón aquello de: “Choped, yo no quiero jamón, quiero chóped …” camino del colegio.
Luego nos enteramos que toda esa estética, ¡tan simpática!, era “gay”, y yo sin darme cuenta, ¡¡pero si parecían tan rudos estos muchachos!!. En nuestra España, de macho ibérico, se nos habían colado unos “mariconazos” directos al Número Uno; si Franco levantara la cabeza. Menos mal que duraron poco, si no, nos amariconan a todos.
Con el tiempo nos fuimos enterando que el nombre del grupo venía del Village neoyorkino, el barrio homosexual, por excelencia, de Nueva York. Y los pretendidos disfraces respondían a los arquetipos homo-eróticos de Tom of Finland, el pintor porno-gay, por antonomasia, en otras tierras más avanzadas. Pero fíjate lo que son las cosas, en nuestra conservadora España, este grupo de diseño, destinado a las mentes más abiertas y procaces, fue cosa fundamentalmente de críos.
Los miembros originales del grupo, no son “gays”, solo lo parecen, pero es que es su profesión, y aun andan por ahí voceando sus viejos éxitos, ya entrados en años, y moviéndose, como pueden, por los escenarios de medio mundo; incluso han sido teloneros de Cher en sus últimas giras. ¡Cuanta pluma suelta!