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jueves, 5 de enero de 2012

Cuero, baile y… ¡brillantina!

       Me siento encerrado en un bucle temporal, como si del día de la marmota se tratara, y por más que intento salir de él, me despierto y vuelvo al mismo sitio, los años 70, mi década prodigiosa. Y fue que dando, ya, sus últimos coletazos hubo un evento que me transfiguró del todo, y emulando a la hija de Julio Iglesias, si Chabeli pasó de niña a mujer, yo, que no iba a ser menos, pasé de niño a bailón.
      Corría el año 1978 y llegaba a las carteleras españolas Grease.
      Para quien no lo sepa, Grease se estrenó en Broadway como musical escénico en 1971 y, en su momento, fue el espectáculo de mayor éxito por aquellos lares. Cuando llegó al cine, ya, llevaba ocho años representándose en los escenarios pero, para su adaptación cinematográfica, se cambió sensiblemente el argumento. Dejó de ser un espectáculo coral para pasar a tener unos protagonistas claros y, sobre todo, se modificaron algunas canciones; muchos de los números musicales del show original se oirían de fondo y se añadirían algunos temas, los más potentes, para los protagonistas.
      La elección del reparto fue uno de los mayores aciertos del film. Aunque la mayoría de los intérpretes rondaba, ya, la treintena y tenían que representar a unos adolescentes a punto de graduarse en el instituto, poco importó que, a pesar del esfuerzo interpretativo, no dieran el pego. En la mente de los espectadores que, masivamente, disfrutamos desde nuestras butacas con las andanzas Sandy, Danny y compañía, se produjo, como por arte de magia, el milagro y todos, o la gran mayoría, nos tragamos el desfase generacional.
          John Travolta, el protagonista de todo este embrollo, ya venía maleado de las pistas de baile, tras arrollar un año antes con Fiebre del Sábado Noche, otro mega-éxito fílmico-discográfico de los que marcan época. Su interpretación de Danny, el líder chulito del instituto Rydell, suponía su revalida particular, y la pasó con matrícula de honor. Quitarse de encima a Tony Manero, su anterior personaje, parecía misión imposible, pero lo consiguió, vaya si lo consiguió. Así que continuó decorando las carpetas de las adolescentes de medio mundo un año más.
         La chica, Sandy, la interpretaba Olivia Newton-John, una perfecta desconocida para mí, y para media España, hasta ese momento. Su transformación de “niña buena que no ha roto un plato en su vida” a “malona de cuero ceñido” figura, en el inconsciente colectivo de toda una generación, como uno de los grandes momentos que trae la pubertad. Olivia no estaba “buenorra”, estaba ¡¡buenerrima!!
         El resto del reparto quedó a la altura de los protagonistas: Rizzo, Frenchy, Kenickie, Cha-Cha, el ángel, ese, que cantaba entre luces blancas, los profesores… todos sin excepción, incluyendo a un musculado Lorenzo Lamas que se paseó por Rydell unos años antes de hacer el macarra en el Valle de Tuscay mientras recolectaba uvas para sus bodegas en Falcon Crest.
         La proyección de esta película en el Cine Macario de mi querido Puerto, fue el acontecimiento del año. La mozas que fueran, enteras, de cuero negro, entraban gratis. Y a pesar de que en mi pueblo las películas, solo, duraban una semana en cartel, Grease duro dos, así que fui a verla varias veces.
          Su banda sonora es parte de la banda sonora de mi vida, y de la de muchos. ¿Quién no cantó aquello de “Ai Ca Chuuuu An Multiplallin” o “Cachu mor, cachu mor, tiroriro rara…”? Yo, incluso, me preparé alguna que otra coreografía, como la de Travolta subido en el coche “Grease lighting”, con mi prima Blanca; con tan mala suerte que cuando fuimos a representarla, de un rodillazo, me partí el labio frente a toda mi familia.
          Con el tiempo, Grease ha ido mejorando, como el buen vino. Sus pases por televisión padecen el mismo “síndrome”, extraño, de Pretty Woman o Ghost, la gente vuelve a engancharse al televisor, una y otra vez, y sus canciones nunca han dejado de sonar. Yo creo que los críos, ya, nacen con alguna canción de la película escrita en su código genético, por eso son tan reconocibles.
           El verano de 2011, tuve la suerte de poder organizar en mi “otro” pueblo, Cardeñosa, unas sesiones de cine musical. La clausura se hizo con Grease. Se pidió a la gente que vinieran disfrazados como los personajes de la película o inspirados en ella. Sorprendentemente, la gente respondió de forma, todo lo entusiasta que el carácter castellano permite. A los veinte minutos de proyección, una tormenta de verano acabó con el evento. Pero, por petición popular, se repitió la proyección dos días más tarde. Esta, coincidía con la final de la “Supercopa”, Madrid-Barça, aún así, llenamos.
          A esto, es lo que se le llama… ¡¡¡¡un clasicazo!!!!
       
                  



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