“Usted creerá que un hombre puede volar”, así de serios se pusieron en los cines las Navidades de 1978. Llegaba el hombre de acero y la diversión estaba asegurada.
Los títulos de crédito cruzaban la pantalla a los acordes de unas notas sospechosamente parecidas a las de La guerra de las galaxias, ¿me habré equivocado de película?, pero no, por allí andaban Marlon Brando y alguna que otra vieja gloria conocida, estaba en el lugar correcto.
Durante más de dos horas de deslumbrante espectáculo visual nos enteramos de que Superman era Jesucristo: su padre real está en los cielos, vino a la tierra en una estrella fugaz, encuentra unos padres adoptivos, virginales y modestos, de lo más santurrones, solo puede hacer el bien, su misión es salvar a la humanidad, ¿cómo?, con una buena ristra de milagros que van desde los vuelos supersónicos hasta ver a través de los objetos, pasando por la modificación del tiempo, una fuerza descomunal e incluso ¡¡la resurrección de los muertos!!... pero si esto parece un “péplum” bíblico.
Un aluvión de grandes estrellas plagaba el reparto, pero todos en papeles secundarios en plan carcamales que mueren en las primeras escenas. Los que de verdad estaban a la altura de las circunstancias eran los protagonistas, la mayoría, desconocidos a punto de consagrarse.
La chica era fea, porque Lois era fea, reconozcámoslo, pero de lo más simpática y dicharachera y tan echá pa´lante que acaba enamorándonos a todos. El chico parecía recién llegado de Kripton, sano, apuesto, varonil, nunca pudimos imaginar un Superman más perfecto. El malo se medía en igualdad de condiciones con el héroe: Gene Hackman, siempre será Lex Luthor, calvo o con peluca, por los siglos de los siglos. Y sus secuaces, el torpe Otis y la exuberante señorita Teschmacher daban el contrapunto cómico y erótico en este pastel cinéfilo.
La “supermanía” invadió las pantallas y los corazones de muchos niños y adolescentes, que vibramos con la película, coleccionamos los cromos del álbum y soñamos con volar algún día. Incluso Miguel Bosé se desmelenó voceando aquello de Super, Superman, don’t you understand we love you, embutido en unos leotardos imposibles y unos calentadores de lo más ¿rompedores?, marcando paquete al tiempo que declaraba su amor por nuestra inefable Anita Obregón.
Nos aclararon en televisión que el vuelo de Superman se debía a los efectos especiales, bastante flojos en algunos momentos, por cierto, pues parece ser que algún crío saltó por la ventana emulando al protagonista.
Los títulos de crédito cruzaban la pantalla a los acordes de unas notas sospechosamente parecidas a las de La guerra de las galaxias, ¿me habré equivocado de película?, pero no, por allí andaban Marlon Brando y alguna que otra vieja gloria conocida, estaba en el lugar correcto.
Durante más de dos horas de deslumbrante espectáculo visual nos enteramos de que Superman era Jesucristo: su padre real está en los cielos, vino a la tierra en una estrella fugaz, encuentra unos padres adoptivos, virginales y modestos, de lo más santurrones, solo puede hacer el bien, su misión es salvar a la humanidad, ¿cómo?, con una buena ristra de milagros que van desde los vuelos supersónicos hasta ver a través de los objetos, pasando por la modificación del tiempo, una fuerza descomunal e incluso ¡¡la resurrección de los muertos!!... pero si esto parece un “péplum” bíblico.
Un aluvión de grandes estrellas plagaba el reparto, pero todos en papeles secundarios en plan carcamales que mueren en las primeras escenas. Los que de verdad estaban a la altura de las circunstancias eran los protagonistas, la mayoría, desconocidos a punto de consagrarse.
La chica era fea, porque Lois era fea, reconozcámoslo, pero de lo más simpática y dicharachera y tan echá pa´lante que acaba enamorándonos a todos. El chico parecía recién llegado de Kripton, sano, apuesto, varonil, nunca pudimos imaginar un Superman más perfecto. El malo se medía en igualdad de condiciones con el héroe: Gene Hackman, siempre será Lex Luthor, calvo o con peluca, por los siglos de los siglos. Y sus secuaces, el torpe Otis y la exuberante señorita Teschmacher daban el contrapunto cómico y erótico en este pastel cinéfilo.
La “supermanía” invadió las pantallas y los corazones de muchos niños y adolescentes, que vibramos con la película, coleccionamos los cromos del álbum y soñamos con volar algún día. Incluso Miguel Bosé se desmelenó voceando aquello de Super, Superman, don’t you understand we love you, embutido en unos leotardos imposibles y unos calentadores de lo más ¿rompedores?, marcando paquete al tiempo que declaraba su amor por nuestra inefable Anita Obregón.
Nos aclararon en televisión que el vuelo de Superman se debía a los efectos especiales, bastante flojos en algunos momentos, por cierto, pues parece ser que algún crío saltó por la ventana emulando al protagonista.
Posteriormente, algo parecido a una leyenda negra empezó a planear sobre la película en forma de maldición cuando supimos que nuestra Lois Lane favorita vagabundeaba, medio loca, por las calles de Los Ángeles sin memoria y sin dinero.
Y un día nos llegó la terrible noticia de un fatal accidente de equitación donde nuestro héroe, sin par, se fracturó la columna vertebral quedando paralizado y postrado en una silla de ruedas sin posibilidad de cura. Aquí demostró que el verdadero Superman sí existía, no dejando de luchar para volver a andar e iniciando una campaña de concienciación para la investigación con células madre como único camino de cura en lesiones medulares.
Luchó hasta el fin pero no pudo ganar esa batalla, fue su kriptonita particular, aunque nos dejó un importante legado, motivo de controversia, sobre si es ética o no la experimentación con células madre.
Tristemente este debate sigue abierto mientras miles de personas, auténticos “supermanes” de nuestros días, esperan que políticos, investigadores y, sobre todo, ideologías se pongan de acuerdo y luchen juntos, al alimón, en buscar una esperanza para esta terrible tragedia.
Hasta el momento, ni Jor-El ni el mismísimo Dios, han logrado que nuestras conciencias se pongan de acuerdo.
Y un día nos llegó la terrible noticia de un fatal accidente de equitación donde nuestro héroe, sin par, se fracturó la columna vertebral quedando paralizado y postrado en una silla de ruedas sin posibilidad de cura. Aquí demostró que el verdadero Superman sí existía, no dejando de luchar para volver a andar e iniciando una campaña de concienciación para la investigación con células madre como único camino de cura en lesiones medulares.
Luchó hasta el fin pero no pudo ganar esa batalla, fue su kriptonita particular, aunque nos dejó un importante legado, motivo de controversia, sobre si es ética o no la experimentación con células madre.
Tristemente este debate sigue abierto mientras miles de personas, auténticos “supermanes” de nuestros días, esperan que políticos, investigadores y, sobre todo, ideologías se pongan de acuerdo y luchen juntos, al alimón, en buscar una esperanza para esta terrible tragedia.
Hasta el momento, ni Jor-El ni el mismísimo Dios, han logrado que nuestras conciencias se pongan de acuerdo.
No sabes que trauma me crearon a mi, habitante de una séptima planta, con lo de... ¡No te asomes a la ventana, no vayas a emular al superman ese! Es de las películas que sigues viendo si te las cruzas en la tele. Yo me siento orgullosa de haberle servido la cena al malo de la 3 (Robert Vaughn)... ¡Qué honor!
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